NUEVA POLÍTICA DE WASHINGTON A CUBA: LA BOLA SIGUE EN TERRENO CUBANO

Miércoles de Jorge

Las nuevas restricciones anunciadas la pasada semana por parte del gobierno de Trump, sobre la aplicación del Capítulo III de la Ley Helms Burton, han despertado la preocupación de unos y la rabia de otros. En Cuba, ha sido el tema de debate más común en los últimos días, junto a la grave crisis que se vive y la caída crónica en la oferta minorista.

Muchas han sido las reacciones, las noticias, y los comentarios al respecto. Por otro lado, la propaganda en los medios de comunicación nacionales, como siempre batiendo récords, y culpando al embargo americano y el endurecimiento de la política estadounidense de todos los males que afectan a los cubanos. Sin embargo, en un momento como este, conviene un análisis sereno de la situación, dar tiempo para confirmar la magnitud de las afectaciones, y un estudio de los obstáculos y retos que plantea este nuevo escenario en las relaciones con Estados Unidos. La crítica estéril, las quejas, los lamentos, el atrincheramiento ideológico, la posición victimista, el culpar al “enemigo” y la “guerra económica” de todos nuestros males, son posiciones que no permiten avanzar en las soluciones que Cuba necesita. En este sentido, propongo breves comentarios para el debate de tres posiciones en este asunto sensible y de importancia para el futuro de Cuba.

  1. Desde el punto de vista de la política norteamericana y especialmente de la administración Trump, estas medidas no sorprenden, encajan perfectamente en la agenda de la “política de mano dura” anunciada por el presidente Trump desde el inicio de su gobierno, y dan continuidad al proceso de ruptura de los avances en la normalización de relaciones entre Cuba y los Estados Unidos emprendido por Obama. Desde un principio los hechos han apuntado en esa dirección, ejemplo de ello son el cierre parcial de la embajada norteamericana en la Habana, la limitación de viajes a ciudadanos norteamericanos, las restricciones en los visados a cubanos, y ahora las nuevas restricciones con posibles efectos en las remesas, los viajes no familiares desde Estados Unidos y la extraterritorialidad del embargo.

Esta política, como claramente se ha señalado por la administración Trump busca acabar con el socialismo en Latinoamérica, como parte de un plan mayor que involucra a Venezuela, Cuba y Nicaragua. En este sentido, a pesar de la política de mano dura de otros gobiernos como el de Bush, nunca se ha logrado el objetivo, motivo por el cual Obama inició un giro histórico en la política norteamericana. No obstante, se plantean preguntas interesantes ante estas nuevas sanciones: ¿Irá Trump más allá que sus predecesores, y usará todas las cartas para apretar al máximo la situación interna en Cuba, o su política se quedará -como a menudo hace- en palabrerías? ¿Será diferente el impacto en la realizad cubana, debido a la crisis crónica y la ausencia de una Rusia o una Venezuela capaz de mantener económicamente el ineficiente sistema cubano? ¿Se agudizará la crisis económica al punto tal de generar suficiente presión interna que genere un cambio del sistema político cubano? Estas preguntas, plantean importantes cuestiones para el debate, y desde mi punto de vista justifican la política norteamericana (en cuanto a sus intereses declarados de generar un cambio político en Cuba) solamente si la sanciones van más allá del punto al que históricamente han llegado; de lo contrario -un endurecimiento parcial, o una retórica de enfrentamiento, o unas sanciones incapaces de obligar al sistema cubano a cambiar- alargarían el sufrimiento de los cubanos, servirían de pretexto al gobierno para no cambiar y carecerían de sentido en el momento actual.

  1. Para el gobierno cubano, es bueno y malo a la vez el ambiente que se configura con las nuevas sanciones. Ya es sabido que al sistema imperante le conviene el juego de la retórica de enfrentamiento, le conviene la posición de víctima y un papel de victimario bien definido en el caso de los Estados Unidos. No hay mayor fuente de legitimidad, para el sistema cubano que las aspiraciones nacionalistas de salvaguardar la independencia del país, y su soberanía ante la inminente amenaza del norte; como no hay mayor caldo de cultivo para el fortalecimiento de la ideología imperante y la manipulación de la gente que la dinámica maniquea de buenos y malos en la que el pequeño David ha de enfrentar y defenderse de los ataques del gigante imperialista. En este sentido, el gobierno cubano se beneficia de la política norteamericana de Trump, y tiembla cuando sucede un acercamiento como el protagonizado por Obama.

