La realidad actual nos impone, sin dudas, importantes desafíos. En un contexto de cambio de época, de individualismo profundo, relativismo y otros males que nos alejan de los demás y nos invitan a centrarnos en nosotros mismos, es importante retomar como criterio de juicio fundamental el valor de la persona humana y su correcta concepción. Precisamente, el no entender y valorar a la persona por lo que es, nos lleva a someterla a sistemas políticos e ideológicos, al consumo u otros dioses, a los avances científico-técnicos, y otras realidades.
Resulta vital entender que valemos por el mero hecho de existir, que tenemos dignidad, que los que nos rodean también la tienen, que no somos islas y que inevitablemente necesitamos relacionarnos con los otros como forma de crecimiento personal y también como servicio a los demás. Entender que vivimos en sociedad, que tenemos derechos y responsabilidades, que nuestra libertad no es tal cuando se usa para limitar la libertad de otras personas o cuando afecta el bien común. Estos son criterios que permiten a la vez, evaluar la realidad en que vivimos, diagnosticar muchos de los problemas que vemos, y pensar en soluciones, en formas de construir una mejor sociedad, de encontrar más felicidad y desarrollo pleno en lo personal y en lo comunitario.
Asumir la realidad de la forma más adecuada implica tomar conciencia de nosotros mismos, de quienes somos, de lo que significa nuestra existencia, del valor que representamos para los demás y del que ellos representan para mí. En ese sentido resulta fundamental nuestra participación en la construcción de una sociedad mejor y en el mejoramiento de las condiciones de vida de quienes nos rodean, el ejercicio de nuestra libertad siempre junto a la debida responsabilidad que impone el acto libre, la búsqueda constante y el descubrimiento de la verdad, el abandono de ideologías y otras formas de sometimiento de la persona humana.
Específicamente, la realidad actual, impone la necesidad de vivir en sociedad, de salirnos del individualismo que a veces nos absorbe y nos aísla, para entran en una dinámica de construcción de comunidades, de amistad social, de construcción fraterna y convivencia pacífica. Para ello el diálogo y la disposición a construir junto a otros es fundamental, un diálogo basado en la verdad, en el respeto, en la reflexión profunda y en argumentos sólidos, en la apertura a la diversidad, a la pluralidad, a las diferencias de cualquier tipo. Un diálogo que permita sustituir la violencia e instaurar la paz como modo de vida, que sirva para la resolución de conflictos y para la construcción de consensos sobre los temas relevantes para la persona y la comunidad.
Así mismo no podemos asumir la realidad con prepotencia, creyendo que sabemos todo, que podemos controlar todo o dictar las formas como deben ser las cosas. Por el contrario, es necesario comprender que somos seres incompletos, que no tenemos toda la verdad, que a menudo erramos, que es imprescindible pedir perdón, ceder, cambiar determinadas cosas aunque no sea de nuestro agrado hacerlo. Solo así se logra el verdadero diálogo y encuentro entre las personas, se crean las condiciones para la paz social y para la convivencia civilizada de todos los ciudadanos.
Nuestra realidad, además, está marcada de forma especial por el auge de la ciencia y la técnica, por el uso indiscriminado de redes sociales, y otros fenómenos que se dan en entornos digitales y tecnológicos. Por lo que demanda también como criterio de juicio fundamental que tomemos conciencia de esos medios y de la relación que establecemos con ellos, para que bajo ningún concepto los veamos como fines. La tecnología y los avances de la ciencia han de estar a nuestro servicio, y no la persona a su servicio, y como tal hemos de poder usarlos para enriquecer nuestra existencia, nuestra experiencia personal y de los otros, la creación de comunidad, etc.
A menudo sucede lo contrario, por lo que la ética y la responsabilidad han de venir unidas al uso de estos medios. El afán del hombre de estos días de poder controlar cada vez más cosas por medio de la tecnología, y de sustituir la vida real por la vida virtual, lacera nuestra propia dignidad, pone en peligro nuestra relación con los que nos rodean, y por tanto daña a la sociedad. No se trata de negar, eludir o eliminar la ciencia y la tecnología y sus avances, por el contrario, se trata de saber dónde están los límites, hasta qué punto puede ayudarnos y en qué momento las personas podemos convertirnos en esclavos de ellas.
Por último, otro de los retos importantes que impone la realidad actual y también una correcta valoración y reconocimiento de la persona humana, es el valor de la inclusión. Con fenómenos como la globalización y las migraciones, o la existencia de sistemas políticos autoritarios, que son tan frecuentes hoy en día, abandonar el valor de la inclusión, la apertura y la tolerancia hacia el diferente, hacia el desconocido, hacia otros que valen tanto como yo pero que al mismo tiempo son diferentes a mí, puede traer trágicas situaciones para una sociedad.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
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