¡TODA CUBA A SUS PIES!

Foto tomada de internet.

 

Recuerdos del Congreso Católico Nacional

  • Saludo e invocación a Nuestra Señora de la Caridad del Cobre:
  • Ave inesperada, gaviota de Nipe, paloma del Cobre, que volaste
  • del cielo a la bahía, y de la bahía a la montaña, y de la montana a la
  • nación; pósate ahora aquí sobre el corazón de tu pueblo, mientras
  • las flautas del viento te anuncian bajo las estrellas. La sombra
  • protectora de tus alas nos cobije hasta la eternidad.
  • Flor de espumas, pastora de las olas, símbolo de bonanza:
  • adórnanos con tu imagen, serena nuestras almas como
  • apaciguaste las aguas, preságianos la nueva alborada. Navega,
  • marinera sobre tu bote criollo para circundar la isla con una
  • definitiva estela de paz. Salpíquennos las frescas gotas de tu
  • manto: inúndennos el caudal de tu ternura.
  • María, Madre de Dios y de los hombres, Reina de los cielos y
  • de la tierra, que patrocinas a Cuba bajo la dulce advocación de
  • Nuestra Señora de la Caridad: henos aquí a tu vera, rindiéndote
  • homenaje de veneración en nombre de toda la nación cubana. […]
  • te saludan el aire, el fuego, el mar y la tierra. Te invoca nuestra
  • geografía, Virgen del Cobre. Te invoca nuestra historia, Virgen
  • Mambisa. Te invoca nuestra cubanía, Virgen Morena.
  • Te invocan nuestros corazones, Virgen de la Caridad[1].

Tenía entonces 12 años por lo que no retengo los detalles precisos de todo lo sucedido aquellos días, aunque si están presentes en mi memoria la preocupación y la incertidumbre que se palpaban aquella noche del 28 de noviembre. Todo había comenzado con la salida del país del presidente Fulgencio Batista la madrugada del 1 de enero de 1959 rumbo a Santo Domingo. Desde entonces el Ejército Rebelde se había ido apoderando del país, y aunque los soldados habían bajado de las montañas portando rosarios y cruces al cuello, y al principio se pensó que eran de veras piadosos, con el paso de las semanas y de los primeros meses del año 1959 y las medidas tomadas por aquel régimen como fueron los encarcelamientos y el horror de los fusilamientos, todo hizo dudar a la jerarquía católica del nuevo gobierno. Muchos vieron la mano del comunismo detrás de todo aquel engranaje.

Los obispos comenzaron a emitir Cartas Pastorales que llamaban la atención a lo que podría avecinarse. La primera carta emitida por Mons. Enrique Pérez Serantes del 3 de enero de 1959, decía: “Queremos y esperamos una República netamente democrática, en la que todos los ciudadanos puedan disfrutar a plenitud la riqueza de los derechos humanos; una República en la que, sin nivelar a todos los hombres totalmente, porque esto es imposible, se sientan todos tratados con dignidad, propia del ser humano”[2]. Luego en la Carta Pastoral del 13 de febrero 1959, Pérez Serantes trataba el asunto de la enseñanza privada:

“quisiéramos se nos dijera a quienes estorba o perjudica que los niños adquieran conocimientos religiosos captando ya desde la más temprana edad los principios de la más alta filosofía de la vida, asimilando paulatinamente las severas y rígidas normas de la moral cristiana, la que hace caballeros a los hombres y pudorosas a las mujeres, la que sirve para que el hombre no necesite de la fuerza armada para el recto uso de su libertad…[3]”.

Y así fueron surgiendo otras cartas: “La reforma agraria y la Iglesia católica” del obispo de Matanzas, Monseñor Alberto Martin Villaverde; “El Congreso en defensa de la caridad” de noviembre de 1959; la “Circular Colectiva del Episcopado Cubano” de 1960, firmada por el Cardenal Arteaga y los obispos Enrique, Evelio, Alberto, Carlos, Manuel, Alfredo, José y Eduardo, cada uno a cargo de sus respectivas diócesis, y que, entre otros puntos, comentaba:

“no se le ocurra, pues, a nadie venir a pedirles a los católicos, en nombre de una mal entendida unidad ciudadana, que nos callemos nuestra oposición a estas doctrinas, porque no podríamos acceder a ellos sin traicionar nuestros más fundamentales principios. Contra el comunismo materialista y ateo está la mayoría absoluta del pueblo cubano, que es católico y que solo por el engaño o la coacción podría ser conducido a un régimen comunista. Que la Santísima Virgen de la Caridad no permita que esto llegue jamás a suceder en Cuba”[4].

