Vivir en la esperanza por el amor

Yoandy Izquierdo Toledo
Jueves de Yoandy

La esperanza es el estado de ánimo que nos permite tener la confianza en que será posible aquello que soñamos, deseamos, pensamos o trabajamos. No es un valor abstracto, porque tiene basamentos lógicos y supone una fe que, ciertamente, ayudan a alcanzar las metas que nos proponemos.

Quizá sea uno de los valores que más cueste ejercitar porque no nos han educado para vivir en la esperanza, sino a vivir con la esperanza de que todo llegue sin hacernos sujetos activos en el proceso para alcanzar el fin deseado.

La confianza que nos proporciona la esperanza no está basada en la espera paciente o pasiva de que, gracias a una fuerza sobrenatural se resolverán todos los problemas, como si de un juego de magia se tratase. La esperanza es bien fundada cuando actuamos con mente positiva y constructiva, encaminándonos en la ruta de lo deseado, poniéndonos en la búsqueda de ese anhelo, viviendo desde el interior lo que esperamos.

Si transitamos la vida con una esperanza cierta, no viviremos este valor solamente en las situaciones que, sabemos todos, vamos a recurrir a ella para no caer en la depresión. En estas situaciones una esperanza con buenas razones aporta fuerza, tranquilidad, estabilidad emocional. Sin embargo, pareciera que la esperanza es solo un valor o una virtud temporal. Pero si la vemos más allá de un estímulo para seguir, se convierte en un recurso que necesitamos llevar en la mochila siempre. Los estímulos desencadenan una respuesta, es decir, actuamos en consecuencia gracias a ellos, es una dinámica de la acción-reacción.

En cambio, una esperanza cierta, fundamentada, argumentada, concientizada, va más allá del combate de la depresión. Es el estilo de vida de quien quiere salir adelante y se antepone a las vicisitudes, a veces lógicas y otras no, que se nos presentan en la vida.

En medio de las crisis hablar de esperanza podría parecer utópico, banal, sin sentido o poco aterrizado. Eso, sin lugar a dudas, puede ser para algunas personas. Pero, para otras que viven en la esperanza, actúan en función de ella porque, como comentaba al inicio, implica también actividad y proyección en el sentido de lo que esperamos.

Vivir en la desesperanza podría ser la tendencia más fácil para quien no tiene un proyecto de vida sólido y no ve más allá del día a día.

En ausencia de una esperanza bien fundada estas pudieran ser las actitudes relacionadas más frecuentes:

El desencanto por todo. No hay arraigo en ningún proyecto, ni fijador con nadie.

– Una vida en la amargura perenne identifica a las personas que, por falta de esperanza, no encuentran sentido ni trascendencia a la obra humana, ni a su misión en el mundo donde viven.

No hay visión de futuro porque el empecinamiento con la negatividad del presente absorbe toda la energía, impide la proyección futura y diseca la ideación de un plan de vida para salir de la crisis. Todo esto se mezcla con la desconfianza, la apatía y el desinterés.

El anclaje al pasado. Para los desesperanzados todo tiempo pasado fue mejor. Viven de la memoria nostálgica, se aferran a un pasado que es necesario rescatar, tener presente y guardar, así la nostalgia se convierte una parálisis del aquí y ahora.

La memoria histórica, personal y social, debe servir de acicate para nuevos proyectos. Es el empuje para, a partir de los errores del pasado y la realidad del presente, provocar el cambio necesario en nuestra vida y en nuestra sociedad. Quien vive anclado al pasado teme más al porvenir, le cuesta más producir y caminar hacia el futuro, vive en la añoranza de lo que fue y puede ser que ya no vuelva nunca más. Se mezcla con la queja inútil, el pesimismo y la incapacidad de soltar el ancla y echar a andar.

La actitud pasiva, a veces hasta parecer inmóvil, no ayuda a la esperanza. Esperar que venga desde arriba, o desde el compañero de al lado lo que debemos trabajar nosotros mismos nos ata. Es como cerrar la puerta a la libertad humana. Si no somos capaces de ponernos en camino, de edificar, poner la primera piedra o dar el primer paso, difícilmente podamos cultivar la esperanza que hace falta en todo momento y mucho más en momentos de crisis.

La cultura de la inacción solo genera un hombre desesperanzado y desestructurado en cuanto a proyecto de vida. Se mezcla con la falta de responsabilidad, el acomodo, la dejadez y la ausencia de iniciativas propias.

Para los cubanos, vivir este valor de la esperanza podría significar dejar de poner el futuro en los líderes, los falsos mesías o las autoridades. En su lugar, debemos aprender a vivir el proceso, participar en él y protagonizarlo cada uno desde su espacio y a través de su rol en la sociedad civil.

Vivir en la esperanza para los cubanos significa desterrar de nuestro modus vivendi el relativismo moral, aquello de pasarla bien y punto, vivir el día a día, el momento, la coyuntura, sin mayor implicación ni relevancia.

Vivir en la esperanza para los cubanos significa aferrarse a la cruz, que para los no creyentes es enfrentar la situación hasta el límite, pero creer, trabajar y empujar para que haya resurrección. Que es el cambio en paz, el futuro luminoso, la vida en la verdad, la alegría y la prosperidad.

La naturaleza humana conduce a actividades que se gestan desde el pasado por causas eficientes, pero que se proyectan hacia el futuro por causas últimas. Es decir, toda obra humana, por su propia naturaleza debe mirar alto y hacia adelante.

La esperanza, concretada en la acción, da sentido a la vida, transforma al hombre y le permite establecer y trabajar, voluntariamente, en dar respuesta a sus planes y objetivos.

Cultivemos la esperanza, que también significa vivir en el amor. Como decía José Martí: con el amor renace la esperanza.

 

 


  • Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
  • Licenciado en Microbiología.
  • Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
  • Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
  • Responsable de Ediciones Convivencia.
  • Reside en Pinar del Río.
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