El amor hacia un prójimo sin fronteras

Jueves de Yoandy

Avanzando en el estudio de la más reciente encíclica del papa Francisco, Fratelli tutti, llegamos al capítulo segundo, titulado “Un extraño en el camino”. Si bien en el primer capítulo realiza una descripción de los principales rasgos que describen hoy día las sociedades contemporáneas, así como los gozos y esperanzas que nos animan en el camino de la vida, en este segundo, con la presentación de una de las parábolas más preciosas que recoge el Evangelio, fortalece la esencia de la carta, que es el amor fraterno y la amistad social.

Iniciar con la lectura de la parábola del buen samaritano da pie forzado a las reflexiones posteriores, y centra el objetivo en analizar y debatir el desafío que suponen las relaciones entre los hombres. Aquí se hace presente y cobra importancia el cumplimiento del mandamiento que dice: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En la realidad cubana de estos tiempos parece muy difícil de cumplir y debería llamarnos a constantes exámenes de conciencia. Sobre todo recuerdo este llamado por estos días, donde los actos de repudio vuelven a cobrar vida, con el ímpetu de los de antaño, esos que yo no viví, pero que te hacen quebrar la voz, te oprimen la garganta y el pecho, y te sacan una lágrima. Cuando te los presentan o los vives, en esta versión, no se ya qué número, con nuevos protagonistas, pero la misma miseria espiritual e incoherencia, solo queda decir como Jesús clavado en la cruz y encarnecido: “Señor, perdónales porque no saben lo que hacen”.

El Señor es misericordioso, lento a la ira, y rico en clemencia, pero también cuestiona todo tipo de determinismo o fatalismo que pretenda justificar la indiferencia como única respuesta posible. Y a veces, muchas veces, nos olvidamos de ser buenos samaritanos, y recogemos la mano del camino para no extenderla a quien la necesita, porque ponemos a un lado el imperativo de amar y cuidar al otro, de cultivar la rosa blanca, para vivir en un grupo cerrado, de conformismo, de aislamiento no solo físico sino espiritual, que limita los sentimientos y fomenta la indiferencia. Indiferencia que paraliza, que conduce a la cultura del “sálvese quien pueda” y olvida la dimensión comunitaria de la persona; todos ellos síntomas de una sociedad enferma, cuya única supuesta fortaleza es construirse a espaldas del dolor de sus miembros. Salir de nuestras zonas de confort, buscarse lío como dijo el Papa a los jóvenes cubanos en su visita a La Habana, es también alterarse por el sufrimiento de los demás, por el sufrimiento humano en general. Quedarse en la pasividad del silencio, la complacencia con los que gritan agravios impunemente, violentan una vivienda, o lapidan a un hermano bajo el escudo de las redes sociales, es convertirse en los dos personajes negativos de los que nos habla la parábola, aquellos que pasaron de largo y pudiendo hacer, dejaron al malherido al borde del camino, a merced de la misericordia de otro de corazón digno.

La falta de un proyecto de vida personal, de proyecto de sociedad, de país y de aldea global reafirman la necesidad de que la “ley fundamental de nuestro ser es que la sociedad se encamine a la prosecución del bien común y, a partir de esta finalidad, reconstruya una y otra vez su orden político y social, su tejido de relaciones, su proyecto humano” (F.T. No. 66). Esa carencia nos hace menos dignos porque no se ejercitan la fraternidad y el amor, se vive en la desidia que alcanza límites inimaginables, y hace cuestionarse en ocasiones la propia naturaleza humana, porque no se reacciona ante lo que claramente atenta contra nosotros mismos. Nos dice el Pontífice que “la desidia social y política hace de muchos lugares de nuestro mundo un camino desolado, donde las disputas internas e internacionales y los saqueos de oportunidades dejan a tantos marginados, tirados a un costado del camino” (F.T. No. 71). Obviamente la propuesta a seguir es la que suma y multiplica, no la que divide y disminuye el número, las fuerzas y los sentimientos; es la convocatoria a exteriorizar, mostrar para con el otro lo mejor del espíritu humano, y no lo peor como vemos en algunos casos.

Volviendo a los mencionados y nefastos actos de repudio, reafirmo que son inadmisibles en tanto atentan contra la dignidad humana, incitan al odio y la violencia, y constituyen una flagrante transgresión de los derechos humanos universales. Insisto en el modelo del habitante de Samaría que se detuvo y no pasó de largo, se implicó y se comprometió sin esperar beneficios por sus buenos actos, consciente de que la solidaridad y la responsabilidad para con el prójimo son deberes y actitudes que nos hacen crecer en el amor. ¿Cómo entonces alzar tan solo una palabra que ofenda al hermano que es semejante en derechos y dignidad? ¿Qué beneficios obtiene quien suelta su lengua para pronunciar consignas, improperios e incoherencias con un marcado trasfondo político manipulado? “Al atardecer de la vida nos examinarán del amor” (San Juan de la Cruz), y cuando se ha traspasado el umbral del respeto al prójimo y vejado su libertad personal ¿qué quedaría para responder en ese examen de conciencia? Quizá el viejo y repetido argumento de mirar hacia fuera, y poner la responsabilidad en los demás, en el ente manipulador, en el enemigo externo construido, justifiquen la beligerancia de las actitudes propias. Es lamentable que la masa enaltecida que grita improperios a un ciudadano común, hermano suyo en derechos, deberes y necesidades, a la vez que pronuncia consignas, considere que lo que hace es políticamente correcto. Debemos echar fuera las manipulaciones ideológicas para dar entrada al amor universal. Ese examen final personal también llegará a quienes hayan sido responsables de “hundir a un pueblo en el desaliento”, a los constructores de “un círculo perverso perfecto” que establece “la dictadura invisible de los verdaderos intereses ocultos, que se adueñaron de los recursos y de la capacidad de opinar y pensar” (F.T. No. 75).

Es la hora de ejercitar el amor, la caridad como una de sus formas de expresión, y potenciar el papel de la iglesia, y de todos los hombres de buena voluntad, en la condena de todo acto de violencia y manipulación. La historia del abandonado es una historia que se repite. Hagamos que también se repitan las actitudes de buen samaritano y que crezca el amor hacia un prójimo sin fronteras.

 


  • Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
  • Licenciado en Microbiología.
  • Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
  • Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
  • Responsable de Ediciones Convivencia.
  • Reside en Pinar del Río.

 

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