El proceso de cambio económico, específicamente el cambio estructural, no es un proceso rápido, ni lineal, ni sencillo. El cambio estructural en una economía es identificado frecuentemente con los cambios que se producen desde el sector primario, al secundario y luego al terciario. Todo cambio estructural supone una renovación en la organización de los procesos de producción, distribución y consumo, un ajuste de las fuerzas productivas y los medios de producción, de modo que se pueda impactar directamente sobre el producto y la forma en que este se genera. El cambio estructural, es también un proceso de mediano y largo plazo, pues implica factores económicos, políticos y sociales para su consumación, los que han de conjugarse en torno a un mismo objetivo de crecimiento económico. A pesar de los obstáculos que este pueda plantear, es un hecho totalmente factible y beneficioso, tal y como se demuestra en las experiencias de algunos países como Japón y Singapur.
En América Latina, lograr el cambio estructural aún representa el mayor reto económico para cerrar las brechas del desarrollo, para acabar definitivamente con la dependencia de los productos commodities, y del sector primario, para avanzar en el sector de los servicios, etc. Este es un reto y una oportunidad para muchos países en la América Latina actual, entre otros Cuba, donde la crisis en la que se encuentra la economía en los últimos sesenta años demanda de este tipo de cambios que transforme la estructura productiva y potencie verdaderamente el crecimiento económico.
En este sentido la inversión en innovación y desarrollo, y específicamente en educación son de vital importancia, pues son factores claves para incrementar la productividad y aprovechar de mejor manera las ventajas que con la ciencia y la técnica se ponen al servicio de la economía y que pueden utilizarse como herramientas para generar crecimiento y desarrollo económico.
Los estados, pueden promover el cambio estructura y con ello incidir directamente en la transformación de la estructura económica, pueden además potenciar la especialización productiva, aprovechando las ventajas comparativas y competitivas de cada país y potenciando junto a ello la innovación, la inversión en tecnología y conocimiento, etc. De este modo, se pueden lograr cambios significativos en la estructura económica de un país determinado.
Por otro lado, cabe destacar que lograr el cambio estructural es una tarea que demanda una acción multinivel y multidimensional, específicamente son necesarios cambios institucionales profundos que dejen claras las reglas del juego para los agentes económicos y que incentiven la innovación, los aumentos de la productividad, las inversiones en I+D, entre otros aspectos. De nada sirve contar con potencial económico, ventajas de diversos tipos, si las reglas del juego no generan incentivos para el aprovechamiento de dichas ventajas, y si no garantizan la confianza y la eficiencia del sistema económico.
Al mismo tiempo, debe lograrse una sinergia y un balance adecuado entre el sector público y privado, que genere estabilidad y coordinación (visión de largo plazo) en la búsqueda del cambio estructural. Ni un exceso de mercado, ni un exceso de control estatal son recetas adecuadas para lograr un cambio estructural, e incidir en la realidad económica generando más crecimiento y más desarrollo en sentido general. Este es un asunto que demanda atención urgente no sólo en Latinoamérica y otras regiones del mundo, en Cuba es de vital importancia priorizar este tema como centro de la política económica. El cambio estructural es un tema -finalmente- que debe importar a todos los cubanos, pues implica a toda la sociedad y el sistema económico, es una realidad que puede transformar las formas de producir, distribuir, consumir, y por tanto transformar la vida de las personas en una buena dirección.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.