PENETRAR EL MISTERIO

Foto de Yoandy Izquierdo Toledo.

Atavismo o espíritu de mixtificación…

Escribo

porque la soledad es un muchacho que no cierra las puertas de su útero.

El útero: sangre de la luna que adentro hace su rito.

El rito: desiertos lentamente cruzando la memoria.

La memoria: inútil persistencia del vacío.

El vacío: la soledad pariendo desde el pecho.

El pecho: estas palabras núbiles que escribo como siempre.

El siempre: añoranzas primeras y penúltimas de la inmortalidad.

 

La inmortalidad: Dios jugando a ser hombre.

El hombre: un sangrador lozano de mi espalda.

La espalda: este ser conceptual a la intemperie.

La intemperie: azucenas que nunca aparecieron.

El nunca aparecer: adiós poesía.

 

La poesía: un muchacho que no cierra las puertas de su útero.

El útero: mujer semidormida entre sus ritos.

El rito: ejercicios que nombran la memoria.

La memoria: ausencia de la luz, nube al vacío.

El vacío: este sentirme gris desde mi pecho.

El pecho: que encumbra un hasta siempre.

El siempre: ahogos de la inmortalidad.

La inmortalidad: mi corazón de hombre.

El hombre: quien se esconde en mi espalda.

La espalda: que traza la intemperie.

La intemperie: esta isla y su nunca.

El nunca: que calla, porque sabe, la poesía.

La poesía: estas ganas de abandonarlo todo.

 

La inmortal belleza…

                                                                  a Lezama

Hay luna de fuego,

insinuación de púrpuras donde muere la calle.

Estas noches extrañas tienen astros colgando,

los gatos escriben en sus sombras

signos que parecen alianzas,

y mis manos intentan

recuperar la luna nuevamente.

 

Roedores entre sus raíces

saltan indistintos, pero todos reconocibles

y por eso la luna se invade de granates,

de inacabados pactos:

gatos y roedores nunca podrán en ella

odiarse totalmente.

 

La luna de estas noches parece que se inflama.

Grande es para mi mano que intenta alimentarla,

para las antropófagas pericias

con que atravieso de noche la ciudad,

con que atravieso de noche las centurias.

 

En ella, en la luna,

gatos y roedores estrenan llamas fálicas.

En ella,

gatos y roedores

nunca podrán odiarse totalmente:

cuando la guerra estalle,

habrá algo más insólito que los astros colgando,

habrá algo más inmortal que la belleza.

 

Orgía silenciosa…

Desapacibles,

juntamos los cordajes de algunas esperanzas.

El principio fue allí:

el mapa empecinado hizo lo otro,

mientras vientos del este aguardaban

la fuga de la luz.

 

Yo también demoré la huida de la luz,

comí hojas fatuas

para ignorar si había comenzado el invierno,

y simuló la brújula virtudes cardinales

detrás de mi costilla.

Apenas alcancé las líneas

del paisaje allá afuera.

 

No supe de la ciudad ni sus rompientes,

no supe de los vientos.

Tan solo

de su sórdida esperanza,

la orgía silenciosa del futuro.

 

La profundidad del cielo me consterna…

 

Entresemana vamos por la ciudad

cantando coplas o muriendo…

y de nuevo el espejo del frío:

lacerante error de medianoche.

Sobre la ciudad se desequilibran los silencios  

sobre nosotros,  en arenales, lejos

sobre esta falsa ciudad que alguien recortó de las esferas.

No nos invitamos con fallos positivos

Movernos / nada   

movernos / y no cambia.

El revés sigue siendo la cara que no es de cualquier sitio,    

otra vuelta de hoja.

Aves de noche pasan.

Lechuzas.

 

Ojos de faro que no vemos ni importa 

siguen siendo fatales guardarrostros de la noche.

Novios pasan / amantes / aguaceros pasan

lluvia de meteoros suceden y se mutan.

Pasa nada contigo / con nosotros.

