“Diálogo es el nuevo nombre de la paz”

Jueves de Yoandy

Según la teoría económica el crecimiento puede ser medido a través de indicadores universales como el Producto Interno Bruto y la calidad de vida de los ciudadanos. Eso es para la economía, que tiene sus repercusiones en todo el cuerpo social; pero desde otro punto de vista es posible hablar de crecimiento en base la cultura de los pueblos. Al respecto, el Papa Francisco nos dice en su más reciente encíclica Fratelli tutti: “Un país crece cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva: la cultura popular, la universitaria, la juvenil, la artística, la tecnológica, la cultura económica, la cultura de la familia y de los medios de comunicación” (F.T. No. 199).

En el sexto capítulo de la encíclica, titulado “Diálogo y amistad social”, es abordado el diálogo como factor esencial para la conservación de la cultura de los pueblos, el mantemiento de un clima de paz y el desarrollo de múltiples iniciativas basadas en el respeto a la diversidad. En los tiempos que corren es difícil mantener un diálogo real, sobre todo porque lo primero y esencial es ponerse en la actitud para ello, y no sostener los intereses propios en función de captar la opinión. En la era digital “se suele confundir el diálogo con algo muy diferente: un febril intercambio de opiniones en las redes sociales, muchas veces orientado por información mediática no siempre confiable” (F.T. No. 200). De esta forma, la mayoría de las veces lo que se busca es captar la atención, obtener seguidores, entablar un monólogo donde cada quien expone sus ideas desde la cátedra mayor, sin oídos para los demás que interactúan. Otros casos denotan que el diálogo, o mejor dicho el intercambio, tiene como objetivo la defensa hasta el punto de la humillación, en esa cultura del todo vale donde a veces no hay frenos en la lengua, y se alude el vilipendiado derecho a la libertad de expresión.

“Los héroes del futuro serán los que sepan romper esa lógica enfermiza y decidan sostener con respeto una palabra cargada de verdad, más allá de las conveniencias personales” (F.T. No 202). El diálogo no es complacencia, ni quedar bien con unos y otros, es escuchar la opinión de los demás, exponer la nuestra, y juntos elaborar consensos mínimos que ofrezcan salidas a la problemática que se analiza. Cuando esa actitud escala a un plano mayor, el del diálogo social, implica reconocer que la propuesta del otro es también válida; de lo contrario se recae en autoritarismos que conducen a nuevas deformaciones sociales. Así como ocurre en múltiples fenómenos de las ciencias, la interdisciplinariedad constituye una herramienta óptima para propiciar la interacción alrededor de una temática. La variedad de opiniones, con respeto y convicción, sin ataques ni descalificaciones, crea, edifica, fortalece la amistad cívica entre los diferentes actores de la sociedad.

En ese esfuerzo por enarbolar el papel positivo del diálogo, y no de la confrontación, “es necesario verificar constantemente que las actuales formas de comunicación nos orienten efectivamente al encuentro generoso, a la búsqueda sincera de la verdad íntegra, al servicio, a la cercanía con los últimos, a la tarea de construir el bien común (F.T. No. 205). Algunos de los medios que se emplean para el debate en la actualidad, por ejemplo las redes sociales, se tornan verdaderos campos de batalla. El interlocutor se escuda en la frialdad de una pantalla y un teclado para expresar lo que en ocasiones no se es capaz de decir presencialmente. El diálogo requiere además ciertas exigencias morales que garanticen la aptitud para que se pueda desarrollar en un clima de respeto, donde ninguno de los participantes se considere dueño de la verdad absoluta ni que posee la razón sobre todas las cosas. Tampoco se puede participar desde la actitud calculadora que tiene presente si es conveniente o no, porque entonces lo que se establece es la imposición de una idea y se cae en el relativismo moral.

En los sistemas totalitarios, acostumbrados a la diversidad de consignas, pero escasez de inclusión real, aunque es muy pregonado el diálogo, predomina la cerrazón. El diálogo es confundido con la exposición de una parte, a veces sin derecho a réplica. O se efectúa desde la trinchera, con la convicción de que el otro no tendrá la razón, que las concepciones que se poseen son irrevocables y que los argumentos del otro vienen cargados de malas intenciones. Entonces se confunde participación con diálogo, y pluralidad con representación.

Otro elemento a tener en cuenta es la preparación de las partes para un diálogo, teniendo claro que el objetivo siempre es llegar a un entendimiento real de la cuestión. Es responsabilidad personal la formación, pero también es responsabilidad social, sobre todo cuando se trata de la búsqueda de consensos que implican a las mayorías. El Papa nos recuerda que muchas de las cuestiones que se debaten, sobre todo por parte de los responsables de la conducción de nuestros pueblos, los servidores públicos, implican a toda la ciudadanía. Por esta razón no puede tratarse de “un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz”, sino de procesos de encuentro que construyan un pueblo que sabe recoger las diferencias.

“En una sociedad pluralista, el diálogo es el camino más adecuado para llegar a reconocer aquello que debe ser siempre afirmado y respetado, y que está más allá del consenso circunstancial. Hablamos de un diálogo que necesita ser enriquecido e iluminado por razones, por argumentos racionales, por variedad de perspectivas, por aportes de diversos saberes y puntos de vista, y que no excluye la convicción de que es posible llegar a algunas verdades elementales que deben y deberán ser siempre sostenidas” (F.T. No. 211). Duelan o no, esas verdades deben ser proclamadas con respeto. Reconocer las diferencias es clave para un pacto social. Cerrar la puerta al diálogo es también una forma de violencia.

 


  • Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
  • Licenciado en Microbiología.
  • Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
  • Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
  • Responsable de Ediciones Convivencia.
  • Reside en Pinar del Río.

 

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