El diálogo es el recurso de quienes apuestan por soluciones pacíficas de las controversias, de quienes reconocen al diferente y eligen relacionarse de forma civilizada y respetuosa, de quienes buscan el bien de todos y no sólo de unos, de los que están dispuestos a construir y convivir junto a otros, a ceder cuando sea necesario, a comprender, a escuchar e incluir. El diálogo permite la crítica y el aprendizaje, permite la comunicación sincera y abierta, facilita la creación de consensos sociales, la búsqueda de mínimos comunes entre los diferentes, siendo de esta forma una herramienta fundamental para alcanzar la unidad en la diversidad, que no es unanimidad ni excluye la pluralidad. No hay buena política sin diálogo verdadero entre todos los actores de una sociedad, y entre sociedades y países.
Abrirnos al diálogo verdaderamente, optar por el diálogo, elimina la posibilidad de escoger con quién dialogamos, si es que lo decimos con convicción y coherencia. Otra cosa es hablar de cómo debe desarrollarse un verdadero diálogo. El diálogo es lo contrario del atrincheramiento, de la violencia y la discriminación, habla de inclusión, de respeto, de capacidad para construir y convivir con esos que son diferentes, que no son necesariamente “amigos” ni piensan como nosotros. Dialogar es crear amistad social, es apostar por el bien común, es superar fanatismos y egos propios para abrirnos a una relación constructiva y edificante con el otro.
Podríamos decir también, que por todo lo indicado anteriormente, el diálogo es garantía para la amistad social, que promueve y enriquece los lazos entre los distintos actores de la sociedad civil, y entre estos últimos y las instituciones gubernamentales y estatales. Que crea y fomenta la solidaridad y la fraternidad, y facilita que caminemos junto a otros y construyamos de conjunto una mejor sociedad. Así también, se puede afirmar que solo se logra la buena política de la que habla Francisco en Fratelli Tutti cuando se construye una verdadera y madura amistad social. De esta forma, podemos concluir que existe una relación directamente proporcional en ambos sentidos: el diálogo y la amistad social son buenos para lograr la buena política, y al mismo tiempo una buena política es aquella que promueve el diálogo y genera amistad social.
El diálogo y la amistad social pueden aportar a la buena política algunos elementos necesarios para que se respete y se promuevan la dignidad de la persona, la solidaridad y el servicio al otro, el sentido de comunidad y la sociabilidad, aspectos estos que resultan fundamentales para la búsqueda del bien común que es, a fin de cuentas, el fin último de la acción política verdaderamente buena.
La política ha de entenderse como lo que es: un servicio para la búsqueda y construcción del bien común. Un servicio a la persona y a la sociedad en su conjunto, para generar condiciones de vida lo más humanas posibles, basadas en la caridad, en la entrega desinteresada, y no en formas que buscan el interés individual o de una élite específica. Hay que entender la política como una forma de amar al otro, como una forma de realización personal y social, como una acción que tiene como razón de ser la construcción de un nosotros que integre armónicamente a unos y otros, que construya verdadera amistad social, que haga de las sociedades comunidades vivas, dinámicas, que garanticen la realización plena de la persona.
Para que la política se base en esto, es necesario contar con buenos políticos. Sólo con buenos políticos tendremos buena política, y solo si somos primero buenas personas y buenos ciudadanos, seremos entonces buenos políticos. Es decir, la educación ética y cívica es vital para lograr personas, ciudadanos, políticos, capaces de dejar a un lado los intereses y egoísmos personales, capaces de poner primero el bien común, de apostar por el diálogo y la solución pacífica de los conflictos, de entender la política como un servicio, de vivir la caridad en el ejercicio de la política, y de promover la convivencia ciudadana y la amistad social en lugar de ideologías deshumanizantes.
En Cuba, como en muchos otros lugares del mundo es necesario una conciencia global en cuanto a la necesidad de reformar la forma equivocada como se practica la política (individualista) a favor de la verdadera política, esa que se basa en el amor político del que nos habla Francisco en su encíclica, y que promueve el diálogo, la amistad social y el sentido de comunidad y de servicio a los otros. Esto se logra promoviendo y resaltando el valor de la fraternidad, de la solidaridad, de la caridad, como actitudes que no solo facilitan sino que son indispensables para la realización propia y de los demás, y que garantizan la convivencia pacífica, la armonía social, necesarias para el bien común.
- Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
- Laico católico.
- Licenciado en Economía. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.