No es lo mismo observar la tribu, que ser parte de ella

Por Bruno Vaccotti
Postales de San Luis

Postales de San Luis

¿Qué pasaría si toda la cooperación que se ha volcado a los distintos países en vías de desarrollo nunca hubiera existido? Las respuestas a esta pregunta pueden ser tan variadas y tan diversas como el lector se atreva a imaginar.

 

 

La cooperación nunca viene solamente como dinero o capacitación o asistencia técnica (en el buen y en el no tan buen sentido).

En la mayoría de los casos, la misma viene cargada de agregados colaterales, los cuales son intencionales o simplemente ocurren: el atropello a la cultura, la evangelización, la sumisión, la expropiación de la identidad, entre otros.

 

Pero el factor más atractivo, o quizás el más interesante de analizar es: ¿Por qué los organismos que se dedican a generar soluciones tienen el convencimiento de que el mismo programa puede ser efectivo en Angola, en Chile y en Cuba? Estas soluciones y programas, generados desde doctos laboratorios de intelectualidad tienen el mismo error en común: se desarrollan desde lejos, desde una perspectiva fuera de la misma realidad a la que desean contribuir. En este sentido, no es lo mismo observar la tribu, que ser parte de la misma.

 

¿Estamos queriendo decir que los programas de cooperación internacional son inocuos? De ninguna manera. Las soluciones “importadas” pueden realmente solucionar problemáticas locales, siempre y cuando las mismas no sean una caja fuerte cerrada de la cual no tenemos la llave. El arte del desarrollo social comunitario es construir con la herramienta y con la comunidad, una “nueva herramienta” basada en la original, pero aplicada a las necesidades y a la idiosincrasia de cada comunidad, empoderando a la comunidad por sobre la herramienta, involucrando al científico, al especialista, al zapatero, a la abuela, al niño, a los cohabitantes del lugar, donde cada voz y voto representan una sabiduría manifestada desde diferentes perspectivas.

 

Si, por ejemplo, en mi país desarrollo una iniciativa social de rehabilitación para consumidores de drogas, donde todos los días los beneficiarios van de manera gratuita a las 13:00 de la tarde al Centro Asistencial y reciben ayuda médica, psicológica y terapia grupal durante dos horas, tengo aquí una obra hermosa y probablemente muy exitosa. Si llevo la misma propuesta a unos 350 kilómetros, a la ciudad de Resistencia, Argentina, como una iniciativa que tiene que respetar a cabalidad los mismos procedimientos que en Asunción, desde el día 1 la iniciativa será un fracaso. ¿Por qué? La primera vez que fui a Resistencia, además de asombrarme por su belleza, la bauticé cariñosamente: “El aliento del infierno”. En ese lugar hace un calor abrumador y, culturalmente, desde el medio día, hasta las 16:00 o 17:00 horas dependiendo de la época, no vuela una mosca en la ciudad, todo está cerrado, no hay transporte, nada. Si yo le pido a los posibles beneficiarios que asistan a las 13:00 de la tarde a un lugar, estaré intentando (casi seguro, sin éxito) violentar su estructura idiosincrática y mi hermosa iniciativa dejará de ser hermosa y dejará de ser una iniciativa en poco tiempo, está destinada al fracaso.

 

Aquí estamos hablando de una distancia cultural y de una distancia física bastante corta, unos 350 kilómetros ¿En qué cabeza puede caber la idea de que una solución que es buena para Sri Lanka, es buena para Guatemala?

 

Lo que hoy está faltando en nuestros países en vías de desarrollo, son buenas propuestas, generadas dentro y fuera del país, pero con la apertura, desde su génesis, con el deseo de involucrar a todos los protagonistas del proceso, para construir juntos una respuesta real, tangible y aplicable para cada comunidad. Con enlatados seguiremos dando vueltas y vueltas en soluciones mágicas que solamente aportan una mayor desilusión y escepticismo hacia todo lo que viene de afuera.

 

Todas las cadenas de comida rápida tienen su adecuación local, una suerte de híbrido entre la comida rápida internacional y la comida de la abuela, es una sensación en el paladar de estar lejos y al mismo tiempo, estar en casa. Esto no es de ninguna manera una casualidad. El hecho de que las grandes multinacionales adecuen sus productos en varios de los países donde se encuentran, no es una medida de socialización o introducción al mercado local, es una medida de supervivencia y es, a su vez, un modelo de negocio.

 

En este sentido, es bueno tomar ese ejemplo y aplicarlo a la cooperación que importamos o exportamos: la apertura de generar híbridos, nuevos productos que respondan al comportamiento de la sociedad y que se desenvuelvan de manera orgánica para que así, de manera realmente honesta e integral, podamos hacer frente a una problemática social desde el “todos” realmente.

 

Bruno Vaccotti (Asunción, 1987).

Emprendedor social paraguayo.

Gerente de Educación Emprendedora de la Fundación Paraguaya.

Miembro del Grupo Impulsor de la Ley Nacional de Voluntariado.

Director de Recursos Humanos del Cuerpo de Bomberos Voluntarios del Paraguay.

Miembro de Global Shapers Community, iniciativa del Foro Económico Mundial.

Columnista en el periódico Ejempla.

Trabaja en organizaciones cívicas en Uruguay y Chile

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