Por estos días muchas familias cubanas sufren el dolor de la separación, la incertidumbre de ver a algunos de sus miembros lanzarse a la aventura de la emigración, la zozobra que genera la incomunicación durante un tiempo difícil y en ocasiones muy largo. Cuba ha vivido uno de sus mayores éxodos porque, como suele suceder en la mayoría de los casos, el gobierno señala como responsables a los que se marchan o tergiversa la situación para llegar, a fin de cuentas, al mismo punto de siempre: no se atacan las causas y por ende persiste el problema.
Es doloroso escuchar en los medios oficiales y en espacios estelares cómo se esgrime aquel viejo argumento de que la causa de la emigración cubana hacia Estados Unidos, donde reside la más amplia comunidad exiliada, es precisamente la política de Estados Unidos hacia Cuba. Otro de esos argumentos, que se cae por su propio peso, es aquel que propone no politizar el asunto porque migrantes hay de todos los orígenes del mundo y en ningún caso se mezcla con política. Una vez más se ataca al país receptor y no se analizan, al interior del país emisor, las disímiles motivaciones para la estampida.
Son diversas las causas, la mayoría excusa que lo hace por motivos económicos. El asunto es no meterse, en ningún caso, en política. Nos han enseñado desde niños que ese término está satanizado, y que todo ahí es sucio por aquello de malos ejemplos de políticos, malversadores, rectores de políticas públicas fallidas, gobiernos dictatoriales, populismos y nuevos males que atentan contra la democracia y el ejercicio libre y responsable de la ciudadanía. Y es que olvidamos que toda causa sea económica, social o cultural, tributa y depende del orden político en sistemas totalitarios.
Cuando alguien emigra porque no le alcanza su salario, no puede mantener a su familia, no alcanza a abastecer su hogar con los nuevos precios y monedas extranjeras con las que no nos pagan ni nos venden, ¿se trata de un problema económico o de un problema político? Se trata de una situación económica provocada por decisiones políticas.
Cuando alguien emigra decepcionado de su profesión de médico, porque no existen los insumos para atender dignamente a una persona, no puede indicar el tratamiento correcto como consecuencia de la escasez de las medicinas más elementales que pueden ir desde un analgésico hasta un antibiótico, se ha cansado de mentir, rellenar planillas y escribir, escribir y escribir como si fuera la única función de un profesional de ese gremio, ¿se trata de un asunto del sector de la salud o de un asunto relacionado con la política? Se trata de un problema de salud producto de unas decisiones políticas.
Cuando un artista emigra en busca de mejores nichos de desarrollo artístico, de mejores escenarios donde impere la libre creación, el respeto a las manifestaciones artísticas, donde se valore más la obra y al autor que su significado político ideológico, ¿se trata de un problema del arte o de un problema de la política que se ha colado en el mundo del arte? Se trata de las decisiones políticas que invaden el mundo de la cultura.
Cuando un estudiante decide abandonar sus estudios porque no ve futuro en esta Isla y convence a sus padres para poder emigrar, ¿se trata de una decisión arbitraria de un adolescente o joven, o de una responsabilidad política que ha limitado la capacidad de soñar y proyectarse en este país? Se trata de decisiones políticas que bloquean el proyecto de vida de los jóvenes o los condiciona a una ideología.
Estos son solo algunos de los escenarios en los que se pone de manifiesto que la mala praxis política ha conducido a un estado de opinión desfavorable, y más que a un estado de opinión, a un estilo de vida que solo con mucha fuerza interior, fe y esperanza, puede ser soportado. No debemos culpar, ni criticar a quienes han decidido emigrar y han encontrado las vías, la mayoría de las veces demasiado riesgosas, para escapar. Es un alto precio para vivir en libertad y con oportunidades.
Confieso que soy de los que se queda en esta Isla, pero respeto mucho y considero que hay que tener mucho valor para arriesgar hasta la vida en busca de un futuro mejor. Eso sí, no olvidemos cuál es la causa, ni busquemos culpables fuera de la Isla cuando la responsabilidad de todo éxodo masivo está dentro. Ese tipo de argumentos vuelve a sonar a discursos manidos, panfletos redactados desde arriba, y justificaciones que indican la falta de humildad para reconocer que la situación es extraordinariamente alarmante y que somos un país en fuga.
Cuba duele, cada hermano que “se va” duele. Ya son muchos los cubanos que se han ido. A cada uno nos puede tocar de cerca una historia triste, y no queda más opción que resignarse a asumir que la libertad cuesta muy cara: a veces el precio es huir en su búsqueda, o permanecer trabajando desde la sociedad civil con la certeza de que más temprano que tarde ese derecho divino lo habremos conquistado.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.
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