Y así continuaron emitiéndose Cartas en las que se trataban temas preocupantes como las injurias, y difamaciones a la Iglesia, la detención de algunos sacerdotes, la campaña antirreligiosa nacional, la clausura de algunos programas católicos de radio y televisión. Se publicaron las circulares “La enseñanza privada”, “La Iglesia católica y la nueva Cuba”, “La reforma agraria y la Iglesia Católica”, “Queremos la Paz”, “Con Cristo o contra Cristo”, y otras más. Ante aquel panorama tan preocupante, comprendió el Episcopado cubano que no había más camino que acudir a Nuestro Señor y a su Madre, la Virgen de la Caridad del Cobre. Se decidió entonces planificar un Congreso para pedir la gracia sobre el pueblo cubano. El slogan o consigna escogido fue: “Toda Cuba a sus pies” aludiendo a la Madre de los cubanos, la Caridad del Cobre.

Mis padres, quienes eran miembros de la Juventud de Acción Católica Cubana desde muy jóvenes, habían estado al tanto de las preparaciones para el Congreso, y mi tío paterno, perteneciente a la Coral de la Acción Católica bajo la dirección de Marta Fernández Morell, había estado ensayado para los cantos de la misa y demás actividades que se llevarían a cabo. Trescientos jóvenes fueron los responsables del orden en los actos del Congreso quienes también tuvieron a su cargo, entre otras cosas, la recogida de palos de escoba para la confección de treinta mil antorchas. Se estableció una comisión que tuvo a su cargo la publicación de un boletín, la promoción de reuniones de estudios en las parroquias, y la redacción del Credo Social Católico.

Como parte de las actividades, en el hotel Hilton de La Habana se hizo una exposición con ropa y utensilios para el hogar donados para las familias más necesitadas de Cuba. La consigna lanzada fue “Cada católico una pieza de ropa”, organizada por la Federación de Maestras Católicas y que logró su objetivo recogiendo 32,600 piezas.

Después vino “Un peso para el Congreso” que fue la campaña popular que puso en el pecho de millares de cubanos el emblema de la Virgen de la Caridad, que era símbolo de adhesión y cariño, y dio la oportunidad a todos los católicos de Cuba de contribuir económicamente. También hubo una venta de bonos que hizo posible mayores aportaciones para poder sufragar los enormes gastos del evento. De un extremo a otro de la Isla se trabajó con un solo propósito: hacer del Congreso una realidad y un éxito.

Tuve la gran fortuna de conocer y tratar a muchos dirigentes de la Acción Católica que serían protagonistas esos días en los diferentes actos: Julio Morales Gómez, Esperanza López, Antonio Fernández Nuevo, América Penichet, Marta Díaz Hernández, Beatriz Echegoyen, Finita Rodríguez Bandujo, Ramón Casas, y muchísimos otros. Todos ellos eran dignos testigos del Evangelio que luchaban por transmitir el mensaje cristiano con su labor y con el ejemplo de sus vidas. Ellos, juntos con el clero, planificaron el Congreso para el 28 y 29 de noviembre de 1959.

La antorcha

Las actividades comenzaron con un gran Maratón que llevaría una antorcha por toda Cuba. El sábado 21 de noviembre, en medio de la lluvia, salió la Antorcha del Santuario del Cobre acompañada por el canto de una salve solemne. Luego la Antorcha fue encendida con las luces que iluminaban la imagen de nuestra Patrona, y a las nueve de la noche salió del Santuario bajo un repique de campanas de todas las iglesias y de todos los pueblos y ciudades de Cuba, que anunciaba el comienzo del Maratón, mientras el presidente nacional de la Juventud Católica era escuchado por miles de personas en el Cobre: “Esta antorcha representa el fuego del ideal que arde en el corazón de los jóvenes cubanos: amor a Dios y amor a la Patria. Al pasear orgullosa por los campos y ciudades irá encendiendo los corazones de todos los cubanos en este ideal”.

