En el lenguaje popular existe una frase bastante común para referirse, en sentido figurado, a cuando alguien está en determinado periodo de ayuno o lleva mucho tiempo sin disfrutar de algo que le guste o sea necesario. Sé que muchos estarán pensando lo mismo que yo, que ha sido el móvil para escribir esta columna.
Los cubanos estamos atravesando una de las peores crisis, sino la peor, de nuestra historia. La carencia excesiva de alimentos, medicinas y recursos básicos para la subsistencia, han motivado una serie de consecuencias, todas ellas negativas que tributan a la vida en la desesperanza, la desesperación y la falta de alegría.
Aumenta el éxodo masivo hacia mejores destinos, que al ritmo y etilo en que vivimos nos supera hasta Haití (no hace mucho tiempo los cubanos viajaban en masa a este país caribeño a buscar productos para vender, desde ropa y alimentos, hasta medicina, aunque parezca mentira). La “ruta de los volcanes”, el parole humanitario, la reunificación familiar, la Ley de Memoria Democrática para nacionalizar a nietos y bisnietos de españoles, la deserción en eventos y delegaciones oficiales, el viaje sin regreso con visa de turismo, negocios, estancia, estudios, etc., han sido algunas de las inimaginables vías por las que los cubanos intentan escapar del caos en la Isla. Impresiona, a su vez, como dentro de Cuba pocos disienten públicamente, exigen sus derechos y, a veces, hasta justifican al sistema porque “los de arriba no se enteran” o el recurso de la doble moral “qué voy a hacer tengo que jugar en las dos aguas” y cuando emigran fundan grupos, publican desorbitadamente en las redes contra el gobierno o se construyen una causa política. Pero ese sería tema para otra columna, solo mencionarlo por estar asociado a la emigración que “pelea” desde allá con recursos, lo que no exigió aquí cuando le eran vejados.
Aumentan los males sociales como el robo y la violencia. Con la escasez de alimentos y de todo, proliferan las malas conductas de aquellos que no tienen escrúpulos para tomar lo que no es suyo. Los campesinos tienen que redoblar la vigilancia en sus fincas, buscar estrategias para proteger el poco ganado que va quedando y los cultivos. El hurto y sacrificio de sus animales de trabajo y el robo de las cosechas antes de estar listas o incluso cuando están ya recogidas en el campo es una práctica común en estos tiempos difíciles. O los ladrones son muy expertos o no es suficiente el trabajo de la policía, porque suceden y vuelven a suceder sin mayores consecuencias que las pérdidas para el propietario. Si por casualidad en pleno campo se enfrentan el ladrón y el dueño no se sabe ya si es mejor el robo, porque el enfrentamiento violento puede acabar con la muerte. En la ciudad es, y a plena luz del día o con las luces del alumbrado público en una arteria principal, están teniendo lugar crímenes que truncan la vida por robar una prenda o un vehículo.
Aumenta el índice de suicidios y trastornos mentales, porque la vida sin proyecto futuro, sin ver la luz del túnel cuando no se tienen resortes morales y otros mecanismos de compensación, se adentra en un espiral de soledad, agobio y caos que necesita asistencia eficiente y eficaz a tiempo. Cuando alguien muere por estas causas estamos hablando también de crímenes de lesa humanidad. Nada ni nadie paga lo que vale una vida humana.
Y así podríamos engrosar la lista de calamidades y consecuencias negativas a las que conlleva el no tener esto o aquello y, en ocasiones, el no tener nada.
El cubano ha perdido su talante alegre, quizá se ha cansado de ser resiliente en demasía, cuando lo era muchas veces sin saberlo. La mochila pesa porque no es que no hay pan, ni agua, literalmente, sino que no hay aceite, pollo, frijoles, sal, azúcar y así, sucesivamente. Eso sí, parece que con el permiso y reconocimiento a las Mipymes, nos han venido acostumbrando a que no hay pan normado pero lo puedes comprar con el privado; no hay agua, pero las pipas que abastecen rellenando en los únicos acueductos que existen, estatales, pueden llegar hasta la casa por unos cuantos miles de pesos cubanos; no hay aceite, pero sí en los combos desde el exterior, en los envíos, en las tiendas por MLC o en las Mipymes de diferentes marcas y precios; no hay pollo para niños ni por dieta según la libreta de racionamiento, pero piezas de muslos, muslos y contramuslos o pechugas, en unos pocos kilogramos, aparecen a más de la mitad del salario de un profesional de la salud; no hay frijoles, pero las Mipymes tienen de marcas americanas como Goya; no hay sal, porque los mares de Cuba no son tan salados, o no sé si esto funcionaba para la ausencia de pescado; no hay azúcar porque dejamos de ser una potencia azucarera hace mucho. En fin, dejamos de ser, hace mucho, muchas cosas, pero lo que no podemos dejar de ser es personas libres.
Hagamos cumplir aquello de que “no solo de pan vive el hombre”. Vive más de libertad, de relaciones humanas y del amor. Que ni a pan ni agua nos ganen cuando se trata de sacar de dónde no hay para aferrarnos a la vida que es única e irrepetible. Que en esta Navidad, que significa eso, nacimiento y luz, aumente el pan material y espiritual en nuestras vidas.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.