EL PADRE MIGUEL, UN EJEMPLO DE AMOR A CRISTO Y FIDELIDAD A LA IGLESIA

Padre Miguel Schrode durante un bautizo en el municipio San Juan y Martínez de Pinar del Río. Foto cortesía de La Isleña.

El Padre Miguel Schrode, sacerdote de nacionalidad alemana, llegó a nuestra parroquia de San Juan y Martínez en Pinar del Río en el último trimestre del año 2008. El nuevo párroco nos acompañó hasta el 2012, tres años de una intensa labor pastoral que enriquecería el espíritu de una comunidad en pro de la evangelización y el compromiso de este proceso consigo mismo, con los marginados y los necesitados.

Desde su llegada fue receptivo, como buen pastor se insertó en las dinámicas de los grupos existentes a la escucha y el servicio de los demás. Poco a poco se hacía evidente que los argumentos de: “Aquí siempre las cosas han sido así, o, “en Cuba las cosas son diferentes”, no parecían convencerle de ser el mejor camino si las acciones o propuestas no tomaban cuerpo desde el criterio propio, a la luz de la Palabra y el compartir.

Nuevas oportunidades de trabajar fueron emergiendo al amparo de la promoción de espacios donde los distintos grupos de personas podían encontrarse, compartir y responsabilizarse mediante un vínculo con la espiritualidad propia y de servicio al otro. Un servicio especialmente abierto, de búsqueda y acogida, superando los temores de vivir un estilo de Iglesia en el mundo, inspirados y guiados por la virtud de ser discípulos de Cristo.

No fue ajena la resistencia al cambio, acostumbrados a un Consejo Pastoral de apoyo a las iniciativas del párroco, y el aporte de algún consejo como máximo alcance de lo diverso y participativo. Contrastaba aquel misionero, de actuar en comunión, que instaba a la opinión y el debate, proponiendo como uno más y declinando hacia el consenso el camino a tomar. El carácter de responsabilidad que entrañaban los nuevos tiempos declinaban un tanto lo honorífico y ceremonioso como el muy conocido y fácil “sí Padre, lo que usted diga”, al yo pienso, o yo propongo, que entraña compromiso, coherencia y trabajo.

Recuerdo las convivencias de niños, que celebrábamos a campo abierto durante todo un día con trabajos en equipos, reflexión de la Palabra, aplicación de enseñanza cívica con especial énfasis en los derechos del niño. La preparación y animación de la liturgia mediante un amplio y dinámico equipo de animadores y catequistas, que trabajaba en similar armonía. Además, en ese espíritu y dinámica también

tuvimos: las convivencias de jóvenes, las vigilias de la Parroquia junto a sus pequeñas comunidades durante toda una noche, el trabajo con los enfermos y ancianos, la creación de más de tres pequeños equipos por zonas que agrupaban las pequeñas comunidades de base en estrecha relación con el consejo pastoral de la parroquia. Se llegó a echar a andar, como parte del trabajo de Cáritas, un pequeño equipo para la ayuda con medicamentos a la población, y de modo especial la creación e inserción del grupo “Sueño por la Esperanza”, a la vida de la comunidad, con la colaboración de un equipo de maestra, psiquiatra, algunas mamás de los niños, otros laicos y el trabajo firme y personalizado del Padre junto a estas personas discapacitadas.

Cada iniciativa que se preparaba era una oportunidad de encontrarse, de abrirse al otro y reconstruirse desde el encuentro consigo mismo en la oración, lo plural y fraterno, incluyendo lo democrático y nos retaba para que los que siempre habíamos estado, descendiéramos del Yo que se nutre de sentirse privilegiado, de servirse de la comunidad en lugar de servir a través de ella.

Los resultados y experiencias nos reafirmaban que la mayor valía de estas pequeñas acciones, no era cuánto le aportábamos, material o espiritualmente, al necesitado, sino cuánto aportaba este a la comunidad al ser llamado, aceptado y respetado, porque Jesús se revela especialmente por ellos y somos los que ya estamos, los que dejamos de estar cuando no entendemos esto, que nuestro mayor sentido de permanecer, es dar gratis lo que gratis recibimos. Al oprimido, a la prostituta o al necesitado, es la iglesia la que les necesita y debemos acudir a ellos para promover su liberación que será a su vez la nuestra, la que nos presenta Mateo 25. Si nos ensimismamos en la superioridad y el juicio recibiremos la condenación, ese fue parte del legado de Miguel, creer, vivir esto y trabajar por ello asumiendo las consecuencias.

