La desinformación y la inacción por parte de las autoridades económicas en la Isla es una situación que sigue preocupando a los cubanos. A pesar de los balances por ministerios, los anuncios de medidas -superficiales y coyunturales- para revertir la crisis, las intervenciones en mesas redondas y otros espacios informativos, al salir a la calle predomina la desinformación sobre lo que pueda o no ocurrir en el país, el miedo a las medidas que se implementan y a las que supuestamente han de venir en los próximos meses o años, y la desconfianza ante la posibilidad de reformas que transformen decididamente el nivel de vida de los cubanos. Tampoco se observa una realidad que ofrezca elementos que sugieran lo contrario, no hay medidas profundas que den seguridad y confianza en el futuro, cambios significativos en materia económica o política, todo se queda en el discurso, en las intenciones de prosperar, en las consignas triunfalistas que prometen una mejor situación económica, y en la absurda e infantil justificación de todos los fracasos.
Esta última semana han saltado nuevamente las alarmas con el tema de la dualidad monetaria y la eventual desaparición del CUC, un tema del que se viene hablando por años y que preocupa a los agentes económicos que gestionan sus finanzas en ambas monedas. A pesar de las afirmaciones de las autoridades de que no habrá afectación a los ahorros de las personas, y de las declaraciones de funcionarios del Ministerio de Comercio que aseguran que las medidas que han tomado (ventas en CUP) no se relacionan con el tema de la eliminación de la dualidad monetaria, en la calle el ambiente que se respira es distinto, en el mercado negro las transacciones importantes se realizan en USD y CUP, los negocios privados evitan la recepción del CUC, que poco a poco va perdiendo valor y atractivo. En medio de esa situación se agravan los niveles de desconfianza, de decepción de la gente y de desprestigio de las autoridades económicas. Reaccionar con medidas profundas y efectivas sería la única fuente de credibilidad para una población cansada de remendar constantemente la situación económica y de aceptar que se disfrace la ineficiencia del sistema con pretextos y consignas ideológicas.
Una pequeña caminata en cualquier ciudad de Cuba permite escuchar frases como las siguientes: “la situación está mala, y la cosa se va a poner peor”, “al final el afectado será el pueblo”, “esto no lo arregla nadie”, “aquí lo que hay es que irse”, “el verde -dólar americano- es el que vale ”, “ellos -el gobierno- no se van a afectar”… Estos son solo algunos ejemplos del tipo de afirmaciones que se escuchan a diario en las colas, las paradas de guagua, en las esquinas, los mercados y cualquier lugar donde se agrupen personas. Todas estas expresiones populares no son más que un reflejo de un fenómeno complejo, un síntoma de una grave enfermedad: el deterioro de la credibilidad del gobierno y del proyecto de país, si algún día existió, la desconfianza en la posibilidad inmediata de mejora de las condiciones de vida, y la necesidad de desahogar los sentimientos de sufrimiento y stress que acompañan nuestro día a día.
De cara al futuro de Cuba este es un grave problema, una población desesperanzada, decepcionada, desinformada, desesperada. Una población que desconfía de sus gobernantes aunque les teman. Gente que espera un cambio que permita satisfacer necesidades básicas y que no se preocuparían mucho por variables como la igualdad, los niveles de corrupción, el narcotráfico, la existencia o no de una democracia, entre otras. Esta realidad ligada a los riesgos que trae cualquier apertura económica o política, especialmente en las condiciones de Cuba, puede ser un gran problema en el largo plazo. Un cambio hacia un sistema que satisfaga las ansias de consumo, y que lo estimule sobremanera, pero que a costa de ello pase por encima de otras cuestiones fundamentales.
En sentido general, los amplios niveles de desconfianza de los ciudadanos cubanos hacia la situación económica actual y futura del país, es un grave peligro actual que desanima, motiva al exilio, decepciona y frustra; pero también es un problema que pone en riesgo el futuro y los caminos que se decidan tomar o no en los próximos años, un problema que condicionará las actuaciones futuras de los ciudadanos de acuerdo con criterios que maximicen el beneficio propio y que pasen por alto el beneficio ajeno o común de todos los ciudadanos. Para los hacedores de política económica y las autoridades en general es un reto enorme e inmediato, emprender reformas económicas, políticas y sociales que lejos de seguir alimentando el miedo, la inseguridad y la desinformación, generen verdaderos cambios y reformas capaces de traer esperanza, positividad, certeza de que las cosas van a mejorar.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.