CUBA Y SUS DEPENDENCIAS

Lunes de Dagoberto

En estos días pareciera que Cuba vive pendiente de las noticias del exterior: las elecciones, no las de aquí sino en Estados Unidos; el bloqueo, no el de aquí, sino el de Estados Unidos; las deudas sin pagar, no las de aquí entre empresas y particulares, sino la de Cuba con el Club de París y otros; las alianzas entre economías, no las de aquí  entre el sector privado y la economía nacional, sino entre las de Cuba y Venezuela, ambas en la inopia.

Todos queremos y proclamamos la independencia y la soberanía del País, pero la realidad es que parece que dependemos en casi todo del exterior: antes vivimos de la extinta URSS, después comenzamos a depender de Venezuela que ahora propone unificar nuestras economías maltrechas y, más recientemente, pulula la pregunta: ¿cuál pudiera ser el próximo país que nos ayude si falla Venezuela? Rusia, China, Viet Nam… Pero, todos quieren mercado y Cuba no tiene con qué pagar.

El tema nos remite, una y otra vez, a un modelo económico-social que no funciona. Los retoques cosméticos o las reformas tangenciales no resuelven ni resolverán el problema medular. Una vez más es necesario identificar la causa, ir a la raíz del problema y aplicar ágil y ordenadamente las soluciones. De lo contrario, seguirán las dependencias.  Compartamos estos tres elementos básicos  que pudieran mejorar el estado de la cuestión:

  1. La soberanía de cada ciudadano, ejercida con todas sus libertades, derechos y responsabilidades, es la única base sólida y eficaz de la soberanía nacional.
  2. En el mundo globalizado e interconectado de hoy no existe, ni puede existir, la independencia total de un país o de una economía.
  3. Si la independencia absoluta no es posible, y la dependencia de otro país no es buena para el desarrollo del nuestro, entonces debemos garantizar estos cuatro pasos que conforman un proceso dinámico:
  • El pleno ejercicio de la soberanía del ciudadano, de sus libertades civiles, políticas, económicas, sociales y culturales en un Estado de Derecho.
  • Un modelo económico productivo, eficiente y sostenible que garantice las necesarias autonomías en la alimentación, la salud, el trabajo, la educación, la vivienda, el transporte, el comercio, la industria, la agricultura… y que conduzcan a un desarrollo humano integral y a un desarrollo económico nacional con justicia social y capacidad de comercio exterior.
  • Los dos anteriores factores nos prepararán para una integración regional e internacional sin asimetrías, sin dependencias económicas o ideológicas.
  • Y esa integración diversificada nos permitirá construir las interdependencias necesarias en este mundo-aldea global en que lo que se exporta no sea lo que le falte al ciudadano cubano.

 

Dejando atrás los viejos conceptos numantinos de un tipo de independencia aislacionista y suicida, propio de países cerrados y atrincherados sobre sí mismos, Cuba debería asumir que la única soberanía posible es aquella que brota de un modelo político, económico y social que cree las condiciones para que cada cubano pueda escoger libre y responsablemente su propio proyecto de vida y, a partir de la primacía y plena dignidad de cada persona humana, consensuar los pactos sociales necesarios para una convivencia pacífica y próspera con un Estado de Derecho como garantía de las libertades y oportunidades para cada cubano, en una nación abierta al mundo.

El camino de la dependencia a la interdependencia pasa por la liberación de las fuerzas productivas, y esta no se alcanza sin la liberación del pensamiento, la creatividad, la opinión, la expresión, la reunión, la religión, la asociación, la empresa, la propiedad, el comercio, la exportación y todos los demás derechos universales e inalienables para todos y cada uno de los cubanos. Tampoco nos servirá ese tipo de “nuevo orden mundial” que impone un globalismo sin respeto a la diversidad y a la autonomía de los ciudadanos y de las culturas. Sin desarrollo local no se pueden resolver todas las dimensiones de la actual crisis mundial. Interdependencia no es globalismo uniformador, porque si lo fuera sería una nueva forma de control totalitario supraestatal.

Cuando escuchamos a los que nos “explican” la “actualización” del modelo cubano para no llamarle reforma, el “ordenamiento” para no llamarle cambio, porque no lo son, nos parece que por un lado nos regañan a ciudadanos y empresas estatales por no ser eficientes, por no incorporarse al mercado, por no exportar competitivamente, por no obtener plusvalía; es decir, por no ser “capitalistas” que es como llaman a las leyes del mercado. Pero al mismo tiempo nos “explican”, cansinamente, que no cambiaremos de modelo económico y social, que no dejaremos de ser “socialistas” que es como llaman a la centralización estatal del modelo imperante.

