A pesar de la propaganda socialista y de los slogans que desde pequeños nos hablan de lo solidarios y entregados que somos los cubanos, la realidad parece contradecir lo anterior, y ofrece elementos suficientes para firmar que en Cuba -como en el resto del mundo- existe un profundo individualismo que llega a resultar nocivo para la salud espiritual en el plano personal y social, para la convivencia sana y respetuosa entre todos.
Con frecuencia observamos comportamientos que responden a una antropología profundamente individualista, y que por tanto, promueven y generalizan una visión de la persona humana incoherente con su propia dignidad y por consiguiente incapaz de garantizar las condiciones para que se genere un desarrollo pleno de la persona humana. No es posible que una persona crezca en el sentido amplio de la palabra, que una sociedad prospere material y espiritualmente, cuando estos procesos no son para todos, cuando benefician a unos a costa del bienestar de otros, cuando predomina la visión individualista que nos invita a mirar solo nuestros problemas, y nuestros sufrimientos, o peor a ignorar los ajenos como medio para beneficiarnos.
Desgraciadamente, esto no es un problema de países con economía de mercado, como a menudo se pretende hacer creer a los cubanos, sino que en Cuba, también existen -y ganan terreno ante la crisis- tendencias y comportamientos individualistas. El “sálvese quien pueda”, el “tirar para los míos y no importa qué pase con lo otros”, el “mientras no se metan conmigo no me importa lo que pase a los demás” y muchos otros recursos que a diario escuchamos en las calles cubanas, nos demuestran lo anterior, y nos invitan a una reflexión sobre la importancia que tiene -o debería tener- para nosotros la persona del otro.
Existen muchos ejemplos, pero ninguno como las situaciones generadas por la pandemia de la Covid-19 nos ha recordado con tanta eficacia, contundencia y terror, que es -hoy más que nunca- necesario superar estas visiones individualistas y avanzar hacia una sociabilidad humana verdadera, esto es a nivel personal y comunitario, a nivel local, nacional y global. La pandemia nos ha puesto a prueba, ha retado nuestra capacidad de pensar en los demás, de preocuparnos y ocuparnos no solo por las cuestiones específicamente personales sino por aquellas que atañen a la familia, a la comunidad, a la sociedad en general.
Para vencer las ideologías que se sustentan en el individualismo, y ser capaces de convivir más y con más calidad, junto a quienes nos rodean, existen algunas estrategias que podríamos desarrollar en nuestra cotidianidad. Estas estrategias pudieran ser muchas, entre otras sugeriría las siguientes:
- Respeto y reconocimiento de los derechos y libertades fundamentales de todos los seres humanos. No es posible construir convivencia ciudadana alguna, si no se parte de la persona, de sus derechos y también de sus deberes, primero el derecho a la vida, a expresarnos, a asociarnos, a participar en los asuntos de interés para la nación, a tener propiedades, a movernos, a trabajar, y muchos otros -de primera, segunda y tercera generación- que resultan imprescindibles para la realización plena de la persona humana. Ahora bien, si bien existen entornos autoritarios como el cubano donde se dificulta el ejercicio de derechos y libertades fundamentales, y donde algunos son conculcados, también es cierto que siempre tenemos en nuestras manos la posibilidad real de ejercerlos en la medida que sea posible, o al menos de exigir que sean respetados y promovidos.
- En segundo lugar, es fundamental la educación no solo a nivel de escuelas e instituciones, sino también a nivel personal, en las familias, desde la sociedad civil, como herramienta capaz de generar personas que viven una vida con sentido, que son respetuosas, que cultivan el valor de la inclusión, que respetan la pluralidad, que promueven el diálogo, que están abiertos al cambio, a lo diferente, etc. Es decir, lograr ser personas en el sentido más pleno de la palabra, gente libre y responsables, que reconocen su necesidad de los otros, y también el valor que representamos para ellos, y que por tanto somos capaces de vivir en comunión con los demás, capaces de construir lazos de fraternidad, de responsabilidad, de solidaridad, salirnos del individualismo enajenante o del colectivismo que también despersonaliza, y construir un nosotros en el que relacionados por amor podamos avanzar en la búsqueda del bien común sin renunciar a la individualidad propia.
- Abandonar las ideologías y buscar la verdad, ir más allá de ciertas visiones que intentan explicarnos y convencernos de que las cosas son de una determinada manera, de mesianismos, de viejas y nuevas formas de maquiavelismos, de supuestas soluciones perfectas que han de ser asumidas por todos, de ciertos enemigos a los que debemos vencer, de divisiones entre buenos y malos. Las ideologías tienden a ser atractivas en algún grado o momento, y es imprescindible que seamos capaces de huir de estas fórmulas que intentan traer la “salvación” pero que en el fondo no son más que nefastas configuraciones que se fundamentan sobre la mentira y que siembran la desconfianza, la separación, el odio. Lo que podemos hacer concretamente, es emprender una búsqueda incansable de la verdad, y negarnos a ser parte de viejas y nuevas ideologías.
Si lográramos implementar, desde nuestros espacios y con los medios y capacidades con los que contamos, estas tres estrategias, seguramente estaremos más listos para crear esa sociabilidad que tan necesaria es en nuestros días. Estaríamos más preparados de lo que estábamos cuando fuimos azotados por la pandemia, y nos dimos cuenta de lo vulnerable que somos y de lo dañino que pueden resultar el individualismo, el aislamiento, los extremos, la exclusión.
- Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
- Laico católico.
- Licenciado en Economía. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.