Los portadores de la antorcha serían relevados en diferentes lugares, y aunque la lluvia y el viento azotaban con fuerza, el pueblo de Palma Soriano se lanzó a la calle. Lo mismo sucedió en Contramaestre, Baire, Jiguaní y Bayamo. La noche del 23 la antorcha llegaba a Victoria de las Tunas y continuó su recorrido por pueblos, caseríos y ciudades: Guáimaro, Cascorro, Camagüey, donde “una interminable recepción, una caravana de autos, bicicletas y público siguió al corredor hasta la Plaza de las Mercedes. El obispo de Camagüey recibió la antorcha, y el público sobrepasó con mucho las diez mil personas…”[5]. Siguió su recorrido a Ciego de Ávila, Cienfuegos, Santa Clara; llegó a Colón y, tomando la carretera central, entró en la provincia de La Habana. Pero el recorrido se fue haciendo cada vez más difícil por la caravana de autobuses, camiones y automóviles llenos de peregrinos de toda la Isla que iban para la capital a participar del Congreso.

Alrededor de las 7 de la noche del día 28, la Antorcha entraba en La Habana por la Virgen del Camino, y luego ya el último maratonista entregaba al presidente nacional de la Juventud Masculina de la Acción Católica la antorcha quien procedió a colocarla junto al monumento del Apóstol José Martí en el Parque Central de La Habana. La antorcha había viajado más de mil kilómetros, y había pasado por las manos de más de mil miembros de la Acción Católica. Al comenzar a encenderse las antorchas con la llama de la antorcha original, de la Antorcha viajera, se multiplicó la iluminación, y esas miles de antorchas luego irían a honrar a la Virgen de la Caridad en la Plaza Cívica.

La virgen viajera

Alrededor de las cuatro de la tarde del sábado 28 aterrizaba en Rancho Boyeros el avión Presidencial que traía la imagen de la Virgen desde el Cobre. La comitiva que venía acompañando a la imagen estaba presidida por Monseñor Enrique Pérez Serantes, arzobispo de Santiago de Cuba, y también por autoridades del gobierno. El Comité organizador del Congreso y altas dignidades eclesiásticas recibieron a nuestra patrona en La Habana. Fue entonces trasladada a la Catedral seguida de una gran caravana. Allí recibió la imagen el Cardenal Manuel Arteaga Betancourt y el pueblo que se agolpaba ansioso por estar cerca de ella. “Millares de cubanos hicieron guardia continua hasta las diez de la noche, hora en que fue colocada en la urna de cristal sobre la carroza para desfilar con el pueblo hasta la Plaza Cívica”. Un testigo fidedigno me ha dado su testimonio: “yo era el coordinador de todo el desfile desde la Avenida del Puerto hasta la Plaza con la carroza que llevaba a la Virgen, de modo que desde las calles que cruzaban, primero Prado y luego Reina y Carlos III, todas las parroquias de Cuba pudieran incorporarse al desfile y acompañar de cerca la carroza, al menos una cuadra, hasta ser sustituida por otras dos en la siguiente calle”. Luego me comenta: “Como fuiste tú también testigo, sabes que la carroza que debió salir a las 6 de la tarde de la Catedral, a las 12 de la noche aún no había llegado a Prado y Neptuno donde yo estaba, para iniciar el verdadero recorrido exigido” termina diciendo el entrevistado.

Mientras tanto, mis padres y yo aguardábamos en la Plaza Cívica junto con un millón de cubanos. El gentío que oraba y lloraba sin cesar bajo la despiadada lluvia, esperaba a la Madre para la celebración de la santa misa, mientras que las antorchas iluminaban la esplanada en aquella noche fría. La llegada de la Virgen morena resultó un momento de gran emoción. Era la devoción popular de estudiantes, religiosas, trabajadores, sacerdotes, del pueblo en general, junto a miles de banderas cubanas, estandartes de asociaciones y cofradías. Muchos arrodillados pedían la confesión; otros rezaban el rosario, y los grupos parroquiales formaban un tumulto que recibía a la Caridad del Cobre agitando sus pañuelos en señal de bienvenida y cariño.

Toda Cuba a sus pies

En el estrado ondeaban las banderas de Cuba y del Vaticano. Allí estaban la jerarquía eclesiástica, el clero, las comunidades religiosas, el cuerpo diplomático, las autoridades del gobierno revolucionario y la representación de la prensa nacional y extranjera. Una vez colocada la Virgen en su lugar de honor, comenzó la santa Misa oficiada por Mons. Pérez Serantes. Fue una demonstración de fervor, respeto y amor, y al concluir, a las cuatro de la madrugada, se oyó el mensaje que desde Roma enviaba Su Santidad, el Papa Juan XXIII y que era transmitido por radio y televisión:

Amadísimos cubanos:

Os habla vuestro padre de Roma, y en cada una de nuestras palabras deseamos poner una nota de afecto particular, para colmar vuestros corazones del amor a Cristo hasta que se derrame sobre vuestros prójimos.

