Una de las noticias más sonadas en los últimos tiempos respecto a la economía cubana, es la referente a la autorización para la creación de micro, pequeñas y medianas empresas. Una exigencia de hace años del sector privado cubano, de académicos y expertos que año tras años han propuesto esa medida como una de las pocas que -bajo ciertas circunstancias- podría ser una reforma importante para la economía. Los positivos efectos potenciales de este tipo de empresas se centran principalmente en la creación de empleos, en su capacidad para complementar al sistema empresarial estatal, generar más oferta, aportar a la disminución de las desigualdades, y también pueden ser determinantes para potenciar la innovación, la productividad y el crecimiento en sentido general.
Por estos motivos, y muchos otros, es muy positiva la legalización de este tipo de empresas, especialmente las privadas y mixtas. Como resultado de esta transformación en la economía, otras podrían sucederle también, como lo es la lógica expansión del sector privado en cantidad pero también en cuanto a impacto e importancia para la economía del país. No obstante, sería iluso creer que los problemas -estructurales, profundos y diversos- que tiene la economía se resolverán con esta reforma, como lo sería también que este paso -positivo en sí- es todo lo que debemos hacer para lograr el éxito de las MIPYMES y su consecuente impacto positivo para la sociedad.
El enfoque respecto al sector privado, que ahora incluirá a este importante sector económico, es una de las primeras cosas que deben transformarse de una vez. No es posible que el sector privado se logre desarrollar si nuestras autoridades, instituciones y las propias empresas estatales, lo conciben como un mal necesario, idea aparentemente en el pasado, pero muy presente cuando de regular y controlar al sector privado se trata. Es imprescindible cambiar ese enfoque. No hacia uno en el que se idealice a las empresas privadas, y se les deje hacer y deshacer, sino uno en el que se les deje hacer tanto como sean capaces de aportar sin afectar el bien de la sociedad. Ahora bien, el bien de la sociedad, no reside -de ninguna manera- en la subsistencia de un sistema o ideología política, sino en la plena realización de cada una de las personas que la habitan y en el respeto de su dignidad. Esos han de ser los únicos límites a las MIPYMES en Cuba, si es que verdaderamente pretendemos que sea un sector determinante para el desarrollo económico y social.
Como sucede siempre que se analiza una reforma económica en Cuba, el problema no se soluciona fácilmente, no se resuelve por arte de magia. De nada sirve la palabrería, de nada sirve empeñarse en aprobar cientos de medidas (63 fueron aprobadas solo para la agricultura hace unos meses y permanece la escasez de alimentos en los agro mercados, los campesinos siguen sin incentivos para producir y sin acceso fácil a insumos y capital), o en incorporar nuevos conceptos a la economía nacional. Lo verdaderamente determinante será la profundidad con que se acometan las reformas, la voluntad política de potenciar las fuerzas productivas más allá del discurso, aunque ello imponga la necesidad de renuncias de tipo políticas e ideológicas.
Podemos tener MIPYMES en Cuba e incluso grandes empresas privadas, y eso no significa que automáticamente la gente tendrá satisfecha sus necesidades, ni que la economía crecerá a unos niveles que garanticen el desarrollo personal y social. Hace falta, por el contrario, un compromiso claro y continuo con la persona concreta, con el cubano que necesita vivir de su salario, emprender con libertad, encontrar en los mercados lo que necesita y a un precio no privativo, así como contar con unas oportunidades reales -no existentes solo en discursos y propaganda oficial- que le permitan gestionarse el tipo de vida que desea en consonancia con el bien común, que siempre incluye el bien personal.
Lo anterior, una vez más, no significa que sea un paso erróneo lo anunciado por estos días de expandir el trabajo por cuenta propia, las cooperativas no agropecuarias y de crear MIPYMES. Todo lo contrario, es algo sumamente alentador y positivo en sí. Ahora bien, la cantidad de problemas que se resolverán a partir de esta reforma no depende de la simple existencia de estos actores sino de un decidido compromiso de apoyo a ese tejido empresarial, de las libertades, facilidades y acompañamiento que se les dé (no para controlar sino incentivando su crecimiento y aporte a la sociedad), de la decisión gubernamental de dejar a la gente (en este caso agrupadas bajo estas formas de propiedad) explotar su creatividad y sus talentos sin límites políticos ni ataduras ideológicas.
- Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
- Laico católico.
- Licenciado en Economía. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.