Por otro lado, en un ambiente de crisis estructural y crónica del sistema económico, con retos enormes por superar y una “ayuda internacional” gravemente debilitada por la situación en Venezuela y el giro a la derecha en América Latina; las nuevas medidas de Trump -de llegarse a aplicar completamente- vienen a agudizar y a empeorar la situación económica y social. Para la economía en el corto plazo, a pesar de las limitaciones en las remesas y el turismo americano, las repercusiones no serán determinantes de un colapso económico que ya está en marcha, pero sí generan más presión y plantearán nuevos retos a la gestión económica. En el largo plazo los problemas podrían agudizarse, específicamente por su repercusión en la inversión extranjera y la extraterritorialidad del embargo (Monreal, 2019). Todo esto, plantea un escenario en el que el gobierno cubano ha de decidir: ¿Implementar una reforma -profunda y ágil- del modelo económico, orientada al mercado? ¿Continuar con el proceso de actualización del modelo, con reformas tímidas e incapaces de responder a los problemas de la economía? ¿Optar por el atrincheramiento ideológico y cerrar las posibilidades a una reforma económica mayor?

El tiempo pasa, y el gobierno cubano es otro de los actores que, ante el escenario actual y su constante empeoramiento, está sometido a la presión de tomar decisiones que pueden ser determinantes para el futuro. En mi opinión, la opción más sana sería emprender una reforma del sistema que comience con la solución al problema cambiario, la autonomía empresarial, el mayor reconocimiento de la pequeña y mediana empresa; y termine en una economía de mercado o en la construcción de un modelo de economía social de mercado. Por último, la actuación del gobierno cubano puede anular o empeorar la actuación del gobierno norteamericano, y si como se ha constatado, el pueblo cubano es el más afectado con las sanciones, quizás vale la pena dar pasos de apertura -incluso renunciando a determinados grados de “orgullo revolucionario”- para avanzar en una nueva dirección.

  1. La tercera perspectiva que me parece interesante debatir, es la del pueblo cubano, el de dentro y el de fuera de la Isla, que al final es uno. La política viene y va, las posiciones de los gobiernos cubano y norteamericano se afianzan o giran de acuerdo con sus intereses, y millones de ciudadanos sufren las consecuencias. En sesenta años de enfrentamiento estéril, ni se ha derrocado el sistema cubano, ni este último ha generado el crecimiento y la prosperidad prometida. Mientras unos celebran en Estados Unidos la aplicación de unas políticas que no acaban de probar su efectividad; y en Cuba el gobierno se vanagloria de sus victorias sobre el imperialismo (no se cuales), y de las bondades (¿inexistentes?) del sistema cubano; millones de ciudadanos se enfrentan a un mercado minorista totalmente desabastecido, a unos salarios de un dólar por día o menos, deterioro de los servicios sociales como transporte, vivienda, salud, educación, sistema de pensiones, etc.

En este contexto, las preguntas al pueblo cubano son: ¿Continuar la improductiva lucha ideológica contra el imperialismo, y el apoyo ciego a la revolución? ¿Exigir un cambio del sistema político y económico que rompa con el embargo interno, para permitir la iniciativa libre y privada, abrir el país a la inversión, respetar los derechos y libertades económicas, políticas y sociales, entre otros? ¿Huir, escapar, callar, aguantar, emigrar, sobrevivir como se pueda incluso en condiciones indignas como las actuales? ¿Actuar, protestar, reclamar, denunciar, generar pensamiento y debate, cambiar desde los espacios de incidencia, dar pasos, creer en la fuerza del cambio? No me caben dudas, de que somos los cubanos los mayores afectados con la dinámica de enfrentamiento entre Washington y la Habana, como tampoco tengo dudas en la capacidad del pueblo cubano para -si se propone asumir las riendas del futuro- generar un cambio en el que dejemos de ser los perdedores, un sistema en el que el gobierno americano y el cubano respeten nuestra dignidad y lejos de obstaculizar el desarrollo y progreso material y espiritual sean promotores de ello.

En sentido general, concluyo con el convencimiento de que la política norteamericana y el embargo no son los problemas fundamentales. La bola continúa en nuestro terreno. Los cambios que Cuba necesita no pueden depender de la política del vecino del norte, el gobierno cubano ha de cesar en su empeño de condicionar los cambios o el éxito de nuestro sistema a esta variable externa, más aún cuando su repercusión existe, pero no es tan abrumadora como a veces se dice (en un análisis basado en cifras oficiales realizado por (Ferran, 2019) se llega a la conclusión de que las afectaciones del embargo rondan el 1 o 2 % del PIB, lo que afecta pero no representa un obstáculo de la magnitud que con frecuencia se le atribuye).

Referencias

Ferran, J. M., 2019. A Dios lo que es de Dios, y al César, lo que es de César.. El Estado como tal, 13 Enero.

Monreal, P., 2019. La estabilidad macroeconómica de Cuba en tiempos de Bolton. El Estado como tal, 18 Abril.

 

 


Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.

 

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