Nadie cuestionaría la importancia de que los servidores públicos, en especial los políticos, practiquen unos valores mínimamente aceptados y exigidos por las sociedades a las que representan. No tendría sentido tener un representante machista o extremista, en una sociedad donde el rechazo al machismo y las posturas extremas representan un consenso y los ciudadanos desaprueban esas actitudes. Así también sucede con muchísimas otras actitudes negativas que como reflejo de la falta de valores a veces vemos en nuestros representantes.
Por estos días en los que los funcionarios cubanos se encuentran más expuestos que años atrás debido a las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, resulta relativamente fácil conocer a aquellos que nos representan, interactuar con ellos, y conocer determinadas facetas de sus comportamientos que en el pasado podrían pasar desapercibidas. Ahora también es más fácil desmentir determinadas fachadas que a menudo son construidas para ganar el apoyo popular, y ver la falta de escrúpulos y valores que detrás de este tipo de actitudes se esconden. Esta mayor exposición debería imponer la necesidad de que los políticos se cuiden más e intenten ser prudentes con sus comportamientos, actuando con la razón y no dejándose llevar por pasiones o emociones difíciles de manejar. Sin embargo, seguimos viendo como “representantes”, responsables de instituciones, aspirantes a cargos públicos, etc., expresan opiniones y practican actitudes que dejan mucho que desear, que reflejan un verdadero daño antropológico y falta de valores, y que por tanto avergüenzan a aquellos que en teoría representan. Algunos de esos valores fundamentales que no deben faltar en un buen representante, y que para los cubanos servidores públicos o aspirantes a servidores públicos, sean del gobierno o de la sociedad civil, deberían asumir como imprescindibles y practicar con verdadero compromiso son los siguientes:
- La decencia ha de ser una actitud fundamental en todos los seres humanos, pero de forma especial en aquellos que tienen o pretenden ocupar responsabilidades públicas. Es inconcebible que responsables de importantes instituciones, o aspirantes a cargos de representación, actúen de forma mal educada, que sean groseros, que tengan un lenguaje despectivo y prepotente, que muestren arrogancia y soberbia en sus actos, etc. Un buen servidor ha de ser una persona decente, una persona con buenos modales, que se sabe relacionar con el otro, y que no actúa por impulso ni pasiones desenfrenadas. No ofende, no discrimina, no falta al respeto, no es grosero ni mentiroso.
- En segundo lugar, las personas que asumen cargos de responsabilidad, esas en las que los ciudadanos deberían depositar la confianza para que gestionen la economía, la política y todos los asuntos que en sentido general atañen a la sociedad, han de ser personas responsables, que cumplan de manera coherente con los compromisos que asumen, que respondan cuando las cosas no van bien, que enfrenten los desafíos que plantea la realidad, entre muchas otras actitudes que demandan de responsabilidad. También quienes aspiran a la importante tarea del servicio a los demás han de practicar el valor de la responsabilidad, acompañante inseparable de la libertad y la toma de decisiones.
- El compromiso con la verdad es también valor supremo de aquellos en quienes depositamos nuestra confianza para guiar los destinos de la nación, resulta inaceptable la mentira, la doble moral, las fachadas, o cualquier otra deformación de la verdad. La verdad ha de ser respetada, reconocida y promovida, incluso cuando esto tenga consecuencias, incluso cuando tengamos que pagar un precio por ello. Un verdadero servidor público es aquel que es capaz de salirse de sí mismo y sacrificarse por los demás, aquel que se compromete con la verdad y la defiende hasta las últimas consecuencias, en lugar de buscar refugio o beneficios políticos mediante la mentira y la manipulación.
Estos y otros valores son de suma importancia en cualquier país del mundo, incluyendo Cuba, especialmente en tiempos tan convulsos como los actuales en los que el enfrentamiento, los extremismos, los populismos y otras tendencias políticas colocan como lo más importante a los intereses de grupos o partidos, y no a las personas y las sociedades a las que representan. Para ser fieles a la búsqueda del bien común, es necesario practicar estos valores humanos, y muchos otros sobre los que merece la pena seguir reflexionando en el futuro.
- Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
- Laico católico.
- Licenciado en Economía. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.