Para la economía cubana no hay otra prioridad que la de generar crecimiento. El crecimiento económico es siempre un fin de la política económica, es siempre una prioridad y una necesidad para cualquier economía. Para la cubana se ha convertido en una cuestión de sobrevivencia, en una cuestión de seguridad ciudadana y nacional, en un tema ético, político, social. Que la economía crezca no es la solución de todos los problemas, pero es, sin dudas, una condición necesaria para avanzar en otras direcciones. Es una condición imprescindible para mejorar las condiciones de vida de la gente.
Los problemas de crecimiento económico se vienen acumulando por décadas, y al contrario de como sugiere la propaganda oficial, no es un problema que responda única ni fundamentalmente a las sanciones de Estados Unidos a Cuba, sino un resultado de la incompetencia de las autoridades económicas, o al menos de lo erróneas que han sido las medidas y reformas que han adoptado en tal sentido. En este caso, me interesa reflexionar, en uno de esos errores que afectan directamente el crecimiento de la economía, se trata de la incapacidad de generar condiciones para que florezca un entramado empresarial saludable, más allá de la forma como se gestione la propiedad.
Para que una economía crezca tiene que haber empresas de éxito, esto es, empresas altamente productivas, innovadoras, eficientes, que aportan valor a la economía nacional. Empresas que creen empleos de calidad (dignos) y paguen salarios suficientes a sus trabajadores, que compitan para ofrecer un producto cada vez de mayor calidad y a precios más asequibles para el consumo, que respondan a incentivos, que gestionen eficientemente procesos, que paguen sus impuestos, cumplen las leyes. Empresas que creen riqueza y garanticen que haya “pastel” para redistribuir, contribuyendo de esta forma a enfrentar las desigualdades, la pobreza, y otros males que afectan a las personas.
Obviamente esta es una realidad lejana a la del panorama nacional. Y no es un problema del embargo, ni de la pandemia o ningún otro factor externo o coyuntural. El reciente artículo publicado en la prensa oficial sobre “la primera fábrica de nasobucos cubana” que se ha creado en Matanzas lo demuestra, y muchos otros ejemplos que a diario vemos. Tal y como sucede con el caso mencionado de producción de nasobucos, incluso cuando se cuenta con los recursos, con la inversión, a menudo no se gestionan esos recursos de manera efectiva. Este es un problema crónico de las empresas estatales cubanas.
Largas colas por desabastecimiento o por burocratismo, estructuras monopólicas que se tragan el salario de la gente y que con total impunidad no garantizan productos y servicios de calidad, mala atención al cliente, bajos salarios y malas condiciones laborales, corrupción e ineficiencia en su máxima expresión. Estas son realidades que a diario percibimos en las empresas cubanas, especialmente las empresas estatales, que son la gran mayoría de las existentes en el país.
Al mismo tiempo, es evidente, que con formas de gestión de la propiedad más descentralizadas los resultados son mejores para la gente. La participación que tiene el sector privado en la producción de alimentos en el país (superior a la de las empresas estatales en la mayoría de las producciones), los mejores salarios que a menudo se perciben en empleos del sector privado, la innegable ventaja de este último en cuanto a calidad y atención al cliente, entre otros elementos relevantes, deberían ser suficientes para que la apuesta por la empresa privada en Cuba sea verdadera y profunda. Una apuesta que cree las condiciones para que el aporte de este sector al crecimiento sea cada vez mayor.
Habrá que ver si la apertura que se está dando por estos días con la creación de micro, pequeñas y medianas empresas, avanza en ese sentido o si se frena por el camino como ya en otras ocasiones ha sucedido. Lo cierto es que un país que aspire a mayores grados de crecimiento económico debe prestar especial atención a su tejido empresarial. Debe diseñar instituciones que aunque regulen de forma indirecta el funcionamiento del mercado, al mismo tiempo estimulen, incentiven, y acompañen a las empresas (de cualquier tamaño o forma de gestión de la propiedad) de forma proactiva.
De igual forma, habrá que ver si la tarea ordenamiento y demás medidas que se han implementado para el sector empresarial estatal, se traducen en condiciones propicias para que este despegue y supere la decadencia con la que por décadas se ha caracterizado. No es la primera vez que se habla en Cuba de descentralizar, de dar autonomía, de “perfeccionar” a las empresas estatales. Sin embargo, el resultado en seis décadas nunca ha sido exitoso en cuanto a creación de un sólido y eficiente entramado empresarial que favorezca el crecimiento sostenido de la economía y el desarrollo económico.
- Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
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