Sin dudas, una de las problemáticas más peligrosas de la actual crisis que atraviesa nuestro país es la violencia en sus diferentes manifestaciones. La difícil situación económica, política y social que se enfrenta, genera un estado de estrés constante que no pocas veces desemboca en situaciones de violencia entre ciudadanos, incluso cuando a veces no somos conscientes de que nuestras palabras, actos y acciones son violentas o responden a motivaciones violentas. Proceso alimentado, además, por el maniqueísmo de Estado constantemente ejercitado por las autoridades cubanas en redes sociales, medios de comunicación y también en espacios físicos; y por la inexistencia de programas integrales, proactivos y efectivos para enfrentar la violencia en el país contra todas y cada una de las personas.
Al contrario de como debería haber sucedido, la pandemia del coronavirus ha venido ha exacerbar la violencia, y hoy esta se respira aún con mayor profundidad que unos meses atrás, en todos los ambientes de la vida cotidiana. Desde las largas filas para adquirir alimentos, el lenguaje de la gente, los ambientes familiares, las redes sociales y los medios de comunicación. Fenómeno este altamente peligroso, que de no ser enfrentado efectivamente podría desembocar en altos niveles de inseguridad ciudadana, en una exacerbación de conflictos sociales, y en una mayor represión por parte de las autoridades.
Además de la responsabilidad de las autoridades en la implementación de lo que debería ser una estrategia integral para enfrentar la violencia, los ciudadanos tenemos una gran responsabilidad en el enfrentamiento a este fenómeno que degrada nuestra condición humana, y que afecta nuestro sueño de nación profundamente. De forma concreta, los cubanos podríamos asumir comportamientos más respetuosos hacia las personas que nos rodean, proponernos vivir en paz con los demás y convivir en armonía, juntos en la diversidad para construirnos un mejor futuro personal y social. Esto podemos empezarlo diciendo “no” al menos a tres expresiones o ámbitos de manifestación de la violencia que en la Cuba actual son sumamente frecuentes: la violencia verbal, física y la que transmitimos en los ambientes digitales. Si todos ponemos nuestro esfuerzo, y desde nuestra casa, barrio, trabajo, escuela, o perfil de redes sociales asumimos el decir “no” a la violencia verbal, física y virtual, podremos avanzar hacia una Cuba más justa, segura, inclusiva, y respetuosa de la persona.
No a la violencia verbal implica apostar siempre por el diálogo, hablar, discrepar y reclamar nuestros derechos desde el respeto y el reconocimiento del valor de los demás. No usar el lenguaje para agredir la dignidad ajena. Decir no a la violencia física implica renunciar a esta como método para resolver controversias o para desahogar tensiones, desterrar de nuestras vidas la opción por esta inhumana e incivilizada forma de relacionarnos y de enfrentar disputas, y relacionarnos con los demás desde el diálogo y el respeto. Y por último, decir no a la violencia virtual, un ambiente en el que cada día los cubanos toman mayor protagonismo y en el que se repiten peligrosamente conductas violentas entre ciudadanos, y entre estos y las autoridades, implica impregnar el ambiente digital de las buenas prácticas, valores y principios (como el respeto, el diálogo, el reconocimiento de la dignidad ajena) que deberíamos vivir en los espacios físicos, y no contaminarlos -como ocurre hoy en Cuba- reproduciendo la violencia y el irrespeto a las personas.
Descalificar, desmoralizar, atacar, desvalorizar, satanizar, reprimir, dividir, insultar, etiquetar, entre otras, son siempre formas de violencia, las que con frecuencia aparecen en nuestros comportamientos y que en situaciones de crisis como la actual se han convertido en comportamientos asumidos como normales. Sin embargo, han de ser desterrados estos comportamientos, por parte de los ciudadanos y también por parte de las autoridades, si es que verdaderamente aspiramos a construir una Cuba de prosperidad, paz social, igualdad, y respeto absoluto e inviolable de la persona humana.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.