Abrir los templos al culto: ¡También de primera necesidad!

Jueves de Yoandy

En medio de una pandemia hay que escoger entre necesidades primarias e insustituibles, y todo lo demás. Es tiempo de discernimiento en que se ve la vida y la convivencia social bajo una perspectiva diferente. Hay que ir a lo esencial y posponer lo accesorio. Esa escogencia es muy difícil y en ocasiones se hace tan simplista y animal que llegamos a una concepción reductora de la dignidad humana.

He escuchado con no poco asombro que, con frecuencia, se reduce tanto la condición humana que solo se identifican como necesidades de primer orden: el comer y la salud física. Esas son también las necesidades primordiales de animales y plantas. La vida es más que alimento. Y el cuerpo es más que vestido o salud física.

Cuando la existencia humana se reduce a las necesidades fisiológicas comunes con el reino animal, se está desconociendo la verdadera naturaleza humana, cualitativamente superior y diferente de la animal y vegetal, aunque tenemos algo en común. La condición de ser humano no solo tiene necesidades fisiológicas primarias. Somos una compleja unidad sico-somática-espiritual. Esa “unidad sellada” no puede desarmarse en piezas o mecanismos que funcionen independientes entre sí. Es lo que llamamos en biología el organismo como un todo, o lo que leemos en la Biblia: “pues si todo se redujera a un miembro, ¿dónde quedaría el cuerpo?” (1 Cor 12,19).

Al intentar separar las partes de esa “unidad”, se lesiona la dignidad y se va contra la naturaleza humana al considerar que las personas se deben conformar con comer y dormir. Se aplasta su vida psicológica, emocional y espiritual. De igual forma se mutila y daña el desarrollo humano integral cuando, por el contrario, solamente se trata de satisfacer la dimensión psicológica de la persona, olvidando o posponiendo sus necesidades fisiológicas. Este error se llama psicologismo reductivo. Otro problema sería atender, solamente, el componente espiritual del ser humano mientras sufre hambre o enfermedad por causa de injusticias.

De este modo, ante una crisis pandémica como la que vivimos por la COVID-19, se hace del todo necesario insistir en que las necesidades primarias de la persona humana en su complejidad existencial son: las necesidades fisiológicas, las necesidades psicológicas y las necesidades espirituales. Todas ellas inseparablemente relacionadas entre sí.

Cuesta entonces comprender y aceptar que se busquen soluciones para las necesidades fisiológicas y materiales, y se bloqueen, pospongan o minusvaloren las necesidades psicológicas y espirituales. Pareciera como si con un poco, bastante poco, de comida, se resolviera la atención humana.

No es así, ni deberíamos aceptar que nuestra existencia sea reducida “al pollo, el aceite y el detergente” como necesidades básicas. Mientras tanto las necesidades de atención psicológica como la asistencia emocional, relacional, la búsqueda de sentido y motivación, el equilibrio entre el yo profundo, lo cognitivo, lo volitivo, lo sensitivo y lo proactivo, se pierde o se descompensa.

Quiero detenerme también en otra de las necesidades primarias -según esta concepción integral u holística de la persona humana: sus necesidades espirituales, entre ellas la de la asistencia religiosa, que es un derecho inviolable de toda persona aunque esté presa.

No es fácil de explicar, o de comprender, por qué las Iglesias han tenido que cerrar la participación de los creyentes en sus cultos, aún observando todas las medidas sanitarias, mientras el gobierno declara que el país no ha perdido su vitalidad, y especifica que los centrales azucareros y otras fábricas están funcionando, la agricultura sigue para producir alimentos, las construcciones y las inversiones también… Luego pareciera que lo que está cerrado son las escuelas, la movilidad, la participación en los cultos, y poco más.

Los que somos creyentes, en mi caso cristiano católico, no tenemos derecho a participar físicamente en nuestros sacramentos, una necesidad básica insustituible. Si podemos prescindir de ello por más de tres meses, de forma general y completa, ¿cómo podemos sostener que nuestra religión no puede ser intimista, individualista, televisiva?

Mi opinión es que tomando todas las precauciones que orientan las autoridades sanitarias, nuestros templos deben abrirse al culto participado, o de lo contrario las necesidades espirituales y el derecho a la libertad religiosa seguirán siendo bloqueados.

 


  • Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
  • Licenciado en Microbiología.
  • Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
  • Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
  • Responsable de Ediciones Convivencia.
  • Reside en Pinar del Río.

 

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