Vivencias que taladran almas

Por Yadián Alba Carreño
 
Damas de Blanco. Foto de Marta Beatriz Roque Cabello.

Damas de Blanco. Foto de Marta Beatriz Roque Cabello.

 
Aunque para muchos ya se ha vuelto algo rutinario, obvio y hasta “normal”, yo todavía no lo acabo de asimilar.
Cada domingo no dejo de conmoverme ante los actos de repudio a los cuales se exponen las Damas de Blanco de mi ciudad. Ellas, que forman parte de un movimiento cívico, pacífico y humanitario, una vez que escuchan la Palabra de Dios y reciben la bendición en la Santa Misa, al retirarse del templo se exponen a pagar el precio que implica ser consecuentes con la opción que han tomado.
Tan firmes como las palmas reales que embellecen mi legendaria parroquia, estas valerosas mujeres han perseverado durante más de un año en su empeño, a pesar de recibir humillaciones y no pocos sinsabores por parte de trabajadores previamente citados, cederistas y agentes de todo tipo. Un año se dice fácil, pero para que un proyecto de este tipo trascienda y perdure en la Cuba de hoy, tiene que poseer una mística: la Gracia de Dios.
Domingo tras domingo tienen lugar estos hechos éticamente inaceptables sin saber el desenlace y la repercusión que puedan tener. Se ha llegado al culmen del irrespeto y el fanatismo. Tampoco aprecio concretada en la práctica la promoción que los medios de comunicación masivos realizan en torno a proteger a la mujer de la violencia en cualquiera de sus múltiples manifestaciones. La feroz multitud suele pasar de la agresión verbal ideológica a la burla provocativa. ¿Acaso dejan de ser cubanas por pertenecer a la sociedad civil?
Ante estos hechos reflexiono y me pregunto: ¿qué haría Jesús en mi lugar? ¿Cómo mediar en esta situación sin generar más violencia? ¿Qué hacer ante esta injusticia para no volverme cómplice guardando silencio? ¿Qué me pide Jesús ante esta situación concreta siendo yo un laico católico cubano?
¡Cuán doloroso resulta participar en la Eucaristía, comulgar con Cristo y luego pasar de largo ante eventos de este tipo!
Que cesen ya los actos de repudio
Repudio no es lo que Cuba necesita. Necesita perdón, respeto a los distintos, diálogo pacífico.
No es el repudio, la grosería, la gritería del tumulto, las ofensas aún cuando se crea que hay razones para ello, lo que construye el Hogar Nacional. No se sirve a Cuba enfrentando a los cubanos en las calles, amparando la maledicencia, la animosidad, la agresividad y las amenazas. Ya por los años de la década del 80 vivimos esta amarga experiencia y todos, todos, el partido, la iglesia, los ciudadanos, los que se quedaron y los que se marcharon, todos lamentamos y condenamos aquellos excesos callejeros, aquellos actos de repudio, en los que en ocasiones los participantes no conocían ni las personas, ni las ideas que repudiaban, aquellas porras que desdecían de la dignidad y la altura de miras de todos los cubanos sin excepción.
Tengo la convicción de que estos métodos violentos, de intolerancia civil, de unos cubanos gritando frente a otros cubanos que piensan distinto y actúan pacíficamente en coherencia con lo que piensan, no han dado resultado en el pasado, no se corresponden con el pensamiento, la espiritualidad y la actuación de aquellos padres fundadores de la nación cubana, que no solo respetaron y trataron con decencia a los que pensaban diferente sino que llegaron al culmen de la convivencia civil al tratar de ofrecer “la rosa blanca” de la reconciliación, tanto al amigo sincero que me da su mano franca “como al cruel que me arranca el corazón con que vivo” (Editorial Revista Vitral No. 69 septiembre-octubre de 2005).
Se trata de armonizar, de conciliar los intereses de las personas, de los grupos, no solo de las que se incluyen a sí mismas en las mayorías, sino de armonizar estas con los intereses de los que siendo minorías, por muy exiguas que sean, desean y buscan, a su modo pero por vías pacíficas, el bien común de toda la comunidad.
Urge pasar ya de la confrontación al consenso. Consenso significa “con un mismo sentido”, no con los mismos caminos ni con los mismos medios. Consenso está relacionado con diversas voces que se armonizan para no hacer ruido, ni hacerse interferencia mutuamente porque han encontrado un “sentido común”. Sentir común, para así contribuir juntos a disminuir los ruidos que nos distraen y las pendencias que nos aturden.
Que nos respeten y nos reconozcan no por los incidentes callejeros que salen nuevamente a manchar la tradicional serenidad de los cubanos, sino por nuestra capacidad de tolerar lo que consideramos impropio, por nuestra capacidad de aceptar que nuestra sociedad, como todas las del mundo, está compuesta por personas y grupos diferentes y que eso no es una desgracia sino una riqueza si sabemos armonizar, encauzar, dar espacios de debate y participación públicos y sin miedo a ser reprimidos o castigados.
¡Qué cesen ya los actos de repudio! ¡Esas lamentables vivencias que taladran almas!
Yadián Alba Carreño (Cárdenas, 1981).
Laico católico.
Licenciado en Terapia Física y Rehabilitación.
Reside y trabaja en Cárdenas, Matanzas
Scroll al inicio