 

Tampoco tengo un puente en la ciudad

a la puerta del sol a donde no hay camino.

Solo unos muchos que no están

y a los que ya no están

echaremos de menos.

 

En la grandeza de la divagación,

El yo se pierde…

                                                   para Leonardo García

Es el pudor del siglo que agoniza,

cánticos de resuello en tu mano

y esta noche que falsea

entre el humo del opio y algunas complacencias.

 

Una mano, la mía.

Tu garganta, otra raya tensada en el vacío.

Ciertos hombres debajo,

sobre esa ciudad que ya no vemos

y una naranja disparada tristemente,

concluyen la tertulia,

la aburrida cantata de opio y anamnesis.

Y la naranja quedó abierta en dos islotes

contra el codo de alguien

que ha creído en que todo puede ser esta noche,

en que nada puede ser esta noche;

y se despertaron las estatuas de sal

y es el estar despierto y el pudor

y es tu mano en la cuerda para siempre,

tensando despedidas

antes del tiempo de empezar,

después que mi cabeza

se abriera en dos islas similares.

 

¿Es fuerza eternamente sufrir

O huir de lo bello eternamente?

 

Dragones de infinitas cabezas

salen del mar.

Dioses, seres cósmicos en espera

cuya acción siempre implica la muerte

o un orden que preludia

una reinvención del universo;

hermosos y radiantes, despiadados…

Dragones de infinitas cabezas

asaltan la isla

para desangrar a los nativos

sobre fuegos y acanto.

 

Pero la ciudad nunca queda desierta…

A contraluz invaden las bestias desde el mar.

La ciudad es diáspora de una era terrible,

naipe sangriento

que los dragones juegan cada tarde

aburridos y con sed.

 

Salen del mar,

desde las sombras,

dioses, seres cósmicos en espera

cuya acción siempre implica la muerte

o un orden que preludia

una reinvención del universo;

hermosos y radiantes, despiadados…

a cortar pieles

de hombres que regresan una y otra vez

a la misma ciudad,

a la misma punta de la isla

para hallar la muerte,

en holocausto,

sin perdón posible.

 

Certidumbre del pan de mañana…

 

Me duele una ciudad que no es nombre

ni abedul repartido

ni acuchillada arena

ni remanso

ni tarde que se fuga en el cristal.

Me duele una ciudad llena de locos

que mendigan cigarros y sofismas,

de horneros apostando toronjas maduradas

mientras alguien va en pos

del pan de medianoche.

 

Me duele una ciudad que no recorro,

que no es vientre,ni excusa, ni vacío

ni siquiera, ciudad.

Ni siquiera estacazo

ni siquiera ficción.

 

El éxtasis universal de las cosas…

 

Del absurdo milagro del pan,

de la infecunda magia de los peces,

guardamos ausencias

que nunca tuvieron cara de prodigios

y hoy semejan básculas que sopesan el tiempo,

impúdicas caricias de metrallas.

Guardamos el temblor en aquel dedo,

incertidumbre de las hambres pretéritas;

levadura, aguijones,

balanzas al abismo,

músculos atravesados por balas de alquitrán.

Solo nos queda desertar.

Solo nos quedan

rúbrica del pan y el pez desguarnecido,

huesos de antiguos hombres

iguales a los nuestros.

Tenemos un milagro de cara a ningún punto,

una huida final

y alguien que habla

del éxtasis absurdo de las cosas,

todavía.

 


Anisley Miraz Lladosa (Trinidad, 1981)
Graduada en Diseño Gráfico en la Academia de Artes Plásticas “Óscar Fernández Morera” de Trinidad.
Ganadora de premios y menciones en varios eventos literarios como la Bienal de Jarahueca (2000), Literatura Infantil “Mercedes Matamoros” (2002), Premio de la Ciudad Fernandina de Jagua (2003), Gran Premio Vitral de Poesía (2003)
y Premio Poesía Vitral (compartido) (2004).
Reside en Trinidad.

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