Este lunes 30 de marzo, luego de ver la Mesa Redonda en la que estaban presentes los ministros de agricultura y de la industria alimentaria con la finalidad de explicar las acciones, reformas, medidas, etc., que se adoptan en el país para responder a la crisis actual de alimentación -agudizada sensiblemente por la Covid-19, pero latente desde hace décadas-, me ha generado malestar el exceso de propaganda, de palabrería y la falta de acciones concretas, de verdaderas reformas que transformen significativamente el escenario actual y permitan el despegue del agro cubano. Obviamente no es grande la sorpresa dada la inactividad, incapacidad y negativa constante que acompaña a las autoridades cubanas cuando de reformas estructurales de la economía se trata.
Las demandas de ciudadanos, académicos y productores agropecuarios no son nuevas ni pocas. Desde hace muchos años -marcados por ineficiencia, baja productividad, deprimidos niveles de inversión, excesiva centralización y otros- ha existido una demanda constante para que los productores cubanos gocen de incentivos reales que permitan el despegue de este importante sector de la economía, más ahora cuando está en juego la seguridad alimentaria y el colapso económico. Si algo deja bien claro la emergencia generada por el coronavirus es que, ahora, más que nunca, Cuba ha de apostar por las variables económicas internas, los sectores sobre los que tenemos más capacidad de decisión y mayores potencialidades: uno de ellos, la agricultura. Es momento de una verdadera ofensiva (en el sentido de generar cambios profundos de la gestión) en la agricultura y no de pensar en otros sectores -que pudieran ser importantes de cara al futuro, pero que no lo son ahora- como el turismo, los esfuerzos han de centrarse en lo que tenemos y lo que podemos hacer. En este sentido, es la agricultura uno de los sectores -o el sector- con mayores potencialidades para paliar la crisis actual y sentar bases para la recuperación económica posterior a la pandemia.
Con el país semiparalizado, la amenaza de una paralización mayor o total, y una economía mundial en recesión, no cabe espacio para la perdida de tiempo, para la palabrería, los discursos ideológicos, las reformas cosméticas, la crítica estéril, o la responsabilización del “enemigo externo” respecto a nuestros problemas internos. Por el contrario, es tiempo de actuar para responder a las urgencias de la crisis, es tiempo de pensar en cómo garantizar alimentación suficiente y de calidad para los cubanos en el corto y mediano plazo, al mismo tiempo que no se comprometa su futuro a largo plazo. En este orden de ideas, el lunes pasado me senté a ver la Mesa Redonda con la esperanza de ver a los ministros anunciando reformas y acciones concretas que generen una potenciación del sector agropecuario, me quedé esperando, entre otras cosas por las siguientes medidas:
– Libre formación de precios, reconociendo el rol de la oferta y la demanda en el sector agropecuario. Eliminación de los controles excesivos y topes de precios a los productos del agro tanto en la producción como en las cadenas de distribución.
– Libertades para escoger que producir y cómo, y para el comercio, de manera que los campesinos puedan vender a quién quieran sus producciones y de igual forma puedan comercializar insumos y productos fundamentales para la potenciación del sector.
– Facilidades crediticias y de inversión para los productores, que permitan una mejor y mayor canalización de recursos hacia el sector.
– Una mayor entrega de tierras -que están ociosas en estos momentos-, mayores facilidades para los productores acceder a insumos, eliminación o reforma profunda de Acopio.
Además, con estos cambios fundamentales acompañados por el reconocimiento legal de pequeñas y medianas empresas que en la práctica existen y funcionan en un ambiente de ilegalidad y con excesivas limitaciones, para que desde la producción hasta el consumo permitan una mayor eficiencia y productividad que la que ha generado la estatalización del sector y la excesiva regulación en los últimos sesenta años.
Ante una crisis como la actual, y las amenazas de su agudización, el sector de la Agricultura es casi tan importante como el de la salud, priorizarlo -mediante acciones reales, cambios profundos y no retórica ideológica- ha de ser una decisión urgente de las autoridades. Lo contrario, sería una irresponsabilidad que pone en juego la seguridad alimentaria del país y también la vida de las personas.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.