Ya en el umbral del año 2020, se puede -y se debe- mirar atrás para evaluar la situación de la economía cubana durante el año 2019, un año en el que los rasgos fundamentales que considero han caracterizado la situación económica de la isla son el recrudecimiento de las sanciones de la administración Trump por un lado, las que venían ya desde 2017, y por otro lado las pruebas de incompetencia en materia económica ofrecidas por los hacedores de política económica en Cuba.
El 2019 ha transcurrido en un ambiente de profundas tensiones con los Estados Unidos, y de múltiples presiones para que Cuba retire su apoyo a Venezuela, además del histórico objetivo de lograr un cambio de sistema político en la Isla. Esta vez, las sanciones parecen estar verdaderamente “apretando el cinturón” para las autoridades cubanas, colocando a la economía en una situación de jaque sin precedentes en la historia de las relaciones bilaterales entre ambos países. Personalmente me opongo al embargo norteamericano y a las sanciones del presidente Trump, por afectar no solo al gobierno cubano sino también a la gente de a pie, no obstante no me interesa profundizar en este tema en este momento, el punto central de esta reflexión gira en torno a la situación en la que se encuentra la economía cubana y sus perspectivas, a partir del impacto del giro en las relaciones con los Estados Unidos.
Como consecuencia de lo anterior, los principales renglones de la economía cubana se ven severamente afectados. Las inversiones se frenan aún más por las tensiones con la ley Helms-Burton, la exportación de servicios profesionales se ve limitada por la crisis en Venezuela, el envío de remesas -segunda fuente de moneda dura de la economía- ha de disminuir en los próximos meses, y el turismo también se ve severamente afectado con decrecimientos en los últimos dos años. Los principales ingresos, los salvavidas de la economía en los últimos años muestran signos de debilidad (exportación de servicios profesionales, remesas y turismo), el PIB por cuarto año consecutivo acumula niveles bajos de crecimiento con un promedio entre 2016-2019 de 1.2% tomando en cuenta el estimado de la CEPAL de 0.5% para 2019, y un crecimiento promedio en la década 2010-2019 de apenas un 2.1%, período este de contracción en términos generales.
No obstante, a pesar de las afectaciones mencionadas, el 2019 ha estado también caracterizado por la incompetencia de las autoridades cubanas, la respuesta a las presiones del gobierno americano ha sido mediocre desde un punto de vista económico. Si bien políticamente culpar a los americanos por nuestros problemas -con cierta cuota de razón- tiene un rédito importante para el gobierno cubano, económicamente limitarse a ese juego -sin asumir reformas estructurales del sistema para cambiar lo que está en nuestras manos- es desperdiciar una oportunidad más. Así pasa el 2019 a la historia económica cubana, una oportunidad desaprovechada, la oportunidad de responder a las sanciones con cambios internos que potencien el crecimiento económico.
Muy diferentes fueran las cosas, si en lugar de tomar medidas superficiales y hasta cierto punto irracionales como la subida de salario en el sector presupuestado, o la apertura de las tiendas en divisas, se hubiese comenzado el 2019 con el reordenamiento monetario y cambiario, si se hubiera eliminado la lista de trabajos privados, si se hubieran creado incentivos fiscales y legales para el desarrollo del sector privado, reestructurado el sistema empresarial estatal, entre muchas otras reformas que poco o nada tienen que ver con la actitud y la política de los Estados Unidos hacia Cuba. Una lectura alternativa de las sanciones y la política de embargo hacia Cuba pudiera enfocarse en la oportunidad que representa para que la economía cubana explote todas sus potencialidades, en lugar de caer en el juego estéril de culpar al enemigo externo por la incompetencia interna.
El reto para 2020 sigue siendo el mismo, apuntar a la tercera causa de los problemas que sufrimos los cubanos: la ineficiencia crónica del modelo económico imperante. Probablemente las sanciones se incrementarán, la situación empeorará por el deterioro de las relaciones con EEUU, además de la crisis venezolana, y el próximo año también podría pasar a la historia como un año económicamente malgastado, a no ser que se emprenda de una vez la reforma estructural del modelo económico. Las propuestas existen, los profesionales capacitados para implementarla también, las potencialidades también a pesar de los riesgos. Sería un gran paso de avance tener un 2020, aunque quizás con sanciones, marcado por la explotación al máximo de todas las potencialidades de la economía que no dependen de decisiones externas.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.