Cuando se habla de construir algo, se crean muchas expectativas, más aún cuando se trata de una obra que se comenzó a edificar desde hace muchos años. Comenzó en 1917, hace un siglo, por Rusia, después URSS, ahora otra vez Rusia.
Se formó el llamado “campo socialista”, catorce repúblicas se unieron al viejo imperio que ya no era de los zares viejos. Llegaron a formar parte con el tiempo media Europa: Polonia, Hungría, Rumanía, las tres repúblicas del Mar Báltico, la mitad de Alemania, entre otros. Y todos, seguían construyendo la obra del siglo XX. Pero ninguno acababa.
La construcción de un sistema que, en su teoría, se basaba en la propiedad estatal de todos los medios de producción, la centralización y planificación de toda la economía, y la distribución por parte del Estado según la máxima también teórica de “a cada cual según su trabajo” que nunca se cumplió. Y luego, más tarde, mucho más tarde que aún no ha llegado después de 100 años de otra utopía: “a cada cual según su necesidad”.
Cuando terminara esta primera etapa del edificio vendría entonces la fase superior y aún más avanzada: el comunismo, sociedad en la que todos los problemas fundamentales estarían resueltos, se terminarían las contradicciones esenciales a la sociedad y la ciencia y la técnica serían el motor de una sociedad donde el hombre dispondría de tiempos y espacios libres para dedicarlo a su superación intelectual estudiando carreras universitarias, disfrutando de la recreación en familia y cultivando la naturaleza que produciría todo lo necesario en abundancia y más. Las máquinas y la computación harían el trabajo más duro y el hombre solo tendría que construirlas y manipularlas a través de botones. La salud y la educación serían de la máxima calidad y de acceso universal. Todas las lacras sociales serían erradicadas, la cultura y el deporte serían de nivel olímpico, la vivienda y la alimentación serían como las del primer mundo pero para todos por igual y el mundo viviría en una paz sin límites.
Pero eso sería al final de la construcción, mientras, en las etapas anteriores, un pequeño grupo llamándose a sí mismos “vanguardia de la sociedad” ejercería, para bien de todo el pueblo lo que ellos mismos llamaban “dictadura del proletariado”. Hubo fundadores que duraron más de 70 años y no terminaron la obra, sino que volvieron al modelo capitalista. Otros comenzaron cuando ya aquellos habían abandonado la obra. Dejaron el nombre pero le pusieron un nuevo apellido: “el socialismo del siglo XXI”. Y comenzaron de nuevo a construir la obra del nuevo siglo que parecía un edificio distinto, pero que cada vez se parece más al que habían abandonado. Otro, en la lejana Asia, no podemos saber si lo ha logrado porque está tan cerrado que sabemos muy poco de su vida cotidiana.
La obra no ha podido avanzar aún en ningún lugar como se preveía, no se han dicho las causas internas, aunque se menciona mucho los embates de ciclones enemigos externos. Habrá que seguir esperando para ver si alguien puede disfrutar del paradisíaco lugar que llevaba un siglo construyéndose y no sabemos para cuándo podrá adelantar y terminar.
Pareciera que este costoso experimento con humanos ha sido y seguirá siendo el camino más largo para regresar al capitalismo, las empresas del capital en nuestro suelo así lo anuncian. Si la obra no puede terminarse en un siglo, deberíamos dejar libertad para comenzar algo verdaderamente nuevo y mejor.
Luis Cáceres Piñero (Pinar del Río, 1937).
Pintor.
Reside en Pinar del Río.