El Padre siempre enfatizó la responsabilidad y el derecho que le corresponde a toda comunidad de vivir y promover su identidad, de ser respetada y tenida en cuenta por quienes la sirven. Para él una comunidad sin derechos y recursos para el diálogo con la jerarquía y el poder no debía ser en el futuro de la Iglesia. Con carácter responsable compartíamos en el Consejo Pastoral los retos y dificultades de nuestro trabajo, tejas arriba, especialmente con el Obispo de la Diócesis y las demás parroquias, aciertos y desaciertos, con verdadero espíritu eclesial. Descartó el secretismo o doble rasero asumiendo con toda responsabilidad junto a su consejo pastoral los riesgos y peligros existentes. Cuestionar no significa desobediencia, su estilo como sacerdote transparentaba las relaciones con el poder civil y religioso hacia un auténtico sentido de servicio y fidelidad al Evangelio por encima del poder de los hombres, especialmente mediante las instituciones.

Miguel siempre fue accesible y su ministerio incomodaba al conformismo y la mediocridad, por dejar a otros su libertad y responsabilidad. Gustaba exigir a los demás que “el sí sea sí y el no sea no”. “Lo demás viene del mal espíritu”, según sus propias palabras. Su labor pastoral fue centrada e inclusiva, donde todos podíamos trabajar sin discriminaciones políticas ni partidismo religioso o sectario.

Vivió el sueño del trabajo con los más necesitados de nuestra sociedad en las personas con discapacidad mental o Síndrome Down, el cual casi llevó a una etapa superior con la compra de una casa para el desarrollo de una especie de hogar orfanato para la atención a los niños discapacitados y sus mamás, con los cuáles ya trabajaba, junto a un equipo de la comunidad que se desarrollaba en esto y contando con el apoyo del Consejo Pastoral. Experiencias similares había desarrollado en Kenia, con la particularidad de que en Cuba no dispuso, como en el resto de los países, con el apoyo de las autoridades civiles y religiosas.

Desde su llegada al pueblo, en nuestros intercambios, varias veces compartimos con honestidad la importancia del permiso para permanecer en Cuba y cómo podría constituir, en un momento dado, un recurso de coacción y control. Con su actuar, testimonió que hasta los más grandes sueños y su posibilidad de hacerlos realidad, no son motivos para negociar la coherencia con el Evangelio, o mendigar con el poder la ilusión de una mejor oportunidad al costo del sacrificio de nuestra libertad de conciencia.

En el 2012, próximos a nuestra fiesta Patronal de San Juan Bautista, que se celebra el 24 de junio, el Obispo de Pinar del Río le informó al Padre Miguel que tenía que dejar la Parroquia y abandonar el país. Sin decir nada, nuestro párroco organizó con alegría toda la fiesta, y con la entereza de los santos y un sólido espíritu eclesial y de comunión, solo compartió la noticia después que pasaron todas las celebraciones.

Como comunidad compartimos su dolor y su testimonio quedó grabado en el corazón de muchos. Aprendimos en la vida lo que significa esa bienaventuranza de Jesús que dice: “Dichosos ustedes cuando sean perseguidos y calumniados por mi causa”. Solo la Palabra de Jesús puede ayudarnos a trascender una cruz así, manteniendo la fidelidad al Evangelio y a la Iglesia.

Tal como él mismo expresa en su última carta, como ejercicio espiritual de su retiro anual, su amor por Cuba y San Juan fue grande, su apego fue tal, que con tres continentes donde había trabajado y múltiples culturas que le reclamaban como verdaderos hermanos, su corazón quedó en este pequeño pueblo, de gente sencilla e intrépidos creyentes.

La iglesia es milenaria y el testimonio del más grande de los hombres puede parecer insignificante, pero la siembra del buen obrar de un ministro, construye un signo visible y la esperanza que nos mueve hacia un mejor proyecto de Iglesia. Gracias, Miguel, por acercarnos profundamente al misterio y el deseo de ser piedras vivas de libertad, verdad y amor al prójimo. Por ser hermano, amigo y relativizar, hasta el momento de tu partida de este mundo, tanto dolor y sufrimiento. Siempre alimentaremos el “Sueño por la Esperanza”. Somos necesarios para edificar un mundo mejor, sin opacar el dolor de la cruz y para alentar la esperanza de los creyentes. A tu lado vivimos nuevas y ricas experiencias que siempre nos acompañarán.

Adiós.

 


Nestor Pérez González (Pinar del Río, 1983).

  • Obrero calificado en Boyeros.
  • Técnico Medio en Agronomía.
  • Campesino y miembro del Proyecto Rural La Isleña.
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