Una de las cuestiones que preocupan en la actualidad es la confianza de los ciudadanos en los gobiernos y las instituciones. La confianza es, sin dudas, una variable importante para la gestión efectiva de los gobiernos y se realiza cuando existe una representación efectiva por parte de las autoridades respecto a las demandas o necesidades ciudadanas. En países democráticos, donde impera el Estado de Derecho, la confianza de los ciudadanos representa un indicador de calidad para evaluar la gestión pública, y cuando esta falta, comúnmente es porque existen demandas sociales que no han recibido respuesta efectiva por parte de las autoridades. De este modo, la desconfianza ciudadana se concreta en los periodos electorales mediante el voto de castigo a los gobernantes por no estar a la altura de lo que la ciudadanía demandaba. Sin embargo en sistemas autoritarios como el cubano, donde ni hay democracia, ni Estado de Derecho, ni elecciones libres, los ciudadanos no cuentan con las herramientas necesarias para hacer sentir el peso de sus intereses y “castigar o premiar” a los políticos por su mala o buena gestión. Es decir, el ciudadano está indefenso, y ya la cuestión de la confianza en las instituciones no juega un rol tan decisivo como en países democráticos. A fin de cuentas, el gobierno desoye la opinión pública, toma decisiones de forma autoritaria, y no hay mucho que se pueda hacer al respecto.
Con la crisis del coronavirus, este es un tema que adquiere importancia, pues -en cierta medida- la emergencia que se vive justifica mayores niveles de autoritarismo, mayor centralización de decisiones, menos libertades y recortes de algunos derechos fundamentales (libre movilidad, trabajo, etc.), todo ello sin que importe mucho la opinión y el sentir de la ciudadanía, pues todos “debemos entender” que todo lo que venga de arriba es por el bien nuestro y debemos acatarlo sin reparo. Es cierto que en situaciones excepcionales como las actuales resulta importante para enfrentar la pandemia de forma efectiva que el gobierno cuente con la capacidad de movilizar recursos e imponer medidas como el aislamiento social o cuarentenas, creo que sí se justifican incluso algunas medidas que puedan limitar la libertad de las personas. Sin embargo, lo que me preocupa al respecto es la reacción de la gente ante esta situación, la naturalidad con la que se ve y con la que asumimos las decisiones.
La confianza ciudadana respecto a las autoridades tiende a irse a dos extremos en el caso cubano, o es muy poca hasta el punto de generar apatía e indiferencia (no me importa lo que hagan, yo pienso en mí, yo resuelvo lo mío y con el gobierno no me meto, ellos que hagan lo que quieran) o es confianza ciega que justifica lo mal hecho, que ignora la injusticia, que pone obstáculos a la crítica y la posibilidad de cambiar. Me preocupa la confianza ciega en las instituciones y/o la aceptación -sin cuestionamientos, sin entender que algunas medidas solo se justifican por la excepcionalidad de los acontecimientos que vivimos- de toda recomendación o sugerencia que venga de las autoridades sin el debido ejercicio del pensamiento crítico, sin el cuestionamiento -prudente y sosegado- de las decisiones que se adoptan.
Al respecto, otra enseñanza que nos deja la crisis que vivimos, es lo fundamental que sería generar el crecimiento de una masa crítica de ciudadanos que confíen en sus instituciones cuando sea necesario -como en tiempos de pandemia- y que cuestionen sus actitudes cuando haya que hacerlo. Ciudadanos que se preocupen por el bienestar de la nación y que no lo confíen ciegamente o por desinterés a la élite gobernante, ciudadanos que mantengan una relación viva y madura con las autoridades.
El gobierno puede o no escuchar las demandas ciudadanas, pero lo que no debe suceder en una sociedad sana es que exista una ciudadanía que no asume su responsabilidad de participar e incidir en las decisiones. Cada persona, desde su espacio y a partir de sus capacidades, puede aportar a la construcción de un país mejor, en el que podamos confiar en nuestros políticos con la certeza de que actuarán con firmeza cuando la situación lo demande, pero que serán también demócratas y humanistas que pondrán sobre todo lo demás, a la persona humana y el respeto de su dignidad.
La confianza ciudadana es siempre un activo para los gobiernos. La gestión de la crisis sanitaria actual y el enfrentamiento posterior a las consecuencias económicas de la pandemia, configuran un escenario determinante para la construcción de este importante activo en la realidad cubana. Una gestión exitosa, que minimice los efectos negativos -sanitarios y económicos- y marque la diferencia respecto a otros países del mundo pudiera otorgar mayores niveles de legitimidad al gobierno cubano y ofrecerle las condiciones propicias para demorar la reforma estructural del sistema y prolongar su tiempo en el poder. Sin embargo, un colapso sanitario y económico, los cuales son altamente probables, pudieran cuestionar sensiblemente la legitimidad del gobierno y generar fuertes presiones para la apertura y el cambio de sistema. En este escenario poscovid-19, también será imprescindible el papel activo de la ciudadanía y su confianza o desconfianza hacia las instituciones.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.