Poesía de la acción

Foto tomada de Internet.

 

  • Allí donde la vida nos encierra, la inteligencia abre una salida.
  • Marcel Proust En busca del tiempo perdido

Nuestra vida es también la vida de los demás

  • ¿Qué puede el sol en un pueblo tan triste?
  • Virgilio Piñera La isla en peso

Todos los seres humanos se encuentran en un lugar, en un determinado espacio-tiempo. En el caso cubano, somos una Isla constreñida por el mar. Hace unos días me senté en el recibidor de un bufete colectivo a esperar a una persona, la cual debía gestionar unos documentos importantes. Cuando ya casi era la hora del cierre decidí regresar a casa, el experto no apareció, me dieron deseos de llorar. Esa tarde, mientras transcurría tal acción malograda, hice un recuento de todas las horas que he dedicado a cuestiones inútiles, absurdas, detestables. Pensé en las graves dificultades del transporte, siempre exasperante; en las interminables reuniones inútiles con lenguaje asambleario; en las cuatro veces que acudí al policlínico -debido al ejercicio prolongado de mi profesión- a una especialista en otorrinolaringología. Cada vez que asistía a la consulta, la doctora me decía: vuelva la semana que viene para ver si la puedo atender, no tengo el instrumento listo que se necesita para revisarle bien la faringe, me cansé de ir por gusto. Cuando tenemos cierta edad, hay quien piensa que no tenemos nada en qué entretenernos.

He observado las filas de cientos de personas que pasan incluso días para comprar algún alimento. Hoy mismo vendieron pollo en una tienda y en otra, paqueticos de refresco en polvo, punto. Es alucinante el nivel de desgaste de nuestros ciudadanos en cualquier actividad de la vida cotidiana. A veces son inenarrables las “cosas que pasan”, esa imagen que pudimos observar en el momento en que se volteó en La Habana un camión de huevos y se formó un zafarrancho de gente buscando en la calle los que quedaron intactos, es impresionante.

La Mesa Redonda del 21 de noviembre de 2022 se dedicó al análisis de la situación en Colombia, sorprende escuchar a la invitada comentar sobre justicia social y la necesidad de atención sanitaria a los sectores más desfavorecidos en ese país. Cuando hacen estas declaraciones se agolpan en la mente –y en el pecho– la cantidad de personas fallecidas en Cuba por negligencias y desamparo sanitario, los niños desahuciados porque padecen de leucemia y otras enfermedades graves y no tienen posibilidades de salvación para ellos, los presos enfermos a los que no les bridan auxilio adecuado.

Produce cierto vértigo en mí ver tantos años debajo y comprobar cómo el período dedicado a una labor específica como profesión, resultó profundamente ingrato desde lo institucional. El fruto de cuarenta años invertidos en investigación y enseñanza en el campo de las ciencias sociales, hoy se revierte en dos mil pesos cubanos. Entonces me hago la pregunta: ¿qué sentido tuvo el esfuerzo de obtener títulos académicos, impartir conferencias, participar en tribunales, en eventos científicos, en claustros de profesores, etc? Cuando la etapa de la vida laboral termina de manera oficial, aquel que somos se nos esconde. De esa comunidad nos venía la seguridad, la certidumbre de desempeñar un papel, de tener una función, de ser una imagen específica para los demás, incluso aun en medio de los miedos, los desamores, la fuga de objetos y seres atrapados en esa noria.

En busca del tiempo escamoteado

El autor de “Yolanda”, Pablo Milanés, falleció, se nos fue pleno de luz. El pueblo cubano está muy triste, profundamente conmovido. Con él se ha ido una parte esencial de nuestra juventud pasada. En nombre de ese tiempo sincero, de esos días en que aspirábamos a un mundo transparente y cálido y no uno al modo en que lo describe el sociólogo y ensayista polaco-británico Zigmunt Bauman en su texto Miedo Líquido. La sociedad contemporánea y sus temores.[1] Me inclino a pedir a Dios por el descanso eterno del queridísimo trovador y junto a ello, que cese el sufrimiento de su país natal. Hemos aprendido de José Martí que lo que en el militar es virtud, en el gobernante es defecto, que un pueblo no es un campo de batalla, que no se sabe de ningún edificio construido sobre bayonetas, que pelear es una cosa y gobernar otra.[2]

Hace unos cuantos años, un hermano canadiense me proporcionó los siete tomos de la obra maestra de Marcel Proust En busca del tiempo perdido. Cada encuentro con mi amigo era la oportunidad de conversar sobre literatura, al punto de creerse que era graduada de la Escuela de Artes y Letras. Aproveché unas vacaciones, de esas tantas donde no podía hacer otra cosa que leer y disfruté de ese magnífico regalo. En el último libro, encontré el aliento y el consuelo para constatar que, a pesar de las circunstancias, de la vida precaria y miserable impuesta, la obra es signo de felicidad, porque nos enseña que, en todo amor, lo general yace junto a lo particular. Además, la inteligencia no conoce esas situaciones cerradas de la vida sin salida[3]. Lo que pasa es que una obra escrita o un poema recitado no es solo reflejo de satisfacción infinita. En estos últimos años he constatado que existe una especie de poesía de la acción, ¿quién puede dudar acerca de lo poético del tema cuidado? ¿Quién puede dudar que defender los derechos humanos es poesía sin poeta y sin poema, es unir lírica y sabiduría?

[1]Véase Miedo Líquido. La sociedad contemporánea y sus temores Zigmunt Bauman Editorial Paidós, Buenos Aires, 2008.

[2]Véase Correspondencia particular de El Partido Liberal. Muerte del General Sheridan En: José Martí Obras Completas. Edición Crítica Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2019, Tomo 29, pp. 144, 147.

[3] Proust, Marcel En busca del tiempo perdido Alianza Editorial, S.A., Madrid, 1988, Tomo No7: El tiempo recobrado Pp. 256-257

 

 


Teresa Díaz Canals.

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