Religión y sociedad: De la familia a la realización personal y la humanización de la sociedad

Por Jorge Ignacio Guillén Martínez
 
El Papa Francisco saluda a una abuela en su encuentro con las familias en la Catedral de Santiago de Cuba.

El Papa Francisco saluda a una abuela en su encuentro con las familias en la Catedral de Santiago de Cuba.

En la reciente visita apostólica del Papa Francisco a Cuba, el tema de la familia ha sido uno de los más invocados, y no solo en la visita, después de Cuba fue a Filadelfia al Encuentro Mundial de las Familias y posteriormente en Roma se desarrolló el Sínodo de los Obispos con el tema “La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo”. ¿Qué lleva al Papa y a la Iglesia a centrar su atención -con tanta determinación- en la familia? ¿Qué lecciones podemos sacar las familias cubanas, aprendizajes, retos, desafíos a partir de estos procesos de reflexión que se están desarrollando? ¿Qué aportes podemos hacer a esta reflexión? ¿Cómo llevarla a nuestra realidad?
En la familia está la respuesta a muchos de los desafíos que se nos avecinan, estamos llamados a estudiar y beber de las enseñanzas que están resultando de estos procesos reflexivos que la Iglesia universal está desarrollando, para ajustarlos a nuestra realidad y contribuir así a un desarrollo más pleno de nuestra sociedad. Cuba necesita que respondamos al llamado que expresara Francisco en su mensaje a las familias cubanas: “Cuidemos a las familias verdaderas escuelas del mañana, cuidemos a las familias, verdaderos espacios de libertad, cuidemos a las familias, verdaderos centros de humanidad”.
La verdad de la familia como escuela de libertad y humanidad se hace visible específicamente por su valor como espacio para la realización plena de la persona. Y precisamente sobre este tema me gustaría reflexionar…
La familia como espacio de realización personal
Para la realización plena de la persona hay dos factores que juegan un papel fundamental y que están en la base de la visión cristiana de la familia: el primero relacionado con uno mismo y el segundo con los demás, nuestro prójimo. “La persona goza de dos caracteres constitutivos: su singularidad y su relacionalidad” (Carlo Caffarra, Prof. Ordinario de Ética. Universidad de Bologna. “La familia como ámbito de desarrollo humano”).
Aunque estas dos características de la persona son inseparables, y una no es sin la otra, podemos -para facilitar el análisis- ver, por un lado la singularidad (que no es individualidad) como una realidad más relacionada con la autoafirmación de y por sí mismos, y por otro lado la relacionalidad más como la afirmación de los otros por sí mismos, que nos lleva a la donación libre y responsable hacia los demás, resaltando la unicidad e irreductibilidad de la persona, su valor y dignidad por lo que es, independientemente de cualquier condicionamiento.
La familia es el lugar idóneo para desarrollar ambas dimensiones de nuestra personalidad, y específicamente hay algunas habilidades y talantes que podemos fortalecer a fin de vivir con mayor profundidad tanto la singularidad como la relacionalidad, y por supuesto, avanzar hacia un estado de mayor realización personal.
Comencemos por:
– Aumentar nuestra autoestima: la familia es un buen espacio para educar -sin caer en la autosuficiencia- nuestro aprecio, cariño y admiración hacia nosotros mismos. En palabras del Papa Francisco “no hay lugar para las «caretas», somos lo que somos” y encontramos un ambiente favorable para aceptarnos como tales, descubrimos tanto nuestras competencias y cualidades como los defectos y limitaciones, que lejos de entorpecer nuestro estado emocional deben impulsarnos a valorarnos y a vivir agradecidos por lo que somos. En la familia descubrimos nuestra grandeza y nuestras potencialidades que llegan a su máxima expresión cuando las ponemos en función de la fragilidad ajena.
– Armonizar la vida: en la medida que construyamos un ambiente familiar más humano, más armónico, estamos incidiendo directamente en un verdadero Desarrollo Humano Integral (DHI) de la persona y la sociedad. Esta armonía es posible porque es en la familia donde surge por primera vez la necesidad e importancia de actitudes como el perdón, la sinceridad, el respeto a la diversidad, el diálogo, la confianza, la ayuda a los demás, etc., las que poco a poco se van introduciendo en el tejido social.
– Autodescubrimiento y autoposesión: estas dos cualidades, por un lado nos hablan de nuestra realidad, del ¿cómo y dónde estamos?, ¿quiénes somos?, ¿qué tenemos?, ¿de dónde venimos? Y también nos ponen a pensar en nuestro futuro, en nuestros sueños, ¿qué queremos para nuestra vida? ¿hacia dónde vamos? ¿Cómo caminar hacia el futuro? Por otro lado nos invitan a discernir las opciones que tenemos para recorrer ese camino que existe entre los que somos y lo que queremos llegar a ser. Son cualidades que implican tomar las riendas de nuestra vida, ser protagonistas de nuestra historia, tomar nuestras propias decisiones con libertad y responsabilidad. Es en la familia donde aprendemos a desarrollar con mayor profundidad ese conocimiento y dominio de nuestro ser, que nos impulsa hacia una vida más segura y feliz.
– Vivir para servir y no para ser servidos: el Papa Francisco en su reciente visita a Cuba nos recalcó con mucha preocupación -especialmente- en la Misa celebrada en la Plaza José Martí de La Habana esta certeza. Solo cuando miramos la dignidad de los otros y los reconocemos valiosos por el mero hecho de existir, cuando ponemos el amor como regla fundamental para relacionarnos con nuestro prójimo, es cuando podemos verdaderamente llevar una vida de servicio, una vida de compromiso con la debilidad ajena sin esperar nada a cambio. Y solo cuando una persona logra salirse de sí misma, para entrar en relación de servicio con los que los rodean, es que puede avanzar hacia su pleno desarrollo. La naturaleza humana y nuestra vocación de persona nos exigen este requisito, y sin duda alguna, es en la familia donde primero se aprende a dejar a un lado nuestros intereses para valorar los ajenos, sin que esto implique descuidarnos a nosotros mismos.
La crisis familiar no es un fenómeno solamente de Cuba, pero las soluciones a los problemas de nuestras familias sí están en Cuba, en cada uno de los cubanos. Nos toca asumir el protagonismo que esta situación nos demanda y proponer, autocriticar y criticar, asumir responsabilidades, en fin, participar activamente en la construcción de una sociedad más humana. ¡Merece la pena comenzar por nuestras familias!
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Estudiante de Economía.
Scroll al inicio