Muchas cosas daban fe de la necesidad de un proceso de diálogo intergeneracional en Cuba, pero ninguna como los sucesos acontecidos en torno al estallido social del pasado 11 de julio de 2021. Sin duda una fecha para la historia de Cuba, entre otras cosas por poner sobre la mesa temas de los que a veces no se habla en el seno de muchas familias, temas que atañen a diferentes generaciones de cubanos y que levantan ronchas a veces difíciles de sanar, pues cada generación los asume de forma diferente.
No solo al interior de las familias sino en la sociedad cubana en general se ha hecho evidente la ruptura -a veces profunda- existente entre nuestra generación (los milenials, los durakitos, los nacidos de los noventa en adelante y en algunos casos en los ochenta) y por otro lado la generación de nuestros padres y abuelos, pero sobre todo la de nuestros padres. Las formas de ver Cuba, el futuro, la llamada “revolución”, las formas de comportamiento, todo es diferente, cosa que parece ser normal, pues hemos vivido experiencias diferentes y somos fruto de tiempos y circunstancias totalmente diferentes.
Lo que me causa desconcierto, es que he visto muchísimos casos de jóvenes de mi generación incomprendidos por sus padres, quienes están cansados, no creen que valga la pena buscarse problemas e ir contracorriente, no creen en la posibilidad real de un cambio, se conforman con las cosas como son. Sin embargo, en muchos de mi generación existe un profundo deseo de ser protagonistas del futuro, de expresarnos libremente, de construirnos un mejor país, un mejor futuro, de cambiar las cosas que deban ser cambiadas y no solamente aquellas que las autoridades autoricen a cambiar. Nuevamente, no creo extrañas las diferentes perspectivas entre generaciones, es normal; lo preocupante es cuando no sabemos dialogar, cuando no ponemos como principio inviolable en nuestras relaciones con las demás generaciones el respeto a la libertad de cada cual.
Los jóvenes de mi generación, a veces sin saberlo, quieren y luchan por ser libres, por ser dueños de su vida, por romper las ataduras ideológicas y políticas que limitan nuestros derechos, por satisfacer sus necesidades materiales y espirituales. Los jóvenes de mi generación parecen cansados de escapar por mar, de morir intentando cruzar una selva en Centroamérica para llegar “al norte”, de sobrevivir en un país donde no tienen proyectos de vida o donde estos se tronchan por el sistema político y económico-social imperante. Los jóvenes de mi generación se cansaron de marchas, de asentir con la cabeza, de obedecer, de aparentar ser revolucionarios, de bajar la voz y de no buscarse problemas.
No se trata de jóvenes confundidos, no se trata de gente pagada por poderes foráneos, no se trata tampoco de románticos y rebeldes que no entienden las cosas y pretenden transformar la realidad de manera irracional e ilusoria. Se trata, por el contrario, de una generación de jóvenes que ha tomado conciencia de la realidad que se vive en Cuba desde hace sesenta años, que ha visto cómo sus padres han vivido lo peor de ese sistema sufriendo limitaciones insensatas (no poder viajar, no poder entrar a hoteles, no poder ejercer los mínimos derechos y libertades económicas y políticas, entre muchos otros absurdos), y a pesar de que muchos de la generación de nuestros padres se conforman con lo que han vivido, o no tienen el valor o las fuerzas de intentar algo diferente, nosotros sí queremos cambiar las cosas, sí queremos derechos y libertades, democracia y Estado de Derecho, progreso económico y desarrollo verdadero.
Es por ello por lo que muchos salimos a las calles el 11J, no para contrariar ni para preocupar a nuestros padres, sino para intentar ser los protagonistas de nuestras vidas y los arquitectos de nuestro futuro. Lo que queremos no es otra cosa que libertad y oportunidades, y lo que necesitamos es ser acompañados por los mayores, para con su experiencia, su cercanía y su guía andar con pasos más firmes y certeros. En tal sentido, se impone un diálogo entre generaciones en Cuba, uno verdadero, que nos lleve a encontrar soluciones justas y buenas para todos.
- Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
- Laico católico.
- Licenciado en Economía. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.