Bien conocemos el programa de los actos grandiosos de estos días. Sabemos que habéis preparado estas solemnidades con especiales obras de caridad. Hemos visto que un ideal de unión y coordinación imperan en vuestro primer Congreso Católico Nacional y en la Asamblea General de Apostolado Católico. Todo esto nos embarga de sincera alegría. Graves acontecimientos, no muy distantes todavía os han movido a congregaros al pie del altar para reforzar vuestra unión en la fe, la esperanza y la caridad. La Eucaristía es sacramento de amor y de unidad. Los que se nutren de un mismo pan, que es Cristo, deben tener un solo corazón y una sola alma; todos se han de sentir hermanos ante un solo Padre; todos, miembros de un mismo cuerpo místico cuya cabeza es Cristo…

[…] La faz del mundo podría cambiarse si reinara la verdadera caridad. La del cristiano que se une al dolor, al sufrimiento del desventurado, que busca para este la felicidad, la salvación de él tanto como la suya. La del cristiano convencido de que sus bienes tienen una función social y de que el emplear lo superfluo a favor de quien carece de lo necesario no es una generosidad facultativa, sino un deber que brota del interior del alma. La de quien, con todas las fibras de su corazón, piensa el bien, quiere el bien, hace el bien a otro, al prójimo en cuya persona ve al Divino Maestro.

[…] Si el odio ha dado frutos amargos de muerte, habrá que encender de nuevo el amor cristiano, que es el único que puede limar tantas asperezas, superar tan tremendos peligros y endulzar tantos sufrimientos. Este amor, cuyo fruto es la concordia y la unanimidad de pareceres, consolidará la paz social. Todas las instituciones destinadas a promover esta colaboración, por bien concebidas que parezcan, reciben su principal firmeza del mutuo vínculo espiritual que deriva del sentirse los hombres miembros de una gran familia, por tener el mismo Padre Celestial, la misma Madre, María.

[…] ¡Como queremos en estos momentos poner a Cuba entera a los pies de su amada Patrona, María Santísima de la Caridad del Cobre!, para que reine su amor en el alma de cada cubano, para que bendiga sus hogares, ¡para que brillen sin nubes días de paz y tranquilidad sobre esa querida Isla!

Vuelve de vuestros labios y de vuestras almas a la Reina Celeste esta ferviente súplica, mientras, con la efusión de nuestro afecto, va a todos vosotros, amadísimos cubanos, nuestra paternal bendición apostólica”[6]. 

Segundo día del Congreso

La segunda actividad programada fue la asamblea del domingo 29 de noviembre en la mañana, en el estadio de La Tropical. Allí re reunió a más de diez mil personas. Se hicieron discursos sobre justicia social, fraternidad humana y se nombraron los nuevos presidentes de la Acción Católica. Se sentaron principios, se aclararon dudas y se ratificaron posturas.

Se oyó el discurso de Clara Lucas Azcona, sobre la relación de la caridad y la fraternidad humana:

“Grabemos en la retina de nuestros ojos y en el músculo de nuestro corazón, el impresionante espectáculo de anoche…en la Plaza…que se ve iluminada por un nuevo Pentecostés en las conciencias, que fortalecerá las voluntades y caldeará los corazones en la caridad de Cristo”.

José Ignacio Lasaga habló sobre la caridad y la justicia social, y la realidad del comunismo a pocos años de las represalias del 1956 en Hungría y Polonia:

“Queremos pues, que toda Cuba oiga bien claramente en este día, y sepa para siempre que, si la Iglesia en todas partes se opone a las ideologías de tipo comunista, no es por defender privilegios injustos, […] sino por mantener la dignidad del hombre, de todo hombre, y por tanto la dignidad del estudiante y la del campesino, y la del obrero, frente a la explotación inhumana que tiene lugar en los estados totalitarios”.

Y la multitud coreó al unísono: Comunismo ¡NO! Comunismo ¡NO! Aunque hasta entonces el gobierno lo había negado, no sería hasta abril de 1961 en que Fidel Castro declararía públicamente el carácter socialista/comunista de la revolución. El temor de los obispos, desafortunadamente, llegaría a convertirse en una realidad.

Luego Mateo Jover se dirigió al público con el tema La caridad y el amor a la Patria:

“Para un cristiano el amor a la patria ha de ser un sentimiento vivo, presente y actuante […] que se manifiesta en la vida diaria […]. El amor a la Patria encarna en la virtud del patriotismo. Virtud esencialmente cristiana. Quien se dice católico y no cumple sus deberes para con la patria, no solo es mal ciudadano, también es mal cristiano”.

