Que Cuba viva de verdad

Yoandy Izquierdo Toledo
Jueves de Yoandy

Recién he leído una dedicatoria que me ha parecido no solo oportuna, sino necesaria para la salud de las relaciones humanas en general. Más allá de la amistad, se hace urgente y necesaria la convivencia pacífica y civilizada al interior de nuestras comunidades, del pueblo y del país como un todo.

La frase, atribuida a Santo Tomás de Aquino, dice: “Cualquier amigo de verdad quiere para su amigo: 1) que exista y viva; 2) todos los bienes; 3) deleitarse de su presencia; y 4) compartir con él las propias alegrías y tristezas, viviéndolas con él con un solo corazón”.

Es una receta, un manual, una hoja de ruta a seguir para cultivar la rosa blanca de la que nos habló Martí. Para ser amigo, y más que eso, buen amigo, debemos disponernos y ser capaces de ofrecer lo mejor de nosotros, vivir al servicio de los demás con incondicionalidad.

La persona del cubano, afectada en sus facultades por un sistema totalitario que no ha fomentado, precisamente, los mejores valores humanos, sino algunas deformaciones como la falta de transparencia, la delación, la comparación excesiva, el quítate tú para ponerme yo, la demeritación del otro, debería reconocer en esta exhortación de Santo Tomás una meta constante. El ejercicio de trabajar para ser mejores cada día es una tarea perenne pero que tiene sus recompensas a lo largo de nuestra vida.

Entre esas miserias humanas que provoca el sistema podemos ver cómo, en ocasiones, el hombre actúa de tal forma que parece ser un enemigo de su propio prójimo. Es tanto el arraigo de la cultura del “sálvese quien pueda” que pareciera no alegrarse de los triunfos del otro, ni deleitarse de sus logros, más bien cuestionarlos y hasta codiciarlos.

Debemos desear para los demás lo mismo que deseamos para nosotros, y la felicidad, más aterrizada como la búsqueda del bien común, no está reñida con la exclusividad. El propio concepto habla de pluralidad e inclusión.

Cuando la frase nos dice lo de compartir en un solo corazón las alegrías y tristezas, más que una expresión hecha, habla de la comunión fraterna, de la vivencia de lo bueno y lo malo juntos, porque cuando uno se aísla nos cuesta más encontrar una solución, el tránsito se hace más tortuoso y muchas veces no llegamos a ver la luz al final del túnel.

La alegría compartida es, a veces, un regalo que hacemos al otro sin más esfuerzo que el de querer hacer el bien. La tristeza compartida aligera la carga, alivia el dolor y rebaja su efecto, aunque a veces no seamos capaces de ver que la alegría depende de nosotros mismos.

En otras circunstancias, cuando nos echan una mano, nos damos cuenta de que despejando a la tristeza de la soledad, el desamparo, la falta de visión y el pesimismo, estamos más cerca de esa sensación de acompañamiento que, aún en las peores crisis, es motivo de alegría.

No me gustaría aplicar esta frase solamente al plano personal, sino que también es necesario relacionarla con Cuba, en el aquí y el ahora que vive nuestro país. Podríamos traducirla al lenguaje ciudadano diciendo que cualquier político de verdad quiere para su pueblo que exista y viva, no que se desmigaje por el mundo a través de éxodos masivos y sistémicos que dividen el alma de la nación y la sumergen en una crisis profunda. Un político de verdad quiere para su país, al que representa a través de su servicio, el mayor bien posible. Lucha por su gente pero no a través de la lucha armada sino gestionando políticas públicas al servicio de la persona, poniendo primero al ciudadano que a un partido, la Patria primero que un sistema político.

Un verdadero político sufre junto al pueblo las necesidades inevitables, pero lejos de multiplicarlas busca las salidas viables a las crisis. Cuenta con todos, considera a cada uno de los hijos por igual, incluso, a los que han tenido que emigrar pero siguen llevando la tierra que les vio nacer en el pensamiento y en el corazón.

Todos los que amamos a Cuba y la pensamos desde nuestro rol en la sociedad civil, así como nos ha recordado el pensamiento tomista, queremos que Cuba exista y viva, pero que viva de verdad. Y eso significa estar indisolublemente unidos a la libertad, la paz y el progreso.

 


Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

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