Ante la incertidumbre, un proyecto de vida

Jueves de Yoandy

En medio de toda la crisis ocasionada por el Coronavirus, he escuchado a muchas personas referirse a la post-pandemia como una etapa de nuevo éxodo cubano. Algunos, decepcionados por las gestiones de gobierno, el agravamiento de la situación económica repercutido en la inseguridad alimentaria y la escasez de todo tipo, vislumbran que la emigración es la solución. Solo contar con un sólido proyecto de vida nos mantendrá con los pies en esta tierra, a pesar de los embates que, ciertamente, no son pocos y van in crescendo.

Tener un proyecto de vida aquí, con una opción fundamental basada en el discernimiento profundo, concreto y acorde a la realidad que compartimos, que conciba vivir en Cuba, y encontrar y luchar por los espacios de realización personal propuestos, no es una quimera. Tampoco es un acto de heroicidad permanecer en este barco que parece hundirse poco a poco, o aceleradamente: es la coherencia entre la idea y la práctica, la concepción y el hecho consumado.

He escuchado mucho que unos tildan a otros de idealistas cuando defienden la idea de la permanencia en la Isla. La verdad, uno de los calificativos más suaves, porque existen los que consideran que cuando alguien está decidido a echar raíces aquí, aunque sea empujando el asfalto, está viviendo una especie de performance. O en el peor de los casos, que también se da, existen los que creen que la decisión de permanecer en Cuba es producida por la falta de otras opciones reales para hacer un proyecto fuera. Es muy triste, y literalmente se puede ir la vida pensando que la tierra prometida está más allá de las fronteras. He visto que quienes sostienen esta premisa no logran hacer mucho dentro, esperando la oportunidad de fuera, que puede llegar o no. Y entonces, cuando algún día tomamos tiempo para hacer un balance de vida, tendremos que decir que las esperanzas siempre han estado puestas en algo que, verdaderamente, no ha dependido de nosotros. La elección de la opción fundamental es personal, y debe estar basada en las posibilidades reales que tenemos para nuestro desarrollo humano y social.

Hacer un proyecto de vida, como proyecto al fin, no está ajeno a los avatares del camino, la influencia de factores ajenos a nuestra voluntad. Hacer también un análisis de riesgos, y pensar previamente cómo podría afectar nuestro objetivo principal, que es en este caso la opción fundamental, nos ayudaría a mantener la esencia, y abriría el camino para ir ajustando de acuerdo a las circunstancias que se presenten. Nadie dijo que era fácil hacer proyectos, mucho menos los de nuestra propia vida, que no es rígida, ni de película, ni ideal. Pero es imprescindible tener claro hacia dónde caminamos, qué queremos, y qué vamos a hacer para recorrer el camino. No siempre tiene que estar fuera la solución.

La educación familiar es vital para aportar las primeras herramientas que servirán en la edificación del futuro con libertad responsable e ilusiones perecederas. La educación en valores y virtudes ayudaría a realizar un proyecto de vida propio, no copiado ni impuesto. Las imposiciones y la importación de modelos siempre serán estrategias fallidas, porque no tienen en cuenta la originalidad de cada persona humana ni sus espacios de realización.

Que nuestro proyecto sea también una misión.

Que caminemos conscientemente hacia la “civilización del amor”.

Que pensemos con cabeza propia que el futuro depende de lo que seamos capaces de hacer en el presente, aquí y ahora.

 

 


  • Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
  • Licenciado en Microbiología.
  • Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
  • Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
  • Responsable de Ediciones Convivencia.
  • Reside en Pinar del Río.

 

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