NELO, ARQUÍMEDES Y LA CIUDAD

Arquímedes Lores (Nelo). Foto cortesía del autor.

Existe una relación entre mística, erótica y ensoñadora, de Nelo y la ciudad. Parece que el artista no puede escapar de ella pero, al mismo tiempo, desea pasionalmente trascenderla, escapar de la obviedad, reinventarla, rescatándola del tedio pueblerino, del inmovilismo cotidiano.

Arquímedes Lores (Nelo) interactúa con su ciudad real, Pinar del Río, y con Cuba, pero la transfigura, la sueña, la recrea, la supera y la deja casi sin reconocimiento explícito. Es una parábola de luces entre la ciudad estática que se hunde en la velocidad de la vida y la ciudad que emerge de un ingenioso y pictórico “Tornillo de Arquímedes”. En efecto, haciendo honor al nombre del clásico ingeniero, físico y matemático antiguo, Nelo defiende su Siracusa sitiada. Inventa fórmulas sobre las canvas para cuidar sus fronteras e iluminar con nuevos colores sus murallas antes cerradas en el ocre, pero al mismo tiempo, las abre, las globaliza, las hace traslúcidas ventanas y caminos sin fronteras.

Cuentan que el otro Arquímedes, el griego, tuvo tres momentos inolvidables en su historia personal. Nelo también los tiene: “Denme un punto de apoyo y moveré el mundo” -aseguró el promotor de la palanca. El artista pinareño mueve a la ciudad adormilada con el apoyo de un pincel afiebrado y voluptuoso. “Eureka” (“Lo he encontrado”) gritó corriendo desnudo el físico salido de la tina. Nelo, desnudo de complejos y temores, corre por entre sus gigantescas obras entre luces, calles y letreros que se esfuman. Nelo ha encontrado la ciudad que sueña para Cuba, la ha profetizado y para ello ha dejado, no solo las vestimentas convencionales de la vida sino que, en cada esquina de sus ciudades, podemos encontrar girones de su piel colgando de figuras deslumbrantes y transfiguradas.

Contemplando las veloces circunferencias y luces de la obra de Nelo, cuando pasamos bajo su estudio para verlo, desde la calle, inclinado y absorto sobre sus obras que parecen tender al infinito, no intentemos sacarlo de la génesis de la ciudad que gesta. Recrea -22 siglos después-, probablemente sin saberlo, los últimos momentos del otro Arquímedes que, inclinado sobre sus circunferencias y parábolas pintadas en la volátil arena, no se dio cuenta de que su ciudad, la Siracusa siciliana de la Magna Grecia, había sido tomada por los romanos… y ante la interrupción de un torpe soldado a las órdenes de Marco Claudio Marcelo que le gritó para que dejara su obra, casi sin levantar la vista de la arena en que dibujaba, le contestó: “Noli turbare circulos meos”. Fueron las últimas palabras de la vida de aquel Arquímedes, dichas en referencia a los círculos en el dibujo matemático que estaba estudiando cuando lo interrumpió el soldado romano que, sin pudor, lo traspasó con su espada. La frase en latín significa: “No molestes mis círculos”.

Eso parece decirnos Nelo cuando los que, con nuestra ceguera cotidiana, no sabemos vislumbrar la edificación artística de su ciudad nueva, aquella que escapa a las cuadraturas humanas y se recrea a sí misma en la infinita gravidez de los círculos. Eso parece decirnos respetuosamente, el Nelo, cuando intentamos, frente a sus vertiginosos cuadros, descifrar la pequeñez de los letreros, la expresión de los rostros que escapan, la rectitud de la luz que transgrede, elementos todos presentes pero que no pueden ser desentrañados con la torpe espada de una lectura pedestre.

Un día, su ciudad se recreará emergiendo de la tina purificadora de sus aguas imaginarias y traslúcidas. Ese día los pinareños, asombrados de haber descubierto al mismo tiempo, la palanca que movió nuestra voluntad cívica, los círculos que nos liberaron de la cerrazón de las esquinas y la convergencia de luz que da origen a la vida nueva de nuestra ciudad, le daremos la razón al Arquímedes pinareño.

Nelo entonces, travieso y desnudo, convencido de que fue el primero en divisar esa nueva ciudad en la infinita lontananza de sus obras, gritará con nosotros: ¡Eureka!

 


Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).

Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007 y A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.

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