2018: Un año nuevo para los cubanos

Lunes de Dagoberto

El año 2017 ha sido un año duro para los cubanos. Muy duro. ¡Cómo siempre! podrán decir algunos. Yo creo que peor y nunca se sabe cuán peor se puede poner “la cosa”. Año de empeoramiento de la alimentación, la salud, la educación, no solo la instrucción, las relaciones internacionales y la represión interna. Solo mencionamos algunos componentes de la vida cotidiana de la inmensa mayoría de nuestros compatriotas. Para el proyecto Convivencia ha sido también el año de mayor represión y hostigamiento. La realidad desmiente a la propaganda: Cuba, es decir, la vida diaria de nosotros los cubanos, ha empeorado en el año que termina. Lo más que quisiera, al finalizar este tiempo, es poder decir todo lo contrario, pero la verdad es tozuda y nos abre los ojos a pesar de la reaccionaria manía de huir de las duras realidades.

Ahora bien, hoy es el primer día del año 2018 y ante nosotros se abren dos caminos existenciales: dejarnos aplastar por estas situaciones angustiantes y desesperar ante la incertidumbre que se abre con el 1º de enero; o sacar toda la resiliencia posible para usar esas mismas realidades negativas como resorte para acicatear nuestro espíritu, fortalecer nuestra voluntad y levantar nuestra mirada para ver más allá de la dura inmediatez. Solo el que tiene una esperanza fundada en la síntesis entre una fe trascendente y algunas razones para vislumbrar lo que vendrá, tiene fuerzas para continuar, para recomenzar, para perseverar, para ser fiel a lo que somos, lo que creemos, lo que hacemos y lo que esperamos.

Los políticos que intentan calcular las realidades terrenales de los pueblos sin tener en cuenta la dimensión espiritual de todo ser humano, no pueden ni imaginarse que lo imposible puede hacerse posible gracias al alma cuando se pone de raíz y al ansia de libertad y progreso que jamás podrá ser sofocada en los seres humanos. La historia lo demuestra sin lugar a dudas, la nuestra también, a pesar de los pesares.

No se puede suponer que nuestro pueblo resistirá, sin límites, más y más sacrificios. Eso es jugar con candela. Eso es un crimen de lesa humanidad que no prescribe. No se puede argumentar, como se hace desde esta orilla e incluso, desde la otra: que el nuestro es un pueblo domeñado, ovejuno, sin remedio. Eso puede ser en algunos, incluso, en muchos de nuestros compatriotas… pero tratar a todo el pueblo cubano como rebaño y desanimarlo con el consabido: “Esto no hay quien lo cambie”, o ese otro alarde de castración espiritual propia y perpetrada en los próximos: “Esto va a durar mil años”, es la primera contribución, aún inconsciente, al daño antropológico, al desánimo introyectado y a los propósitos de una pequeña parte de nuestro pueblo de imponer al resto una única ideología, un único partido y una única forma de ser cubano. El argumento de “esto ha sido siempre así”, o de “hace años que vengo escuchando lo mismo”, es otra de las formas de trabajar, quizá sin saberlo, en la postración de los ciudadanos y en la perpetuación del autoritarismo.

Eso precisamente es lo que no deseo para el próximo año. Por eso, dejo a un lado los tradicionales y a veces vacíos deseos de prosperidad para el próximo año, de felicidad para todos, incluso de mucha salud que no puede tenerse con las lesiones del stress y el desgaste permanente de la falta de alimentos sanos y suficientes junto con un clima existencial de angustias permanentes y evitables.

Sin dejarme atrapar por el desánimo, ni por la propaganda de que el mundo va camino del desastre total, quiero cambiar este año mi felicitación de año nuevo por unos deseos más realistas, primarios y creo que más necesarios:

Deseo a todos los cubanos un año 2018 que sea nuevo de verdad para que:

  • Mantengamos y cultivemos el espíritu de resiliencia, las ansias de libertad y los proyectos de convivencia y fraternidad.
  • Cambiemos todo lo que debe ser cambiado, pero no predeterminados por unos pocos, sino porque sean los cambios que protagonicemos todos los cubanos de los dos pulmones: Isla y Diáspora.
  • Superemos a fuerza de buena voluntad, de perdón y de reconciliación, la crispación agobiante, la represión de toda iniciativa o proyecto de cambio y esa violencia física y verbal que se ha convertido en la respuesta cotidiana a todo lo diverso y discrepante.
  • Pensemos, entre todos, a la Cuba que merecemos todos los cubanos: que tengamos el ánimo, los espacios diversos y las vías democráticas para buscar soluciones y proponer proyectos políticos, económicos, sociales, jurídicos, culturales y religiosos que respondan de verdad a la necesidad de calidad de vida, prosperidad y felicidad que tenemos todos los cubanos, sin que algunos de nosotros digan, ellos solos, cuáles son esas necesidades, cuáles consideran sus soluciones, y cómo defenderse de las propuestas pacíficas y constructivas de los diferentes.
  • Cuba se integre en la comunidad democrática de naciones con unas relaciones internacionales plurales, pacíficas, respetuosas y con un espíritu de lealtad a lo prometido y acordado.
  • Cuba trate a sus ciudadanos y desee construir con ellos lo que proclama que desea para sus relaciones con el mundo: un diálogo pacífico entre cubanos, una zona de paz entre todos los cubanos y una convivencia civilizada entre todos los cubanos. Así no seremos candil del mundo y oscuridad de la casa.

 

Y permítanme, por fin, como soy creyente, convertir todos estos buenos deseos para el año nuevo 2018 en oración que brote de lo más profundo de nuestra cubanía, de nuestra decisión de permanecer aquí edificando el futuro y de compartir deseos y plegarias con todos los que quieran hacer de estos anhelos y rezos una realidad cotidiana, compartida y disfrutada.

Somos un pueblo digno, ni mejor, ni peor que ningún otro. Por tanto Cuba, todos los cubanos, los de aquí y los dispersos en el exilio, la emigración o la Diáspora, todos, nos merecemos ser dichosos.

Entonces sí podremos decir con la médula de nuestra alma:

¡Feliz año 2018! Y a trabajarlo para que sea nuevo de verdad.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.


Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.

 

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