Continúo leyendo la Carta Encíclica Fratelli tutti. Me he propuesto un capítulo semanal para poder interpretarla, releerla, aplicarla según las realidades que vivo en Cuba. En esta ocasión corresponde el quinto capítulo titulado “La mejor política”, que aborda cuestiones relacionadas con el arte de servir y la vocación para trabajar constantemente en la búsqueda del bien común. Quizá sea el capítulo más relacionado con la vida de nuestras sociedades contemporáneas y no sea netamente catequético en el sentido estrictamente religioso. Y es que se inicia, se desarrolla y concluye con un llamado no a una buena política, sino a la mejor política que se pueda hacer. Una meta alta y clara que requiere la conjugación inseparable de profesión y vocación.
El Papa comienza hablándonos de algunas deformaciones que afectan a los gobiernos hoy día, como son los populismos y los liberalismos que intentan reformar códigos, patrones y prácticas comunes de nuestros pueblos y naciones. Precisamente cuando se habla de populismo nos referimos a esa pérdida o ignorancia de la legitimidad de los pueblos, que hace de estos cuerpos sociales, con apertura, dinamismo, identidad, síntesis y producción de valores autóctonos, instrumentos al antojo de quienes rigen desde la cúpula sus destinos. Los populismos clásicos se pueden detectar fácilmente a través de la identidad discursiva de los líderes, pero es importante relacionar también este polémico fenómeno con determinados rasgos de algunos proyectos que evocan cambios y pretenden indicadores de crecimiento. En este último caso el populismo se manifiesta “cuando se convierte en la habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder” (F.T. No. 159).
Hace un tiempo, precisamente en una conferencia sobre populismo en América Latina, el profesor presentaba un pequeño material audiovisual donde una de las frases más célebres, o al menos con una de las que me quedé, decía que “el populismo ama tanto a los pobres que los multiplica”. El Pontífice rememora en su discurso de 2015, dirigido al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, que “no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo”. El trabajo creador, concebido como forma de vida y potenciador del crecimiento espiritual pierde su sentido cuando no representa un espacio para la realización de la persona humana, ni una dimensión concebida para relacionarse con la comunidad a través de los talentos que han sido recibidos de Dios. Poner estos al servicio propio y de los demás es un deber de cada ciudadano responsable, y de quienes han de trabajar también, desde las estructuras de gobierno y las instituciones, por el bien común.
En ese largo camino de abogar por la mejor política no se debe dar cabida a que las ideologías, ya sean de un color o de otro, dividan a los hombres. “Es necesario fomentar no únicamente una mística de la fraternidad sino, al mismo tiempo, una organización mundial más eficiente para ayudar a resolver los problemas acuciantes de los abandonados que sufren y mueren en los países pobres. Esto a su vez implica que no hay una sola salida posible, una única metodología aceptable, una receta económica que pueda ser aplicada igualmente por todos, y supone que aun la ciencia más rigurosa pueda proponer caminos diferentes. (F.T. No. 165). Claro está que en la pluralidad está la clave, el principal desafío es aceptarla, respetarla, convivir con ella y con todos y cada uno de los ciudadanos que desde su espacio de realización personal intentan trabajar por y para la política. Para ello hay que retomar la necesidad y urgencia de “un cambio en los corazones humanos, en los hábitos y en los estilos de vida” (F.T. No. 166) y valorar más la calidad de las relaciones humanas. De esta forma la propia sociedad sería capaz de reaccionar ante desviaciones tales como abusos de los poderes económicos, tecnológicos, políticos o mediáticos.
Al tiempo que se escribe esta encíclica, la situación mundial es compleja, no solo desde el punto de vista político (en el que determinados conflictos parecen no tener fin, otros parecen estar germinando) sino también por la pandemia del Coronavirus que ha venido a demostrar la fragilidad de los sistemas económicos mundiales y también el valor de la dignidad humana. La necesaria inclusión conlleva a “pensar en la participación social, política y económica de tal manera «que incluya a los movimientos populares y anime las estructuras de gobierno locales, nacionales e internacionales con ese torrente de energía moral que surge de la incorporación de los excluidos en la construcción del destino común” (F.T. No.169).
Ser sembradores de cambios, generadores de procesos necesarios, fortalecer «los instrumentos normativos para la solución pacífica de las controversias de modo que se refuercen su alcance y su obligatoriedad” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, No. 145) “al menos debería incluir la gestación de organizaciones mundiales más eficaces, dotadas de autoridad para asegurar el bien común mundial, la erradicación del hambre y la miseria, y la defensa cierta de los derechos humanos elementales” (F.T. No. 172). El papel de las agrupaciones y organizaciones de la sociedad civil junto al Estado, con sus funciones únicas e indiscutibles, es fundamental para superar esas inercias viciosas de las que habla el Papa, y que sufrimos muchos pueblos al estar atados al pasado y aquejados de inmovilismos.
Caminar en política debe hacerse con mirada larga, previsora; proyectar hacia el futuro está antecedido por una verdadera y específica hoja de ruta, que evite dañinas improvisaciones, corcoveos o dobleces que conducen a las mencionadas deformaciones de la política: los populismos y los liberalismos. Hacer Política, en mayúscula, supone “una política que piense con visión amplia, y que lleve adelante un replanteo integral, incorporando en un diálogo interdisciplinario los diversos aspectos de la crisis” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, No. 207). Hacen falta voluntad y capacidad. “La sociedad mundial tiene serias fallas estructurales que no se resuelven con parches o soluciones rápidas meramente ocasionales. Hay cosas que deben ser cambiadas con replanteos de fondo y transformaciones importantes. Solo una sana política podría liderarlo, convocando a los más diversos sectores y a los saberes más variados” (F.T. No. 179)
La mejor política, a la que incorporamos el calificativo de sana, es a su vez, el ejercicio mayor de la caridad porque busca el bien común. “Cuando está en juego el bien de los demás no bastan las buenas intenciones, sino lograr efectivamente lo que ellos y sus naciones necesitan para realizarse” (F.T. No. 185). El espacio de realización plena de la persona es su comunidad, su pueblo. Este debe estar al servicio de las personas que le conforman y presupone el respeto de cada una de sus individualidades, rostros y carismas. Esa correlación persona-pueblo, comprometida con la verdad, requiere múltiples canales de expresión y participación social para que llegue a buen puerto.
Algunas claves en el ejercicio de la política podrían ser:
- Combatir la pasividad.
- Resolver urgentemente todo lo que atenta contra los derechos humanos fundamentales.
- Vivir y enseñar los valores del respeto, la tolerancia y la inclusión.
- Priorizar “la dignidad de todo ser humano sobre cualesquiera fuesen sus ideas, sentimientos, prácticas y aun sus pecados” (F.T. No. 191).
- Desterrar “los fanatismos, las lógicas cerradas y la fragmentación social y cultural” porque “un buen político da el primer paso para que resuenen las distintas voces. Es cierto que las diferencias generan conflictos, pero la uniformidad genera asfixia y hace que nos fagocitemos culturalmente. No nos resignemos a vivir encerrados en un fragmento de realidad” (F.T. No. 191).
- “Y cuando una determinada política siembra el odio o el miedo hacia otras naciones en nombre del bien del propio país, es necesario preocuparse, reaccionar a tiempo y corregir inmediatamente el rumbo” (F.T. No. 192).
Que el amor, que nos reúne a todos en torno a la mesa-altar de la Patria, sea la fuente inspiradora de la política, y nos permita responder, también al atardecer de la vida, ¿cuánto bien hemos hecho en el ejercicio de servir a la tierra que nos vio nacer?
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.