Jueves de Yoandy
Los cristianos católicos estamos celebrando por estos días la Novena en honor a la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba. Más allá de una fiesta religiosa, el 8 de septiembre se convierte en una fiesta del pueblo que sufre. Hemos constatado con el paso de los años y el aumento de la crisis terminal del país, que también se incrementa el número de fieles que le rezan a la madre de todos los cubanos por el bien de Cuba, para que se traduzca en el bien personal.
Lo que ahora la academia llama policrisis, que podría denominarse también colapso, crisis sistémica, daño irreversible u otras acepciones, podemos decir, que inclina a la persona humana a tomar como asidero la fe, a aumentar su religiosidad. Sin hacer ningún trabajo de campo, ningún sondeo a través de encuestas, solo escuchando las vivencias de muchos, las anécdotas de otros o notando la afluencia a los templos, a pesar de la población diezmada por la emigración, podemos decir que el cubano en crisis invoca más a Dios.
No se trata de comprobar la frase popular “acordarse de Santa Bárbara cuando truena”. Creo, en mi modesta opinión, que es una certeza muy innata aquello de que lo único que queda es aferrarse a Dios e implorar un futuro luminoso para este pueblo que peregrina en Cuba. Creo también que existe la confianza en la Iglesia como mediadora del cambio pacífico hacia la verdadera libertad y el bien común; por aquello de tratarse de una institución capilar capaz de tomar el pulso a las realidades más concretas y de poder establecer canales de diálogo que conduzcan por los caminos de la justicia, la paz y la prosperidad.
La reciente Carta Pastoral de los Obispos Católicos de Cuba, con motivo del Año Jubilar que vivimos este 2025, no solo indica un atisbo de esperanza por el título y por el lema-convocatoria del Jubileo para ser peregrinos de ella; sino que aterriza esa esperanza en esta Isla, aunando voluntades y esfuerzos en el sentido de mejorar, desde dentro y con todos los cubanos, lo que nunca debió atentar contra la propia dignidad del pueblo sufriente.
Las celebraciones en torno a la Virgen de la Caridad dejan ver rostros cansados y mucho dolor acumulado. La situación económica, política y social, que no solo se centra en la emigración (aunque es un fenómeno crítico sin precedentes) hace que se escuchen, aun en voces que antes estaban silenciadas o disminuidas, el grito de libertad. Creo que esa está siendo la mayor invocación a la Virgen de la Caridad del Cobre por estos días. Y es que el cubano, a pesar del daño antropológico infligido por el mismo sistema que exacerbó el ateísmo y persiguió la religión, ve en la libertad, en el verdadero respeto a la libertad de cada cubano, el insumo necesario para construir el hogar nacional sólido y digno.
Las intenciones son muchas por estas fechas: personales, familiares, institucionales, porque también como Iglesia que peregrina en Cuba debemos dar pasos comprometidos con el Evangelio, que significa comprometidos con la verdad como única forma de ser libres. Y la verdad se hace presente cuando nos reconocemos pecadores y pedimos el perdón, lo que es, en un lenguaje más laico: identificar los problemas y estar dispuestos a buscar las soluciones y trabajar en ellas.
Los presos, los más necesitados, los reprimidos, las familias desprotegidas, los enfermos, los ciudadanos indefensos ante la ley, los migrantes que han protagonizado el éxodo cubano más grande de todos los tiempos, están todos en el corazón de la Virgen de la Caridad, que como madre fiel nunca abandona a sus hijos. Los padres, los educadores, los formadores de vocaciones, los responsables de los destinos de nuestro pueblo y todos nosotros estamos en el corazón de la Virgen de la Caridad, que como madre de todos nos cobija aunque a veces parezca que no pasa la tormenta. Recordemos que ella apareció para los cubanos acompañando en la intempestuosa mar a los humildes nativos que representaban en sí mismos la pluralidad de nuestra nación, de innegable matriz cristiana.
Hoy María, madre de nuestra esperanza, nos invita a peregrinar, a no quedarnos plantados, ni acomodados en lamentos y tristezas. También nos dice que todos los creyentes y toda la sociedad civil tenemos la tarea de dar testimonio fiel en medio de las circunstancias más adversas.
San Juan Pablo II, durante su visita a Cuba, en la homilía de la Misa en Santiago de Cuba, el 24 de enero de 1998, para la coronación de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, decía que: “La historia enseña que sin fe desaparece la virtud, los valores morales se oscurecen, no resplandece la verdad, la vida pierde su sentido trascendente y aun el servicio a la nación puede dejar de ser alentado por las motivaciones más profundas”.
Por ello, cultivemos la fe y hagámosla presente como ese puñado de girasoles que al llegar a tierras de libertad vemos ofrecer a la Virgen. Que esa misma devoción, y ese mismo agradecimiento, lo podamos ofrecer en nuestro “valle de lágrimas”, gozosos de que pronto disfrutaremos de la libertad que tanto anhelamos y tanto le pedimos a Cachita.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Doctor en Humanidades por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