Mons. Alberto Martin Villaverde finalizó el acto con su alocución, El Congreso en defensa de la caridad:

“Este Congreso, que debió haberse llamado Congreso Católico en defensa de la caridad, era necesario porque hoy como nunca se pretende arrancar del hombre hasta la idea de Dios, y sin Dios se quita la única razón del verdadero amor entre los hombres. Si nos arrancan a Dios del corazón, si nos dicen que no tenemos un Padre común de la humanidad, si nos dicen que no tenemos Padre, entonces no somos hermanos; entonces somos extraños unos para los otros, entonces el hombre está frente al hombre en la lucha por la vida. […].El pueblo de Cuba sabe que el pueblo que reniega de Dios y de la Virgen es suicida. Y por eso se ha reunido en este grandioso Congreso, para decirle al mundo que ya hemos escogido: que tenemos Padre. Que tenemos Madre. Que queremos amor, que queremos Patria; que no queremos a los que arrancando a Dios siembran la desunión y el odio, sino que queremos a Dios, y con Dios ser hermanos, y con Dios la justicia y la caridad para todos.

Cuba, que tiene fija su mirada en la estrella de su bandera, quiere que esa estrella sea en verdad un símbolo de la Virgen, de la Virgen que es la Estrella del Mar y la Estrella de la Mañana. Cuba quiere izar su bandera en el mástil de la cruz de Cristo, mástil de amor, asta de esperanza, y ponerle por estrella un corazón luminoso: el corazón de Madre de la Virgen de la Caridad”.

La despedida

Mientras esto ocurría en el estadio de La Tropical, en la Plaza Cívica se seguía venerando la imagen de la Patrona de Cuba que era visitada por su pueblo desde la noche anterior. “Mons. Pérez Serantes no se separó de la imagen ni un minuto”, me confirma otro testigo de los actos. La multitud se agolpaba cerca de la Madre de Dios. “Todos querían llegar a la imagen para venerarla, llevarle flores, agradecerle un favor, pedirle una gracia especial, cumplir una promesa”, relata la Memoria del Congreso[7]. La Virgen estaba contenta pues había recibido un gran homenaje de su pueblo, pero llegaba la hora de la despedida.

La salida estaba programada para las dos de la tarde, pero no pudo ser pues la Plaza Cívica se seguía llenando del fervoroso público y se retrasaba la salida hacia Rancho Boyeros. Por fin se pudo emprender el camino hacia el aeropuerto, y el pueblo a pie iba detrás de ella y la acompañaba. Cuatro horas demoró el viaje y la Virgen por fin regresó en avión a su casa en El Cobre.

El Congreso Católico Nacional había llegado a su fin y había sido todo un éxito. Se había cumplido la consigna: ¡Toda Cuba a sus pies! Los cubanos regresaban a sus hogares contentos, esperanzados y optimistas. Pero era necesario pedirle a la Virgen que los siguiera acompañando y guiando. Se avecinaban sucesos imprevisibles.

  • [1] “Saludo e invocación a Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba”, Memoria del Congreso Católico Nacional, La Habana, noviembre 28 y 29, 1959, Imprenta Ponciano, La Habana 1959.
  • [2] La Voz de la Iglesia en Cuba, 100 documentos episcopales, Obra Nacional de la Buena Prensa, México DF, 1995, p. 55.
  • [3]Ibid., p. 66.
  • [4]Ibid., p. 107.
  • [5]Memoria del Congreso, Ibid.
  • [6]Memoria del Congreso Católico Nacional, Imprenta Ponciano, La Habana 1959, p. 2.
  • [7]Ibidem.

 

 


  • Teresa Fernández Soneira (La Habana, 1947).
  • Investigadora e historiadora.
  • Estudió en los colegios del Apostolado de La Habana (Vedado) y en Madrid, España.
  • Licenciada en humanidades por Barry University (Miami, Florida).
  • Fue columnista de La Voz Católica, de la Arquidiócesis de Miami, y editora de Maris Stella, de las ex-alumnas del colegio Apostolado.
  • Tiene publicados varios libros de temática cubana, entre ellos “Cuba: Historia de la Educación Católica 1582-1961” y “Mujeres de la patria, contribución de la mujer a la independencia de Cuba” (2 vols. 2014 y 2018).
  • Reside en Miami, Florida.
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