Religión y sociedad: “La Perfecta Alegría”: ser instrumentos de paz y justicia

San Francisco de Asís. Foto tomada de goretti.edu.co.

San Francisco de Asís. Foto tomada de goretti.edu.co.

A lo largo de la vida uno conoce personas buenas y otras no tanto, gente por la que vale la pena vivir y por las que damos las gracias de haberles conocido. Gente brillante, otras no tan luminosas. Personas admirables, algunas repudiables, pero todas hechas del mismo barro. ¿Qué es lo que hace entonces que de la mano de un mismo Creador y con una misma materia prima salgan vasijas buenas y malas?
Sin dudas creo que es la opción personal, la capacidad que tiene el hombre de decidir, esa divina libertad que nos regaló Dios y que es incomparable, el darle la oportunidad a los hijos de escoger qué camino tomar.
A los seres humanos nos cuesta mucho trabajo aceptar y respetar las decisiones de nuestros semejantes, incluso les acusamos muchas veces de estar equivocados, de tomar un camino que a nada conduce, que es una pérdida de tiempo.
Cada 4 de octubre, desde el año 1226, la Iglesia Universal celebra el día de uno de los hombres de fe más grandes de nuestra historia; el día de aquel que siendo hijo de padres de una clase acomodada fue capaz de renunciar a todo para cumplir la voluntad divina, para ir tras su vocación.
Este hombrecito de Asís, un pequeño pueblo de Italia, ha movido a lo largo de siglos a millones de personas católicas o no, creyentes o ateas, a vivir una vida apegada al Evangelio, a las bienaventuranzas, al amor a toda la creación. Movimientos pacifistas, ecologistas, y hombres y mujeres de bien, han encontrado la inspiración en aquel que se despojó hasta de sus vestiduras en plena plaza pública ante un juez, para declararse libre de toda atadura material con este mundo.
El camino de todo el que se apega al Evangelio, de quien decide seguir a Cristo resucitado, no es otro que el de la cruz, el de la incomprensión e incluso, en ocasiones, es camino de aparente soledad; aún los seres más queridos pueden ser los que menos comprendan nuestra opción de vida, llegando a ser por momentos los peores jueces, o los primeros en salir corriendo cuando “la cosa se pone mala”; o como el mismo Pedro, los primeros en negar.
Francisco de Asís decidió abandonar la tranquilidad de un hogar estable, el calor de una hoguera siempre encendida, el refugio de una madre complaciente para lanzarse a cumplir con el llamado del Señor. Sirvió a la Iglesia y a los más pobres pero no de cualquier manera. No gozando de los privilegios que en aquella época tenían los miembros del clero, tampoco alejándose y reformando por dolor ante la triste realidad que vivía la Iglesia, sino sumergiéndose hasta lo más profundo de la misma y transformando por amor y con humildad todo lo que estaba perjudicándola. Siempre desde adentro y comprometiéndose cada vez más, aunque fuera víctima de constantes incomprensiones. Muchos de sus antiguos amigos le darían la espalda, lo comenzarían a ver como un bicho raro, como un loco, tal como fue visto Jesús, y como Jesús, probablemente, serán vistos todos aquellos hombres que decidan servir a la verdad. No pocos tratarán de desacreditar la actuación de los más coherentes; de Jesús se decía: este solo come y bebe con prostitutas y publicanos…
 
San Francisco, quien no dudó en renunciar a todo bien material, nos dejó un modelo práctico de cómo vivir el Evangelio, incluso, para aquellos que no creen es un ejemplo digno de imitación para ser mejores personas, defensores de los más pobres y amantes celosos de la paz. El Poverrello de Asís llamó hermanas a todas las creaturas porque todas fueron creadas por el mismo Padre.
La familia franciscana y todos los devotos de San Francisco cada día recibimos el reto de vencer el miedo a los apegos, a la tranquilidad, a las aguas mansas, para con Jesús, subir a la barca que navega en aguas turbulentas, pero que se dirige a puerto seguro y a encontrar “la Perfecta Alegría”. Este don no consiste en la erudición ni en el poder de hacer milagros, no está en tener reconocimientos, grandes construcciones, grupos que nos sigan ciegamente, o que aprueben todo cuanto decimos; más bien está en saber vencernos a nosotros mismos y en cultivar la paciencia al ser capaces de soportar calumnias y humillaciones, ofensas y vejaciones, maltratos e incomprensiones, de la misma manera que Cristo hizo.
San Francisco de Asís, santo reconocido por las Naciones Unidas como el hombre del milenio, nos ha enseñado el camino a seguir. Ha sido ejemplo claro para aquellos que de manera pacífica han buscado defender las raíces desde la humildad, la reconciliación y la armonía. Él mismo, inspirado por Cristo, legó esa “Perfecta Alegría” a fray León diciendo que no estaba en dar al mundo gran ejemplo de santidad, ni en dar vista a los ciegos, hacer hablar a los mudos, resucitar a los muertos, saber todas las lenguas, ni las ciencias; ni en predecir el futuro, ni en saber el curso de las estrellas, ni en poseer todos los tesoros, ni en el don de la predicación. Para Francisco “la Perfecta Alegría” estaba en saber vencerse a sí mismo como gracia del Espíritu Santo y soportar voluntariamente con alegría, paciencia y por amor de Cristo todas las penas que encontraremos en el camino, las humillaciones, las calumnias, las incomprensiones y la indiferencia de nuestros hermanos, e incluso el ser golpeados y pacientemente pensar en las penas que sufrió Jesucristo.
Para el cristiano no existe otra alegría que pasar el tortuoso camino de la cruz, así ha sido y será, desde Pedro y Pablo hasta los que aún hoy dan la vida en miles de rincones del mundo apegados al Evangelio y en defensa de la verdad. Sabemos el precio que casi siempre hay que pagar; recordamos que aquellos que un día recibieron a Cristo con vítores y como rey, a los pocos días pidieron que fuera crucificado y tratado como delincuente. El cubano de hoy no puede esperar que su realidad sea muy diferente. El cristianismo, el apego a la verdad, es liberador pero doloroso, es luz cegadora que limpia el alma, es como brazas de fuego que queman la lengua. La verdad es el secreto dicho al oído pero que debe ser gritado desde lo alto de los edificios, es el amor a los enemigos, el perdonar todo, es mantener el equilibrio ante los traspiés que nos impongan, es tener la fe de amar y ayudar a aquellos que hoy nos machacan y se retuercen por desacreditarnos.
El mundo hoy más que nunca, y Cuba como nunca antes, necesitan de miles de Francisco, hombres comprometidos con la verdad y por amor, capaces de defender al hombre y su dignidad plena, que reconstruyan iglesia y sociedad desde el diálogo y la reconciliación. Se necesitan hombres capaces de abrir puertas, aun las que constantemente son cerradas en nuestras caras. Eso sí, siendo instrumentos de paz y justicia.
Williams Iván Rodríguez Torres (Pinar del Río, 1976).
Técnico en Ortopedia y Traumatología.
Artesano.
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