La humildad en política es una de esas cualidades que no puede faltar, de lo contrario la gestión de un gobierno determinado se torna dañina para la sociedad y lejos de avanzarse hacia la búsqueda del bien común -centro y fin de la actividad política- se generan dinámicas totalitarias, opresivas, despóticas, corruptas. Hacer las cosas bien se dificulta cuando quedan espacios para la prepotencia y la autosuficiencia, mientras que la humildad es fundamental para alcanzar la paz, el progreso, el respeto a la persona humana, y muchas otras cualidades imprescindibles para la convivencia social.
En este sentido, resulta preocupante el tono y la forma prepotente que con frecuencia escuchamos de las autoridades cubanas, el exceso de optimismo, la certeza ciega en una grandeza aún por demostrar, la indiferencia hacia los criterios opuestos, el rechazo a la diversidad, la imposición de una línea de pensamiento, de un sistema e ideología. Los ejemplos sobran: falta humildad política en Cuba cuando se muestra el sistema de salud o educación como perfectos, superiores a los demás y capaces de superar con facilidad retos altamente desafiantes; falta humildad cuando no se escuchan las voces de la sociedad civil, cuando se niega la existencia de una oposición política en Cuba, cuando se impone un modelo político y económico al resto de la sociedad, cuando se defiende el unipartidismo; también cuando se ocultan los errores, se justifica la incompetencia política y se impone un liderazgo determinado a la sociedad.
La nueva normalidad de la que tanto se habla en Cuba por estos días, no será normal, es decir, no será buena, ni productiva, ni edificante, si no está presente la humildad, tanto de los ciudadanos como de parte de los representantes políticos y de las instituciones del Estado en general. Moldear nuestras soberbias y practicar la humildad nos permitirá construir paz social, perfeccionar la convivencia ciudadana, potenciar el desarrollo del país y su humanismo. Es por ello por lo que me gustaría proponer algunos ejercicios prácticos que podríamos desarrollar en nuestra cotidianidad y que deberían ser asumidos por las autoridades cubanas para que haya más humildad en la política, y también más humildad a nivel personal.
1.Valorar al otro, respetar la dignidad humana. El humilde convive respetuosamente con quienes lo rodean, no se cree superior, no somete, no manipula, si no que valora a los demás.
- Practicar la tolerancia, el entendimiento y el diálogo como método de relacionarnos con los demás a nivel personal, pero también como forma de gobernar y de ejercer el liderazgo político, y en la relación entre autoridades y ciudadanos.
- Pedir perdón y perdonar. No hay humildad sin reconocer los errores, y sin un arrepentimiento verdadero por las faltas cometidas contra las personas o contra la búsqueda del bien común. Un gobierno ha de pedir perdón a sus ciudadanos cuando se equivoca, ha de reconocer su incapacidad e ineficiencia en su gestión, como mismo hemos de hacerlo a nivel personal.
- Reconocernos humanos, perfectibles, incapaces de realizarnos a plenitud sin la ayuda y la persona del otro. Trabajar con el otro y para el otro, no solo para el bien propio, entender que no somos Islas y que nuestra vida no tiene sentido sin quienes nos rodean. Una persona o un gobierno humilde no se concibe invencible, autosuficiente, no impone una forma de ser o actuar, sino que cuenta con el otro, reconoce su valor y necesita de su riqueza.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.