Pluralismo y tolerancia entre cubanos

Lunes de Dagoberto

Muchos de nosotros nos consideramos demócratas, aun cuando la democracia no sea perfecta, como realidad humana que es, en ningún rincón de este planeta. Casi siempre pensamos en la democracia en el mundo de la política: elecciones libres, alternancia en el poder, parlamento pluripartidista, independencia y mutuo control de los tres poderes del Estado…

Hoy me gustaría reflexionar sobre una visión de la democracia que considero más profunda y esencial. Creo que no hay democracia verdadera y permanente sin pluralismo y tolerancia en la vida familiar, laboral, eclesial, social. Aún más, creo que se aprende a vivir en democracia ejercitando diariamente, en lo más cotidiano de la vida, la aceptación de la diversidad y el respeto al que discrepa.

El mundo es diverso. Es una evidencia. Es un dato de la realidad. Pero percatarse de esa realidad en la vida cotidiana es bastante más difícil que decirlo. Y si percatarse de la evidencia es difícil para algunos, asumir que la diversidad es una riqueza, un don para el crecimiento de la persona humana y de toda la sociedad, es todavía un ejercicio más arduo y complicado en nuestro comportamiento social.

En efecto, la diversidad es un concepto y una realidad que nos invita a abrirnos a la pluralidad de pensamientos, de actuaciones, de opciones filosóficas o políticas. Pero hay, por lo menos dos formas de abrirse a la diversidad: una, para defenderse porque convivir con seres diversos es considerado una amenaza a nuestra propia forma de ver la vida. Otra manera de abrirse a la diversidad es para, mediante el intercambio pacífico, sereno y civilizado, encontrar entre todos consensos, cooperación, crítica sana, polémica respetuosa y seria, búsqueda del bien de la familia y de la comunidad. En fin, buscar unidad en la diversidad. Aprovecho para decir que este concepto no es acuñado recientemente, no pertenece solo a la política y a la sociología, tiene un fundamento teológico de siglos.

El ejemplo más paradigmático es el concepto cristiano de la Trinidad con más de 20 siglos de elaboración: Dios es trino y uno. La unidad de Dios se alcanza en la diversidad de tres personas iguales en dignidad. Dios se manifiesta como Padre, se hace hombre como Hijo y nos entrega hasta su último aliento como Espíritu de Amor. La vida comunitaria y plural de su ser no reprime ninguna de las manifestaciones o teofanías del Dios único en el que creemos. A veces a los mismos cristianos que decimos todos los días que creemos en un solo Dios y al mismo tiempo nos santiguamos en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo, por otro lado nos cuesta aceptar, vivir y consensuar la unidad en la diversidad en lo político y en lo social. ¿O creemos que estos ambientes no tienen nada que ver con Dios y con nuestra vida cristiana?    

Si solo constatamos y aceptamos a regañadientes que el mundo, las personas y la sociedad son diferentes, entonces solo asumimos la diversidad. Si además, concebimos que esta diversidad es sana, es recomendable, no es un estorbo para la democracia sino que es provechosa para buscar la verdad, para alcanzar la justicia y lograr el progreso humano, entonces vivimos la virtud ciudadana del pluralismo. Y del dato de la diversidad a la virtud del pluralismo va todo un camino de tolerancia y respeto a los derechos de los demás.    

Dios hizo la creación como un inconmensurable abanico de diversidad y puso en cada ser humano a una persona única e irrepetible, entonces la forma más cercana a la voluntad creadora de Dios, es compartir este mundo diverso y plural en una convivencia tolerante y pacífica.

La tolerancia es la virtud cívica que más complementa a la diversidad y al pluralismo. Tolerar es no escandalizarse de que otros piensen distinto de lo que yo tengo como mi verdad. Nadie tiene la verdad total y absoluta. Solo Dios es la verdad y Él quiso darnos libertad y conciencia crítica para encontrarla por nuestros propios medios y caminos, con la asistencia del Espíritu Santo.

La tolerancia es un requerimiento mínimo muy importante sin el cual no hay convivencia sana ni paz social. El ambiente se vicia, se pone tenso, se torna irrespirable. Se acuna la violencia y se divide la comunidad estorbando a su mayor y más pleno desarrollo. Pero no basta con tolerar. La tolerancia sola es como tierra sin semilla, como vela sin viento, como camino sin destino.

Más allá de la tolerancia está la convivencia. Con-vivir, significa compartir la vida con los demás, buscar con los demás, aun cuando piensen distinto de nosotros, unos puntos de coincidencia, unos mínimos de aproximación, un consenso aceptable y honorable para todos. He aquí, a mi forma de ver, la verdadera madurez cívica. Lo demás es permanecer en la adolescencia crispada e intolerante de la familia y de comunidad.

No hay que temer a la diversidad. La uniformidad es el mayor enemigo social de la libertad. La verdad y la justicia son suficientemente fuertes y persistentes para alcanzar, respetando la libertad personal de cada ciudadano y el dinamismo plural de la sociedad, el desarrollo pacífico de la democracia.   

Hagamos, pues, este camino que empieza por aceptar sincera y gallardamente la diversidad. Que prosigue por considerar que esta diversidad puede ser un resorte positivo para buscar el bien personal y social y así ser cultores del más sano pluralismo. Que continúa avanzando hacia una sociedad tolerante que hace del debate público y del ejercicio del criterio y no de las ofensas y los ataques los métodos cotidianos para alcanzar metas comunes en beneficio de la comunidad. Camino que, por fin, debe desembocar en una convivencia verdaderamente participativa en que los ciudadanos nos entrenemos en los que considero como los mejores métodos para ir de las tensiones a la paz: la solución pacífica de los conflictos y la búsqueda crítica y transparente de consensos honorables y aceptables para todos.

De la tensión diaria, de la discrepancia cotidiana, de la diferencia propia de personas y sociedades libres, podemos y debemos pasar al debate respetuoso, a la serenidad ciudadana, a la crítica sin ponzoña, y a la verdad buscada entre todos. Creo que es posible y, además, lo más útil y recomendable para crecer en humanidad y vivir en la democracia que buscamos para Cuba.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.

 

 


  • Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
  • Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
    Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
    Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
    Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
    Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
    Reside en Pinar del Río.

 

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