Tres visiones de la emigración

Yoandy Izquierdo Toledo

Jueves de Yoandy

La emigración es un derecho humano. Hablar de emigración hoy día en muchas partes del mundo es un tema bastante complejo. Si se trata de Cuba, ¿qué decir? Es un asunto de larga data con múltiples y variados móviles, en su inmensa mayoría de origen político. Las familias han sido divididas, los negocios familiares expropiados, cientos de miles de personas han perdido la vida en el Estrecho de la Florida intentando llegar al Norte en busca de un futuro mejor. Otros que han navegado con mejor suerte han llegado a su destino y han emprendido exitosamente como caracteriza al alma del cubano. También por mar, por largas y tortuosas travesías, por la vía legal de un visado, un proceso de reunificación familiar, de refugiado político o la más reciente fórmula del parole humanitario.

Pero hoy no quisiera hablar desde ese punto de vista de la emigración, aunque dé para una serie que, en realidad, podría ser descrita mejor, a través del testimonio de sus protagonistas: los millones de cubanos que han vivido la experiencia de abandonar la tierra que les vio nacer.

Hoy, quisiera comentar sobre tres actitudes relacionadas con la persona del migrante.

En primer lugar, están las personas que explican en todo lugar y en reiteradas ocasiones que el principal motivo para emigar no ha sido político, sino económico. Si hablamos de los inicios del proceso de 1959, que muy prontamente expropió negocios enteros, viviendas, fábricas, empresas, estamos hablando de economía, pero con una clarísima causa y razón política. Creo que ese grupo de emigrados no tiene dudas y está muy consciente de que la motivación es netamente política a consecuencia de una guerrilla que tomó el poder y comenzó a coartar todo tipo de libertad.

Pero existe otro grupo de emigrados que esgrimen la razón de que es insostenible el día a día, los salarios que no alcanzan, la educación de los hijos, la alimentación precaria, los males del comunismo como la delación, el tráfico de influencias, la vida en la mentira o en la doble moral, la imposibilidad de emprender de forma privada y la ausencia de libertades de todo tipo. A muchos de ellos he escuchado confundir política con economía. En este tipo de regímenes no podemos desligar que las decisiones económicas están subordinadas a la política, máxime en sistemas como el que impera en Cuba; dónde ni siquiera hay independencia de los tres poderes del Estado.

Se puede vislumbrar que detrás de esta actitud hay un profundo analfabetismo cívico que impide llamar a las cosas por su nombre, o un mecanismo para generar la confusión y acomodar la verdadera causa de la salida del país. En cualquier caso, economía y política en Cuba, bajo un poder hegemónico, van estrechamente de la mano.

En el segundo caso, encontramos dos aristas de una misma situación: 1. Las personas que en Cuba fueron activistas del tema político y ahora lo niegan; y 2. Aquellos que en Cuba eran apáticos o integrados al sistema y ahora, desde tierras de libertad, intentan hacer carrera política.

Cualquiera de las dos rompe con la coherencia, con el camino recorrido, para emprender una vida que coloca a la persona del otro lado del espectro. Ambas son también dignas y respetables, pero generarán comentarios y polémica. Además, todo lo superlativo llama la atención.

Quienes esconden su pasado, se cuidan de él o lo niegan para obtener un beneficio determinado, no solo parece que no han vivido satisfechos con lo que fueron o hicieron, sino que pareciera que se arrepienten. Cambiar para bien es legítimo. Todo cambio implica transformación y si es para contribuir al bien de cada persona, mucho mejor. Pero cambiar negando nuestra propia historia personal y colectiva podría significar que no estamos conformes con una parte de ella, o podría dejar en tela de juicio la legitimidad de lo que fuimos una vez.

El miedo es la reacción normal ante la sensación de peligro, que en Cuba puede llegar a traspasar los límites inimaginados. Es normal y entendible ante tanta represión sistemática y arbitraria. Nadie debería cuestionar al prójimo si no se siente con la capacidad ni el valor para defender los derechos de todos, ni los propios. Pero lo que sí es difícil de entender es que una persona que en Cuba siempre se cuidó, protegió sus comentarios en redes sociales, hasta criticó o se apartó de quienes sí optaron por buscarse problemas debido a su forma de pensar y actuar, ahora se convierta en activista político porque aquel medio se lo permite o propicia. El destino de Cuba es un problema de todos los cubanos, vivan donde vivan, pero no, desde fuera, no se debería incentivar  el hacer más de lo que se fue capaz de hacer cuando se estaba dentro. No es justo ni es ético. Esas no son las claves para la unidad de la Nación.

En tercer lugar, y más alejadas del primer y segundo caso, están las personas que intentan justificar su salida de una forma muy peculiar: halar a todo el que se pueda desde la Isla hacia su lado. Es una extraña manera que intenta dar a entender que “esto” (referido al caso Cuba) no tiene solución, que cualquier iniciativa, trabajo sistemático, empuje, aguante, esperanza o como se le quiera llamar, o se quiera presentar, ha sido en vano o no tiene sentido. Es la actitud del desaliento, de fomentar la desesperanza, al punto de llamar faltos de inteligencia a quienes han decidido apostar por “esto”, echar aquí raíces, darlo todo aquí, junto a los suyos, aunque parezca masoquismo o tontería.

Entiendo que sea difícil de entender, pero todo ser humano no tiene ni las mismas aspiraciones en la vida, ni la misma capacidad de resiliencia. Solo toca, como corresponde a una vida en democracia en la que vive el grupo de personas que manifiestan estas actitudes: el respetar todas las decisiones. Lejos de criticar se debe apoyar si es familiar o amigo el que se queda. O tan solo respetar si solo es conocido. Juzgar no es tarea de congéneres. Mucho menos buscar la quintaesencia del asunto, esgrimiendo que “si se queda en Cuba por algo será” o aquello de que “seguro escapa saliendo y entrando, así no le hace falta emigrar”.

En la vida hay diversidad de opciones y una opción fundamental, esa también se debe respetar. Quienes apuestan por la familia aquí, por los planes futuros aún asumiendo lo incierto que este puede ser para Cuba, pero trabajando desde dentro, para intentar cambiarlo, esos también merecen respeto, no ese tipo de lapidaciones que, repito, intentan justificar ciegamente la decisión de quien se fue.

Así como es respetable emigrar, también lo es quedarse. Todos hemos sufrido la partida de familiares y amigos. Todos tenemos un por qué y un para qué. No nos enredemos en buscar, decir, repetir y criticar lo que no es. Vivamos tranquilos y en coherencia con la decisión que cada uno haya tomado. Eso sí, no traspasemos a nadie más que a nosotros mismos la responsabilidad de haber tomado la decisión de emigrar.

Estas tres actitudes no son ni las primeras, ni las únicas. Cada persona, cada familia y cada grupo de trabajo de la sociedad civil cubana puede tener un rosario de opiniones, historias y vivencias, desgraciadamente.

Vivir con  la tranquilidad de haber hecho en cada momento el discernimiento correcto, es lo que nos permitirá vivir con la libertad de los hijos de Dios, aun en medio de sistemas totalitarios. Al final, estoy seguro que no es masoquismo, y lo digo por experiencia propia, Abraham Lincoln tenía razón al decir que “la gente suele ser tan feliz como decida serlo”.

 

 


Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

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