VIRGEN DE LA CARIDAD, EMBLEMA PATRIO

Yoandy Izquierdo Toledo
Jueves de Yoandy

En el día de ayer, 30 de agosto, comenzó la Novena en honor a la Virgen de la Caridad del Cobre, que se extenderá hasta el 7 de septiembre, víspera de su fiesta. La Patrona de Cuba es, como la llamara Olga Portuondo, historiadora camagüeyana, “símbolo de cubanía”. La madre de todos los cubanos es un elemento no solo de identidad cultural sino de unión entre creyentes y no creyentes, entre personas que viven en la Isla y otros que han emigrado hacia una Diáspora con diversas geografías.

La madre siempre es un misterio de amor. Nadie duda de su madre, nadie permite que la madre sea ofendida ni tocada con el pétalo de una rosa. Por eso creo que hablar de la madre de Jesús, en cualquiera de sus advocaciones marianas, es un factor que junta a las personas de los más diversos modos de pensar y de practicar la fe.

Hace unos días participaba, desde fuera, en una conversación entre dos personas de distinto credo. Una de ellas le decía a la otra, católico de nacimiento, que no le encontraba sentido a la adoración de imágenes; y refiriéndose directamente a la Virgen de la Caridad del Cobre, cuestionaba también por qué debía estar en un altar una mujer sencilla de Nazaret, que no era el centro de la fe cristiana. Mientras escuchaba, justo estaba compartiendo en Facebook la imagen del retablo del Templo de la Caridad en Pinar del Río, que cumple 100 años el próximo 8 de septiembre y levanté mi cabeza para responder; pero la persona interpelada respondió diciendo algo a lo que me podía adherir sin dudas. Respondió con una pregunta, para no entrar en disquisiciones teológicas porque no era el momento ni el lugar adecuado.

No obstante, la pregunta inicial ser una provocación, la pregunta-respuesta del católico fue: ¿Acaso no admiras la foto de tu madre? ¿No la llevas en la billetera o la tienes en un marco en tu habitación?

A lo que la otra persona respondió: Sí, pero María no es mi madre.

Pues María es la madre de Jesús y madre nuestra. El mismo Jesucristo en la cruz, a punto de morir, nos la dejó encargada en la persona del apóstol Juan al decirle: “Ahí tienes a tu madre”. Tenerla en un retablo, en un cuadro, en una escultura, en una foto, no hace que olvidemos que el centro de nuestra religión católica es Jesucristo, que nuestra religión es cristocéntrica, que nuestra Iglesia es y la llamamos cristiana.

María nos acerca a su hijo como la primera discípula que fue. “A Jesús, por María”, más que un lema es un camino de vida, una experiencia que parte desde el sufrimiento de una Madre que ha parido al Redentor del Mundo para ser entregado a una muerte en cruz. María trasciende el umbral del dolor y la desesperanza para dar testimonio de fe, de fortaleza y de amor. Ella, después de la muerte y la resurrección de Jesús, se queda con sus apóstoles formando la primera comunidad cristiana.

Estar a la altura de María significa vivir al servicio de los demás, entregar nuestra vida por las causas nobles aunque algunos consideren “causas perdidas”. Es entregarse en manos de quien todo lo puede para darnos cuenta de que el hombre propone y Dios dispone. Nuestra mejor intermediaria podría ser la que dio el primer sí, la servidora del Señor que creyó siempre en su Palabra.

La Virgen de la Caridad del Cobre es un “emblema patrio”, como la llamó Juan Gualberto Gómez. Los mambises llevaban la cinta con su medida en la manigua, para que les protegiera en el campo de batalla contra el opresor. Los grandes patriotas de las primeras gestas libertarias de Cuba le ofrecían sus trofeos de guerra y las banderas cosidas por sus esposas con la tela del dosel de sus altares. A ella se encomendaban, rezaban e invocaban en los  tiempos en que su imagen, hallada en la Bahía de Nipe, fue llevada al Hato de Barajagua y después cuando fijó su morada definitiva en el poblado del Cobre.

Allí, en el Santuario Nacional del Cobre, al pie de sus altares, miles de cubanos, hasta quienes se consideran agnósticos y ateos, se han acercado para entregar una ofrenda, pedir por la salud, o tener, sencillamente, ese momento íntimo con “Cachita”, Caridad, Virgen del Cobre, Oshún o simplemente María, la madre de Jesús. Podemos decir que Ella es, en medio de tantas discrepancias, divisiones y dolores, el consuelo de muchos. Como son nuestras madres. Ella es depósito para la fe popular que sirve para llegar a Jesús, que es y debe ser el centro y el fin de nuestra fe y de nuestras vidas. A una madre se le conoce por sus hijos, entonces, a través de Jesús, tenemos un ejemplo de madre intachable.

He visto con alegría la diversidad de cubanos que, en estos difíciles tiempos de oleadas migratorias catalogadas como éxodos masivos, llevan en su ligero equipaje, junto al pasaporte, la estampita que mantiene viva la llama de la fe o el rosario para rezar el Ave María en los tramos más difíciles. Sé de las promesas cumplidas de tantos que han ofrecido que si llegan, irían directo al Santuario de la Virgen en su Ermita de Miami cuando toquen tierra de libertad. He presenciado el ofrecimiento de entrañables lágrimas y numerosas flores al lograr la meta añorada.

La Virgen de la Caridad del Cobre es punto de encuentro, fusión de lo sagrado con lo cubano, núcleo de nuestra matriz cultural que es esencialmente cristiana. Es un signo que inspira no solo a los que profesamos nuestra fe cristiana y católica, sino también a los que creen en Dios a través de las distintas manifestaciones de religiosidad popular. La Caridad también es inspiración sublime, a lo largo de nuestra historia, para la literatura y el arte en Cuba, para la cultura en general.

Me gustaría terminar compartiendo un poema de José Martí, el Apóstol de nuestra libertad, a la Virgen de la Caridad del Cobre:

 

“Madre mía de mi vida y de mi alma,

dulce flor encendida,

resplandeciente y amorosa gasa

que mi espíritu abriga.

 

Serena el escozor que siento airado,

que tortura mi vida,

¡Qué tirano!

¡Cómo sidera el alma mía!

 

¡Se rebela, maldice,

no quiere que yo viva

mientras la Patria amada

encadenada gima!

 

Un gran dolor la sigue

como al hombre la sombra fugitiva

y los dos me acompañan

junto con la fatiga.

 

Madre mía de mi vida y de mi alma,

dulce flor encendida,

resplandeciente y amorosa gasa

que mi espíritu abriga.

 

Mata en mí la zozobra

y entre las nubes de mi alma brilla…

¡El peregrino muera!

¡Que la Patria no gima!

(Cf. Obras Completas, tomo II, La Habana 1961, p. 197).

Para que la Patria no siga gimiendo, para que el peregrino no muera, también decimos todos, como Martí, pero con el solemne himno que la invoca: “Virgen de la Caridad del Cobre, salva a Cuba de llantos y afán”.

¡Que así sea y pronto!

 

 


Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

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