Un tema recurrente entre cubanos y que es eje central del trabajo del Centro de Estudios Convivencia es la educación. A esta hemos dedicado más de 20 años y hemos aportado el primer libro de educación cívica, publicado en Cuba de manera independiente, desde que vio la luz el de “Moral y Cívica” de la Doctora García Tudurí y colaboradores, en 1954. Me refiero a “Ética y Cívica: Aprendiendo a ser persona y a vivir en sociedad”. 2014. Ediciones Convivencia.
Tal es la importancia de la formación ciudadana, que en el Proyecto de Constitución de la República de Cuba, se recalca en tres de sus artículos el papel de la familia, la escuela y la sociedad al respecto; aunque como dicen nuestros obispos en su Mensaje Pastoral más reciente: “…en lo referente a la educación, los principios básicos señalados (…) no están suficientemente expresados, pues, como se afirma en el art. 95b “la enseñanza es función del Estado …” y, a su vez, en los art. 72 y 84 es de señalar que la contribución atribuida a la familia aparece enumerada en último lugar, posteriormente al papel asignado al Estado y a la sociedad. Entendemos que ni el Estado ni ninguna otra institución deben apropiarse esta delicada misión.”
Ahora bien, no debemos confundir educación con instrucción y mucho menos con ideología, fenómenos muy ligados en el proyecto educativo cubano actual. En el intento de formar un “hombre nuevo” se ha de-formado a la persona, que vive en la falta de compromiso, en el analfabetismo cívico y en una profunda crisis de los valores más elementales.
Hace algunos días hemos visto unos sucesos que denotan esa crisis moral y esa falta de educación, que no debería tener lugar, mucho menos, a tan altos niveles. Me refiero, sin dudas, a los sucesos protagonizados por la delegación cubana en la reunión convocada por los Estados Unidos en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para analizar el tema de derechos humanos. Allí el mundo entero pudo constatar, al nivel de la diplomacia que “nos representa” (lo pongo entre comillas porque yo, verdaderamente, no me siento representado por quienes no tienen la capacidad o la voluntad de dialogar con respeto) que, luego de años presentando al país como uno de los más cultos del mundo, a juzgar por nuestros diplomáticos, parecemos ser todo lo contrario.
Defender una idea, representar a un Partido, dialogar con el “enemigo” requiere, al menos, unos mínimos éticos. No pedir la palabra, hablar a la vez, gritar incluso palabras obscenas, alterarse ante las cámaras internacionales, y encima de todo creer que se tiene la razón y que es una actitud correcta, resulta, al menos, lamentable.
Por estos días, nuevamente he visto un video donde aparece una profesora de una Universidad en un rictus de grosería jamás visto. Se trata de su alegato de “defensa” ante el imperialismo y como apoyo a los resultados de la votación contra el bloqueo en la ONU. Lo peor, además del intenso vocabulario negativo y soez, es que ha sido en un acto público ante estudiantes.
Discutir, gritar, emplear palabras indecentes, no hacen más verídico lo que queremos expresar. Por el contrario, para muchos, estos comportamientos son interpretados como debilidad, falta de solidez en los argumentos, y una profunda falta de educación. Es lamentable que estas prácticas de la chabacanería, el lenguaje violento y el enfrentamiento constante se conviertan en modus operandi de nuestros ciudadanos. Temo que continúen, y mucho más que se consagre “el derecho de combatir por todos los medios… al que intente derribar el orden político, social y económico”, como establece el Proyecto de Constitución de la República de Cuba, en su artículo 3.
Trabajemos por elevar la educación ciudadana. No confundamos grado académico con valores humanos. Proyectémonos, siempre, en contra de la violencia. ¡Yo doy mi sí para estos menesteres! ¿Y usted?
Licenciado en Microbiología.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.