La no injerencia en los asuntos internos

Martes de Karina

Cuando se dice: “eso no es asunto tuyo”, o más groseramente, “no te metas en lo que no te importa”, se está defendiendo el derecho a decidir soberanamente, todo lo que tiene que ver con la vida de cada cual. Pero, como toda realidad humana, ese derecho tiene otra arista. Porque, ¿quién permite que ocurra violencia doméstica ante sus ojos y no defiende a la víctima, por no entrometerse en asuntos ajenos? ¿Cómo puede ser uno un simple espectador del abuso infantil de algunos padres? Se necesita ser muy indolente para, independientemente de lo que suceda después, ser testigo de un abuso de poder y no intentar evitarlo o acudir a la justicia, que siempre tiene derecho a intervenir, porque las leyes, que cuando son legítimas surgen como un acuerdo de la nación, se lo conceden.

La experiencia demuestra que quienes rechazan la ayuda, que desde fuera de la situación se ofrece para solucionar un conflicto, no tienen razón. No cuentan con argumentos suficientes y razonables para someterse a una mediación imparcial que puede ponerlos en evidencia y dejar al descubierto su uso de la fuerza o la ventaja con que cuentan para imponer su opción.

En la política internacional, este comportamiento humano puede tener su traducción en el asunto de la “no injerencia en los asuntos internos”. En los últimos tiempos hemos sido testigos de cómo este principio, está resultando pretexto para acusar a todo el que se interesa comprometidamente en los conflictos que ocurren fuera de sus fronteras.

Si bien es un principio reconocido, que defiende el derecho a la libre determinación de los pueblos, la verdad es que hay muchas razones para que cada vez más, vaya perdiendo contenido.

Primeramente, es difícil responder concretamente cuáles son los asuntos internos de un país, considerando que estamos en un mundo globalizado, y todos los asuntos de un país afectan a todos, por lo menos, a una parte de los demás países. No hay derecho a decidir soberanamente dañar el medio ambiente, entorpecer el comercio mundial, o provocar la emigración masiva, porque cualquiera de esas acciones afecta mucho más allá de las fronteras nacionales.

En segundo lugar, la no injerencia solo es aplicable a asuntos que hayan sido decididos por una nación con la participación de todas las partes, aceptando lo que decida la mayoría pero sin exclusiones a la minoría. Generalmente quienes hablan de no injerencia son los que quieren abusar del poder que tienen dentro de sus países y no necesitan que aparezca un poder que cuestione el suyo o lo socave. Cada nación puede, sí, decidir sobre sus asuntos para el bien propio. Pero debe ser la nación, no un gobierno. Teniendo en cuenta que esas decisiones no vayan en contra de la dignidad de ninguna persona, ni de la vida en el planeta.

Por último y la razón más importante, los conflictos que afectan a una nación, afectan a sus ciudadanos y no es ético no inmiscuirse. Una noticia para los que acusan de injerencia a los que pretenden ayudar: sí nos importa y sí nos comprometemos y opinamos, y defendemos con razones, argumentos y métodos pacíficos, lo que nos parezca justo, porque eso es lo que nos une como humanidad.

Es verdad que no se puede aceptar cualquier tipo de ayuda, porque algunas veces, la ayuda perjudica en vez de beneficiar. Pero es cuestión de saber discernir entre las mejores ayudas y decidir entre todos, cuál es la que conviene.

De cualquier forma, la no injerencia no es la solución a un conflicto. Hacer oídos sordos a los problemas de los demás, o exigir que los demás hagan oídos sordos a nuestros problemas, no los soluciona. Solo inclina la balanza hacia el lado más fuerte e impulsa al lado más débil a buscar soluciones desesperadas, que por supuesto no dan el mejor resultado para ninguna de las partes.

 

 


Karina Gálvez Chiú (Pinar del Río, 1968).
Licenciada en Economía.
Fue responsable del Grupo de Economistas del Centro Cívico.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

 

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