El servicio de salud: mejor pagarlo que no tenerlo

Martes de Karina

¡Caer en un hospital es lo último! Es la frase que podemos escuchar en cualquier lugar de Cuba, cuando se habla de enfermedades o dolencias. Y es que todo es difícil dentro de un hospital cubano: no puedes separar un turno para una consulta con suficiente antelación, porque siempre tendrás que hacer colas interminables; nunca sabemos si el médico va a estar en su consulta el día que debe, o si va a existir el reactivo para hacerse un examen, o si hay material para radiografías… Peor en el interior que en La Habana. Hemos escuchado de mujeres compartiendo cama después de una cesárea, de salas de urología sin agua en los baños. Y para nadie es noticia que es necesario llevar todo para un hospital: sábanas, frazadas, cubiertos, vasos, agua de tomar, alimentos.

Para hablar de un servicio gratuito, primero tiene que existir el servicio. Y verdaderamente hace muchos años que el servicio de salud cubano dejó de ser de calidad. No por la voluntad de los que lo brindan, en la mayoría de los casos, sino, sobre todo, por la falta de recursos y de higiene que se padece en las instalaciones.

Debemos recordar que nada es gratuito. En muchas instalaciones de salud cubanas, existe un poster que nos lo recuerda: “los servicios de salud son gratis pero cuestan…” exponiendo una lista de servicios con sus correspondientes precios. Siempre alguien paga. En Cuba, pagamos todos. Cuando el Estado asume el costo de los servicios de salud lo hace con recursos que aportamos todos: con salarios por debajo de lo justo, con el aporte por concepto de impuestos sobre ingresos personales de los privados, con precios a los productos de primera necesidad con un margen comercial cerca del 140% en las tiendas del Estado. Sin hablar de lo “necesario” que resulta compensar de alguna manera los salarios recibidos por los médicos y otros trabajadores de la salud: un regalito, una meriendita, un café… cualquier cosa que nos ayude a conseguir una atención esmerada y priorizada.

No puede negarse que existe acceso gratuito a la atención médica, como en muchos lugares del mundo, donde la salud pública, (que es mucho más que la atención médica, incluye medicamentos, transporte de enfermos, accesorios para limitados, etc.) es gratuita, con la diferencia de estar combinada con la oferta privada, que, por supuesto, no es gratuita.

Las ofertas de servicios gratis atraen. Pero debemos considerar cuán injustas, ineficientes e insostenibles pueden ser.

Si injusto es que alguien pierda calidad de vida o muera por no tener dinero para pagar atención médica, también es injusto que la salud sea un servicio gratuito para todos. ¿O acaso es justo que alguien que puede pagarse vacaciones en las Islas griegas no pague lo que cuesta una operación de apendicitis? Es injusto que quien pueda pagar, no tenga más opción que los servicios gratuitos, perjudicando el acceso de los que realmente lo necesitan. Asimismo es injusto que quien trabaje con esfuerzo y logre generar recursos para asegurar su salud y la de su familia, se vea obligado a recibir un servicio de baja calidad, igual al que el que no se ha esforzado.

Ineficiente porque quien trabaja está muy lejos del que paga y siempre la demanda supera la oferta

Insostenible porque, se necesita determinar la fuente de fondos para mantener el servicio, y si no hay espacio suficiente para la iniciativa privada, que genere, a través de impuestos u otras contribuciones, los recursos requeridos, la gratuidad no pasa de ser la oferta gratuita de algo que no existe.

Preferimos que exista, aunque haya que pagarlo. Contando con que se creen en la sociedad las condiciones para que, trabajando, podamos conseguir los recursos para pagar nuestra salud y aportar para que se brinden gratuitamente pero con calidad, los servicios a los que no puedan pagarlos.

 


Karina Gálvez Chiú (Pinar del Río, 1968).
Licenciada en Economía.
Fue responsable del Grupo de Economistas del Centro Cívico.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

 

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