Lunes de Dagoberto
En toda Cuba, Isla y Diáspora, ha comenzado ayer la tradicional novena preparatoria para la Fiesta de la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de la República de Cuba. Sin dudas, estas celebraciones tendrán en este año 2020 unas características especiales y no me refiero a las necesarias medidas de aislamiento en los templos, la suspensión de las procesiones, verbenas y otras actividades religiosas que caracterizan esta festividad. Me refiero a que Cuba no puede hacer fiesta, no solo por prohibición expresa bajo pena judicial, sino porque nuestra Isla está viviendo la situación más crítica por más de 60 años.
Pudo haber otras situaciones terribles durante estas décadas, incluso de peligro de conflagración mundial como la Crisis de los Misiles soviéticos en Cuba, pero aún con su dimensión internacional, ninguna de esas circunstancias ha reunido la cantidad de factores adversos, agotamiento del sistema y de la ciudadanía. Ya hemos reflexionado sobre la conjunción de circunstancias internas y externas que han convertido a nuestra existencia cotidiana en un permanente agobio en la lucha por la subsistencia en medio de un desabastecimiento, escasez y represión transversal y universal de la entera sociedad cubana, desde las colas hasta los que disienten, desde la economía hasta la política, desde el confinamiento hasta la ilegal y éticamente inaceptable toma de fotografías a las personas comunes en las colas sin previo permiso, ni autorización del fotografiado. Esto viola la ley, la Constitución y el respeto primordial a las personas. Pareciera como si todo contribuyera a la ansiedad y la desesperanza.
Así comienza esta novena a la Virgen de la Caridad, “Cachita”, “Ochún”, madre del Cobre, virgen mambisa, girasol de nuestras vidas en busca del sol. Esta no es una meditación pietista, quisiera ser una reflexión cubana, criolla, patriótica. Uno de los fundadores de nuestra República, Juan Gualberto Gómez, dejó escrito en el libro de visitantes de la Basílica del Cobre que la Virgen de la Caridad es “emblema patrio”. Por ello, de cierto modo, las celebraciones de María de Nazaret, la Madre de Jesucristo, que en Cuba llamamos como Virgen de la Caridad, son también celebraciones de nuestra nación y de nuestra cultura. Es por ella que nos unimos para honrar a nuestra Madre y Patrona cubanos muy diferentes, agnósticos, ateos, católicos y creyentes de otras religiones de origen sincrético, pero que tenemos en común el reconocer y cantar juntos a la virgencita morena, ave marinera, puerto seguro y ancla de esperanza, la blanca paloma de Nipe como la vieran aquellos tres “juanes” que zozobraban en medio de la tormenta en busca de sal.
Hoy el pueblo cubano está otra vez “en busca de sal”, de aceite, de pollo, de aseo, de cuanto escasea y para colmo, lo poco que hay está siendo vendido en monedas extranjeras con las que el Estado no paga los salarios a la casi totalidad de los trabajadores cubanos. Pero no solo buscamos el “Pan” material, también buscamos paz, cese de la violencia y la represión, justicia social, libertad, decencia, sentido común, mejor gobernabilidad, cese de la delación y cultivo de la confianza y la convivencia… prosperidad, bienestar, crecimiento espiritual y felicidad. Todo en falta, todo esto escaso, todo sometido a control.
Se acerca el riesgoso reinicio del curso escolar, al comenzar el día 1 de septiembre un nuevo estado de confinamiento obligatorio, toque de queda nocturno, aislamiento entre los municipios, y drástica reducción de la movilidad en la capital y otras locaciones donde ha habido eventos y focos, por cierto, ubicados muchos de ellos en empresas y centros estatales que ahora llaman, genéricamente, instituciones. Todo esto puede ser explicado e incluso entendido por los que queremos cuidarnos y cuidar a los demás de la pandemia, controlar su dispersión y evitar enfermedad y muerte. Todo ello es comprensible y necesario.
Pero… con frecuencia, la forma en que se han manejado, aplicado e impuesto, las necesarias medidas sanitarias, económicas y sociales, no siempre parecen tener en cuenta que los sujetos a los que se imponen son personas humanas, que tienen derechos inalienables como también deberes familiares y cívicos. Una vez más, viene a mi mente aquella vigente afirmación del Apóstol José Martí:
“Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento; […] ¿qué garantías puede haber de que las libertades públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha, sean mejor respetadas mañana? ¿Qué somos, General?, ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él?” (Carta de José Martí al general Máximo Gómez, desde Nueva York, el 20 de octubre de 1884).
La guerra hoy es de otro tipo, pero el espíritu humanista y republicano de Martí sigue siendo necesario y urgente, más que nunca. Cuba no necesita látigo ni espuela. Cuba necesita libertades públicas y convivencia fraterna. Necesita servidores, no represores. Necesita paz y progreso, no violencia ni pobreza. Por ello, con un espíritu plural y ecuménico quisiera recordar aquí la actualísima letra del Himno oficial a la Virgen de la Caridad que ganó el concurso convocado por la revista Bohemia desde hace más de un siglo, en 1912 y que refleja nuestras vicisitudes de ayer y de hoy con meridiana claridad.
La letra fue compuesta por el sacerdote Juan J. Roberes, canónigo de la Catedral de La Habana y la música por el musicólogo catalán Félix Rafols, radicado en Camagüey.
- Salve, salve, delicias del cielo
- Virgen pura, suprema beldad,
- salve excelsa Patrona de Cuba
- Madre hermosa de la Caridad.
- Si de Cuba en las bellas comarcas
- elegiste, Señora, un altar,
- para hacer la mansión de prodigios
- y a tus hijos de dichas colmar.
- Cuando el llanto era el pan de tus hijos
- y su vida terrible ansiedad,
- eras tú, dulce Madre, la estrella,
- que anunciabas la aurora de paz.
- No abandones ¡oh! Madre, a tus hijos,
- salva a Cuba de llantos y afán,
- y tu nombre será nuestro escudo,
- nuestro amparo, tus gracias serán.
- Tú infundiste en las almas cubanas,
- un fulgor de esa luz celestial,
- que convierte en sonrisas el llanto,
- y a los tristes devuelve la paz.
Sí, que esa sea nuestra oración durante estos tiempos de terrible ansiedad: Salva a Cuba de llantos y afán. Salva a Cuba de todo esto… y sigue siendo la Estrella que anuncia la añorada aurora de paz y libertad.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. - Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
- Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.
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