Religión y sociedad – La Iglesia en Cuba celebra los 60 años de vida sacerdotal de Mons. José Siro González

Por Dagoberto Valdés Hernández
Mons. José Siro González rodeado de los obispos cubanos en la Misa de sus 60 años de vida sacerdotal. Foto de Juan Carlos Fernández

Mons. José Siro González rodeado de los obispos cubanos en la Misa de sus 60 años de vida sacerdotal. Foto de Juan Carlos Fernández

 

Creo que después que Maceo llegó a Mantua al terminar la Invasión de Oriente a Occidente, ese noble poblado, hoy Monumento Nacional, no había tenido otro acontecimiento como el del pasado viernes, 28 de febrero.
En efecto, al llegar a una de las más bellas esculturas de Cuba, la dedicada “Al Soldado Invasor” en la misma entrada de Mantua, ya se apreciaba el jolgorio. Dos largas filas de carros a ambos lados de la calle principal anunciaban con su variopinto colorido y tamaño la presencia de una multitud de peregrinos: autos, guagüitas, camionetas, camiones de transporte, arañas, bicicletas y caballos amarrados donde podían.
Por calles y parques, limpios y luminosos en la clara mañana de cálido invierno, caminaban a paso lento y alegre, monjas con hábitos de varios colores y monjas sin hábitos exteriores pero con la misma vocación y consagración, sacerdotes y religiosos de toda Cuba con relucientes albas y vestiduras litúrgicas frente a la Iglesia, en un viejo y conservado caserón histórico, laicos que se abrazaban y saludaban con efusivo abrazo de tiempo sin verse, diez solemnes mitras de casi todos los Obispos de Cuba: desde Mons. Wilfredo Pino, obispo de la lejana y fraterna Diócesis de Guantánamo-Baracoa, hasta el obispo Emérito de Pinar residente en Mantua, pasando por Mons. Dionisio García, Arzobispo primado de Santiago de Cuba y presidente de la Conferencia de Obispos cubanos, Mons. Emilio Aranguren, obispo de Holguín, Mons. Juan García, Arzobispo de Camagüey, Mons. Mario Mestril, obispo de Ciego de Ávila, Mons. Manuel Hilario de Céspedes, obispo de Matanzas, Mons. Alfredo Petit, obispo auxiliar de La Habana, Mons. Juan de Dios Hernández, obispo auxiliar de La Habana y Mons. Jorge E. Serpa, actual obispo de Pinar del Río. Días antes acudieron a su casa en aquel lugar, el Nuncio Apostólico de Su Santidad en Cuba, Mons. Bruno Musaró y S. E. R. el Cardenal Arzobispo de La Habana, Mons. Jaime Ortega. Todos los ministerios y carismas de la Iglesia, en gozosa convivencia. Mantua contemplaba curiosa y acogedora.
Al filo de las diez de la mañana, salía a la calle de la señorial casa colonial del frente, una lenta y larga procesión presidida por Monseñor Siro, que acompañado de dos diáconos, lucía las mismas vestiduras litúrgicas que estrenó en su Ordenación Sacerdotal y primera Misa hace 60 años. Fue un regalo de su gran amigo Mons. Fernando Prego, quien fuera obispo de Santa Clara. Las usó cuando sus bodas de plata, 25 años, cuando las de oro, 50 años y ahora en las de diamante. Símbolo y emblema de su fidelidad a Cristo, a Cuba y a su Iglesia, puesta a toda prueba.
Los amplificadores potentes y diáfanos hacían correr los cantos y plegarias por las mismas calles mantuanas, ahora pendientes como de un hilo de lo que se decía y hacía en la colonial parroquia dedicada a la Virgen de las Nieves, patrona de este pueblo y de todos los tabacaleros de Cuba. Las lecturas de la Biblia se alternaban con un Salmo de Acción de Gracias, cantado con visible emoción y piedad por la religiosa carmelita Blanca Aurora Valdés: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Y la respuesta de la Asamblea y del obispo festejado: “Alzaré el Cáliz de la Salvación invocando Tu Nombre.”
Después del Evangelio, el mismo Mons. Siro, sentado, sereno y espontáneo, nos regaló sus vivencias de estos 60 años de su sacerdocio. Dijo que sus palabras no eran una homilía, ni una predicación, en efecto, eran más, las sentimos y acogimos como el testimonio apostólico de quien ha vivido mucho y ha sido fiel a Dios, a su Patria y a su Iglesia. Eran como una Carta de San Pablo o de Santiago, por donde le viene la sucesión apostólica a Mons. Siro en la ininterrumpida cadena de la Imposición de Manos, gesto de la continuidad del Ministerio pastoral.
Habló de los primeros años antes del 59, de la “ola de la revolución que pudo vivir metido en el monte con el Padre Lara y cazando negritos”. Luego los años duros, de pocos sacerdotes y laicos y muchas cruces, de poca libertad y mucha Gracia de Dios.
Recomendó, con sabiduría y ternura de abuelo, con delicadeza de hermano, que los sacerdotes deben tener: Amor a Jesús-Eucaristía, en la Misa y en el Sagrario; amor a la Virgen, pero “amor afectivo y efectivo”, devoción a un santo, como quien trata con un amigo, mencionó su devoción a San Martín de Porres. Y mucha entrega “afectiva y efectiva” a su pueblo. Un efusivo y largo aplauso acogió este sólido testimonio de vocación apostólica. Ojalá esas enseñanzas, tan parecidas a las evangélicas por su simplicidad y profundidad, puedan ser publicadas y conocidas por laicos, seminaristas, sacerdotes y obispos.
Con una paz y una piedad propias de quien ha vivido mucho, ha pasado por todo, y ha cultivado con perseverancia y sin estridencias una profunda espiritualidad, el obispo Siro desgranó las plegarias eucarísticas arropado por sus hermanos obispos y sacerdotes. Dio la primera comunión a un grupo de niñas y niños de la Parroquia llamando con ese respeto y fraternidad sacerdotal al párroco del lugar para que le acompañara en este momento tan especial.
Al final, extrañamos unas palabras de afecto de algún amigo sacerdote, de un hermano en el episcopado, algún mensaje del Santo Padre Francisco, tan parecido en su estilo pastoral a Mons. Siro. Él mismo, con toda sencillez agradeció nuevamente y llamó a Marilú, una niña que crió su hermana Anisia y que le trajo como regalo un diamante incrustado en un cristal transparente. Símbolo de su vida. Ella le dijo al oído y él repitió: “Ella dice que es un cristal con un diamante en mis Bodas de Diamante, pero que la piedra es de fantasía, porque el diamante soy yo.” Esa es la verdadera humildad y simplicidad de vida, como decía Teresa de Ávila: “La humildad es la verdad”. Una mujer y madre de pueblo susurró al oído lo que todos esperábamos al final de este Jubileo.
Gracias, Siro, padre y pastor fidelísimo hasta el final, por tu entrega sin doblez, tu coraje apostólico, tu silencio amoroso por tu Iglesia, tu inconmovible piedad, tu fortaleza de alma, tus virtudes heroicas y tu simplicidad de vida.
Pepito, como te llamaba y te protege desde el cielo tu madre:
Te cobijaron con amor afectivo y efectivo, pastores y fieles, tirios y troyanos, tu Iglesia y tu pueblo. ¿Qué más puede pedir un sacerdote pastor?
Tus hijos, amigos y hermanos, te deseamos paz, alegría de vivir y perseverancia hasta el final. Amén.
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Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007 y A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.
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