Mientras, nos “explican” que tendrán que adelantar un salario porque al dejar una sola moneda, al devaluarla “planificadamente” y al decretar un tipo de cambio, el salario de un mes no alcanzará para aguantar la medida que otros llaman neoliberal. Pero al mismo tiempo nos aseguran “que nadie quedará desamparado”.

Opino que Cuba no merece un experimento más. No se puede experimentar con personas y naciones enteras. No existe un sistema perfecto. No se puede crear un “mamerto”, un engendro, con lo peor del capitalismo (léase mercado sin derechos) y lo peor del socialismo (léase control total del Estado, también sin derechos). Eso es imposible. Lo real y posible, y creo que sería lo mejor para Cuba, es un modelo de economía de mercado con justicia social, lo que Konrad Adenauer, la Alemania reconstruida tras la II Guerra Mundial, y ahora todo el mundo, conoce como un modelo de economía social de mercado.

Ni el extremo de un liberalismo salvaje que deje abandonado en la cuneta a los sectores más vulnerables, ni el control total del Estado que bloquee tanto a la iniciativa privada y cooperativa, como a las fuerzas productivas. El mercado tiene sus leyes y hay que respetarlas. Pero esas leyes no pueden estar por encima de las personas, por eso es necesario otras leyes: las de justicia social. Esa combinación respeta al mismo tiempo la primacía y la dignidad de cada ser humano, y respeta también las leyes del mercado sin el bloqueo del Estado. Esto no es solo economía, es sentido común. Es libertad con justicia. Es voluntad política para buscar el bien común sin inventar engendros que llevan en sus entrañas la contradicción de lo inviable.    

Lo que Cuba necesita, creo, no es un Estado paternalista que se ocupe de que “nadie quede desamparado”, repartiendo como un abuelo que vive alejado de la realidad las pocas moneditas que le quedan en el viejo pañuelo celosamente guardado. Lo que Cuba necesita no es amparo, es trabajo y creación de riqueza y bienestar. Lo que Cuba necesita es que todos sus hijos adquieran la mayoría de edad, tomen las llaves de la casa, salgan de su dependencia infantil, salgan a la empresa y, con su talante soberano, con creatividad e iniciativa, emprendan el protagonismo de su propio sostén y desarrollo. Cuba necesita que los padres y abuelos dejen a sus hijos tomar las riendas de sus vidas, ser artífices de su futuro, ser emprendedores libres y responsables, ser forjadores de sus éxitos y progresos. Ayudando solidariamente, a partir de ese progreso y de leyes de justicia social, a los más vulnerables de la sociedad. Promoción humana, no paternalismo. Justicia social, no asistencialismo que crea dependencia y no libera.

La caña de pescar del Estado no da para que nadie quede sin pescado. Lo mejor es enseñar a pescar, dejar que cada cubano construya su propia “caña de pescar” y después no intervenirle los “pescados”. La carrera del gato tras el ratón que roba el queso no es el modelo de sociedad que merecemos los cubanos. Mejor es el modelo del panal y las abejas, o de las laboriosas hormigas que cargan cada una sobre sus hombros el alimento para hoy y para mañana y, fijémonos: cuando la carga es muy grande o muy pesada, entonces se comparte el esfuerzo y se coopera en solidaridad. Competencia y amistad social. Interdependencia y fraternidad universal. En pocas palabras:

  • Los cubanos debemos buscar primero la soberanía de los ciudadanos, único fundamento de la soberanía nacional.
  • Los cubanos debemos buscar un modelo de economía social de mercado y dejar de inventar para mantener el control total del Estado.
  • Los cubanos debemos aprender a pescar, es decir, a alcanzar la libertad necesaria para ganarnos la vida por nosotros mismos y no depender de un Estado con vocación paternalista que busca controlar la vida y reclamar eternos agradecimientos.
  • Los cubanos debemos rechazar la cultura individualista del “sálvese el que pueda” y aprender la solidaridad, el cooperativismo, la búsqueda del bien común y la interdependencia mutuamente ventajosa entre las naciones.

 

En estos momentos críticos para Cuba, sea lo que suceda en otras elecciones, en Venezuela, en otros países, en otras latitudes, los cubanos debemos dejar lo que nos separa, venga de nosotros o de sucesos en el  extranjero, y buscar lo que nos une y viene de las entrañas de nuestra nación cubana, es decir, de la Isla y de la Diáspora: única Patria de todos, que sufre los dolores de parto propios de la libertad.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.  

 

 


  • Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
    Ingeniero agrónomo.
  • Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
  • Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
    Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
    Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
    Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
    Reside en Pinar del Río.

 

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