Miércoles de Jorge
Que la economía se sienta en la vida cotidiana de la gente, es la mejor medida que podemos tener de que las cosas funcionan. De nada sirve aferrarse a un discurso, por más prometedor que parezca, o a cualesquiera que sean los argumentos que se usen para defenderlos, si en la práctica, el día a día de la gente demuestra que ese discurso y el modelo o sistema al que representa no es efectivo.
Por muchos años en Cuba se ha hablado de la necesidad de reformas económicas, y en disímiles ocasiones las autoridades han hecho intentos de reformas para mejorar las condiciones de la economía. La última, y probablemente una de las más desastrosas en los últimos sesenta y tres años, ha sido la llamada “tarea ordenamiento”, que en lugar de ordenar, generó grandes desórdenes en la economía familiar y nacional.
A pesar de los intentos, lo cierto es, que la crisis económica sigue: los salarios no alcanzan; existe profunda escasez de alimentos, medicinas y otros bienes y servicios básicos; se limitan profundamente las libertades económicas (desde las más básicas hasta las más complejas); la mayor parte de la población no cuenta con ahorros ni riquezas, no es posible para muchos cubanos acceder a opciones de ocio de acuerdo a sus gustos e intereses, entre muchos otros problemas que podríamos listar y que son bien conocidos por todos.
Sobre estas últimas variables es que deberían impactar las reformas que se implementan desde el poder político, pues es impactando en ellas que podemos decir que el nivel y la calidad de vida de las personas está siendo impulsado, y con ellos se generan condiciones propicias para el desarrollo tanto en el plano personal como social y nacional. Obviamente, esto no ha ocurrido en Cuba, sino que por el contrario la mayoría de los intentos de reforma o medidas implementadas por el gobierno terminan generando efectos negativos en lugar de estimulando esas variables.
Siempre que una reforma o medida favorezca la permanencia de una élite política en el poder, fortalezca una ideología, sirva para beneficiar a unos pocos, o cualquier otro resultado que generen se aleje de unatransformación positiva en las condiciones de vida de las personas, de todos los cubanos en este caso, entonces esas reformas o transformaciones son contraproducentes y han de ser corregidas. Esa corrección, al mismo tiempo, no deben dilatarse como a menudo ocurre en Cuba, pues entonces los efectos negativos se pueden multiplicar y luego ser más difíciles de revertir.
Ojalá que las autoridades cubanas entiendan esto de una vez, y se decidan a realizar transformaciones que sirvan para que los cubanos puedan prosperar y desarrollarse plenamente en su tierra, sin necesidad de abandonar el país. Para que además, la vida sea más alegre, más segura, más buena, y dejemos atrás la larga etapa de lamentos, frustraciones y daños provocados por la mala gestión de la economía que en los últimos sesenta y tres años han hecho quienes están en el poder.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
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