Mientras el tiempo pasa, sin intención alguna de detenerse y con fuerza arrolladora, a veces pareciera ver al pueblo cubano estancado. Al mirar a mi alrededor es fácil encontrar personas que no sueñan con algo más que no sea dejar el país, incluso resulta difícil encontrar personas decididas a emprender negocios y al menos mejorar su situación económica. Cuba no parece ser pueblo, sino masa, parafraseando al papa Pío XII en su radiomensaje de Navidad de 1944, una masa formada en su mayoría por individuos -y no ciudadanos- que no conocen la libertad, que no saben el verdadero significado y valor de la vida en comunidad, que se autocensuran y autodespojan de la posibilidad de ser protagonistas en la construcción del futuro de la patria.
Así las cosas, se impone la necesidad e importancia de promover una verdadera educación para la libertad y la responsabilidad, una ética, cívica y moral que no enseñe a pescar por nosotros mismos, a descubrir y luchar por las oportunidades que la vida nos ofrece, a valorar a quienes nos rodean como el complemento insustituible para nuestra propia realización personal, a afirmar el respeto a la dignidad de todo ser humano como principio supremo de nuestra sociedad, y a vivir en verdadera comunidad. Es urgente para Cuba aprender a ser pueblo, que los ciudadanos aprendamos a ser y a comportarnos como personas libres y responsables, para que nunca más se den en nuestra sociedad muchas de las injusticias que en los últimos 60 años de totalitarismos hemos vivido y Cuba pueda renacer y vivir como un país próspero, libre y sostenible.
Aunque a veces pase inadvertido, es la condición de ciudadanos libres y comprometidos con las realidades que los rodean la que hace a las sociedades avanzar y salir de la miseria tanto material como espiritual. El sostenimiento o búsqueda de la democracia demanda este importante reto: contar con ciudadanos libres, sujetos de deberes y derechos, dispuestos a tomar las riendas de sus vidas, su futuro y el de sus sociedades, mediante una participación activa y responsable con la búsqueda del bien común. Este reto se torna en elección diaria para los ciudadanos cubanos: ¿nos quedamos de espectadores o nos lanzamos al terreno pacíficamente para definir el juego por nosotros mismos? Una opción o la otra, no solo afecta nuestro bienestar personal, sino que da forma o no a la sociedad en la que vivimos, determina nuestra vida y la de los que nos rodean para bien o para mal en dependencia del uso que demos a esa libertad interior de la que todos estamos dotados.
Avanzar a la democracia y hacia un Estado de Derecho, son aspiraciones compartidas por una inmensa mayoría de los países del mundo, y en Cuba, aunque poco se hable al respecto también me atrevería a afirmarlo. En este sentido, dada la realidad que vive Cuba y la transición ya en movimiento, nuestras raíces históricas y culturales, nuestras tradiciones democráticas, y las aspiraciones expresadas de algunas minorías guiadoras, muy probablemente la Cuba del futuro intentará ser democrática y prevalecerá el Estado de Derecho. De más está decir que estos caminos son los más seguros que se hayan conocido para avanzar en términos de prosperidad, desarrollo humano integral y la búsqueda del bien común. Corresponde ahora parafrasear a Churchill cuando afirmaba que la democracia es el peor de todos los sistemas con excepción de todos los demás.
La democracia y el Estado de derecho demandan también como paso primero la libertad ciudadana y la responsabilidad de la ciudadanía y la sociedad civil como agentes insustituibles, protagonistas y efectivos para la edificación política, económica y social. En Cuba tenemos ya la experiencia de muchas democracias europeas y latinoamericanas, no tenemos por qué cometer los mismos errores que en otras latitudes ya se cometieron, tenemos el privilegio de poder usar las experiencias de otros y la propia como insumos para catapultar el desarrollo y progreso democrático de nuestro país, proceso este, que tendrá como base sólida y duradera una ciudadanía y sociedad civil viva, madura y articulada, con ciudadanos libres y responsables.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.