La realidad cubana ha planteado nuevos escenarios para la sociedad y para cada uno de nosotros, sin embargo, la desesperanza sigue siendo uno de los mayores padecimientos de la Cuba actual, el Papa Francisco ha afirmado en varias ocasiones que un niño es una esperanza y en este tiempo de Navidad lo que estamos celebrando es precisamente, la venida de un niño. Jesús es esperanza para todos los cubanos, la Navidad es esperanza para todos los cubanos, hoy es un buen día para que nos preguntemos qué implica asumir esta certeza.
Después de un año de cansancios, tropiezos, sacrificios y dificultades diversas, tenemos nuevamente ante nosotros el desafío de darle un sentido diferente a esta celebración tan especial, de abrir verdaderamente las puertas de nuestras vidas a un cambio, a una renovación, a un redescubrimiento de nuestra fe en Jesús.
La Navidad es una oportunidad para que evaluemos nuestra realidad, para que nos preguntemos: ¿Hemos aprovechado bien las oportunidades que se nos han presentado? ¿Hemos abierto puertas en nuestra Iglesia y en nuestra sociedad, o permanecemos encerrados en nosotros mismos? ¿Qué ha cambiado en nuestras vidas, en la vida de nuestros ambientes y de nuestro pueblo? ¿Qué papel hemos asumido ante las realidades que vivimos diariamente? ¿Hemos sido simples espectadores, incapaces de comprometernos con la fragilidad ajena, con las injusticias y con la miseria tanto espiritual como material? o ¿Hemos tomado las riendas de nuestra vida y hemos sido protagonistas de nuestra historia?
La Navidad nos pregunta también sobre nuestro futuro, nuestras aspiraciones, nuestros proyectos de vida, nos invita a adentrarnos en lo más profundo de nuestro ser y a replantearnos nuestra vida en sentido general. ¿Hacia dónde queremos ir, qué queremos para nuestra vida? ¿Cuáles son los sueños que me impulsan a seguir adelante? ¿Qué estoy dispuesto a hacer por mi familia, por mi barrio, por mi Iglesia, por mi país? ¿Qué quiere Dios de mí?
En Navidad celebramos el nacimiento de Jesús. Pero, ¿qué sentido tiene celebrar el nacimiento de Jesús? ¿Para qué sirve, qué resuelve, qué cambia, qué valor tiene? ¿Cómo hago para que esto sea esperanza en mi vida?
Una celebración nunca debe ser vacía, no se celebra por celebrar, se celebra porque algo en nuestro interior nos compromete, nos responsabiliza, nos une a eso que celebramos. De este modo, una celebración que no cambie algo en nuestra vida, que no nos impulse hacia algo, que no nos permita abrirnos a nuestro prójimo, no tiene consistencia alguna, se queda en pura ritualidad y apariencia.
Seguramente en muchos de nosotros cuando celebramos la Navidad se despierta el deseo de ser mejores personas, de aprender a vivir de un modo más humano, de asumir una posición de apertura hacia los otros; quizás hemos llegado a valorar la posibilidad de hacer cambios radicales en nuestra vida, porque deseamos superar el miedo, la indiferencia, la apatía y muchas otras actitudes que nos encierran en nosotros mismos y nos impiden desarrollarnos plenamente como personas.
Sin embargo, a pesar de que estos deseos de superación personal y de compromiso con los demás son totalmente necesarios y valiosos, esto no es garantía de que estemos dando un sentido y una solidez a la celebración navideña. La Navidad es una invitación a la acción, a ponernos en camino, de modo que no basta con desear ser mejores este año y con desear responsabilizarnos con algo, pues el deseo en cuanto tal no es garantía de nada, como dice un conocido refrán popular: “del dicho al hecho va un trecho”. La Navidad nos impone el desafío espiritual de interiorizar eso que deseamos y de transformarlo en actitudes de vida.
Jesús no nos pide cosas imposibles, no nos pide que cambiemos el mundo ni a Cuba; Jesús nos pide que cambiemos nosotros, que perdonemos; que vivamos con alegría, y no solo con la alegría del placer, de la fiesta…, sino también con la alegría de quien se sabe hijo de Dios, de quien acepta su vida como un regalo y como una bendición a pesar de lo adversas que puedan ser nuestras circunstancias concretas; Jesús nos pide que nos relacionemos con el otro por amor y no por lo que tiene, por lo que me aporta o me resuelve, nos pide reconocer a los que nos rodean como personas valiosas por el simple hecho de ser personas; Jesús nos invita a compartir, a encontrarnos, a incluirnos, a cuidarnos, a ser solidarios.
Cuando vivamos estas actitudes con nuestros familiares, nuestros compañeros de trabajo, de aula o del barrio, entonces estaremos cambiando nuestra sociedad sin que nos demos cuenta, estaremos siendo mejores personas y le estaremos dando un profundo y verdadero sentido a nuestra celebración Navideña.
No perdamos ni un solo instante, démosle un sentido a nuestra celebración, salgamos al encuentro con el otro, creemos lazos de verdadera amistad, propiciemos relaciones basadas sobre la paz, la reconciliación y el amor. No caigamos en la trampa de esperar a que los demás cambien o a que alguien desde arriba (ni siquiera Dios) resuelva nuestros problemas, seamos nosotros el cambio que deseamos ver, enfoquemos los problemas de nuestra realidad como una responsabilidad nuestra y no de otros.
Que no pase Navidad sin que cambiemos algo. Que la fiesta, la comida, los dulces y los regalos vengan acompañados de actitudes concretas que nos hagan mejores personas y que lentamente vayan cambiando nuestra sociedad. Que podamos afirmar con total seguridad: verdaderamente he celebrado esta Navidad a plenitud.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.