El mundo de la cultura y la dimensión ética de la reconciliación nacional

Por Juan Carlos Fernández Hernández
Foto de Jesuhadín Pérez Valdés.

Foto de Jesuhadín Pérez Valdés.

La cultura es la savia que nutre la vida de todo pueblo, es su bien común más preciado, lo enriquece espiritual y corporalmente, es el medio que tiene la persona de afinar y desarrollar sus talentos y hacer más humana la vida social, tanto en la familia como en la sociedad civil, haciendo progresar las costumbres y las instituciones para el crecimiento integral de la persona y de su capacidad de comunicación y de relación con los demás. La cultura es la herramienta privilegiada con la cual continuamente nos cuestionamos las grandes interrogantes sobre nuestra existencia. Es el alma de la humanidad. La promoción de una cultura con una fuerte dimensión ética que salvaguarde la dignidad y los derechos de la persona humana es uno de los más graves desafíos que hoy se le presenta al mundo y Cuba no es la excepción, por cierto.
El tema de la reconciliación del mundo de la cultura en su más amplia expresión, consigo misma y con la sociedad cubana, habría de tener una mayor prioridad en nuestros análisis y exámenes, reflexiones y debates. Puesto que es la cultura la que más ha sido instrumentalizada para perpetuar formas de vida y pensamiento superados ya por la casi totalidad de la humanidad y que todavía prevalecen en nuestro país, es desde y por la cultura que se ha rechazado cualquier cambio y confrontación con la verdad plena del hombre, es desde la cultura que se ha deliberado, gestionado y procurado, lamentablemente con éxito, el encadenamiento del espíritu creador del cubano, es desde este espacio en el que ha sido adulterada, viciada y mistificada nuestra historia y es desde la cultura el lugar donde se ha instalado la complacencia-complicidad de artistas, escritores y pensadores legitimando el poder totalitario que ha sido y continúa siendo, gracias a Dios cada día en menor medida, su propio verdugo. De ahí su importancia y prioridad, las heridas siempre sanan desde lo interior, en nuestro caso particular muy profunda es, después cicatriza la superficie epidérmica.
Este debate, examen y retroalimentación con el mundo de la cultura, que lamento no se lleve con el vigor, la seriedad y profundidad que reviste para todos, fue concretado en dos iniciativas que nacieron, se organizaron, vertebraron y actuaron en el ámbito eclesial católico, me refiero a la: Comisión Católica para la Cultura y al Centro de Formación Cívica y Religiosa, ambos en la Diócesis de Pinar del Río, después de estas, el tema del mundo de la cultura ha pasado a ser nuevamente subvalorado. Hasta el momento solo a una o dos personas, máximo, y un solo proyecto dentro del país lo tiene como prioridad pensada y articulada en su accionar, al menos que yo sepa, si existieran otros no los conozco. Y me alegraría que fueran, por lo menos, los suficientes, para una mayor incidencia e impacto social.
Valdría la pena recomenzarlo, profundizarlo e insertarlo dentro del itinerario de reconciliación nacional por muchísimas y graves razones, pero una de ellas es la relación que el mundo de la cultura ha mantenido con el poder en más de medio siglo ya. Estoy casi seguro que este sería un buen pretexto, aunque no el único, que movería a muchos al debate, en un juicio global del hecho, pero sin obviar u omitir la responsabilidad personal que cada cual, sin criterios maniqueos, ni cacerías de brujas. Pienso que con los Padillas de todos estos años tenemos ya demasiados para caer de nuevos en ellos.
Por eso, desde el llamado mundo de la cultura, espacio tan sensible como decisivo para nuestro futuro, no plaza única por cierto, pero sí foro público en el que las fronteras no estarían restringidas y condicionadas, se propiciaría nuevamente la concurrencia de escritores, artistas, intelectuales, periodistas y todo tipo de comunicadores sociales y protagonistas de la sociedad civil en donde comenzarían a sanar las heridas profundas en el ser del cubano. Foro espontáneo de conciencias, en el terreno natural de la cultura que no es otro que sus diversas expresiones. No creo en argumentaciones nacionalistas para el mundo de la cultura, las acciones a llevar a cabo, como antes señalé, son sus propias expresiones cotejadas en y por la sociedad.
Algunos puede que me tilden de utópico pero creo, que además de ser posible, de manera informal ya se dan pasos en este sentido todos los días en toda la Isla y fuera de ella. Las colaboraciones de músicos, poetas y escritores, artistas de la plástica y actores con proyectos autónomos o independientes dentro y fuera de nuestras fronteras marchan por caminos que nos llenan de optimismo. No ocurre lo mismo con los intelectuales, en la misma medida que las otras. Pienso que se deba a que en el mundo de la cultura la llamada “punta de lanza de la revolución” es la que más ha herido. Aunque a algunos les incomode, sobre todo a los intelectuales oficialistas, es cardinal para la ya maltrecha cultura nacional, nunca más contemplarla mutilada por las continuas mascaradas ideológicas, que se empeñan en degenerarla.
Si al final estos últimos no responden (me refiero a los intelectuales) su conciencia y la propia opinión pública se encargará de valorarlos. Si deseamos una sociedad verdaderamente culta, y por consecuencia libre y democrática, que nos la agradezcan las futuras generaciones, no debemos concurrir en las mismas injusticias y desmanes en los que nos han obligado a malvivir. Por eso creo que lo que está ocurriendo es bueno, pero no basta. No debemos quedarnos en el acercamiento social. Como señalé al principio, es necesario viajar al interior profundo, a las causas del deterioro.
Reconstruir el alma nacional desde la ética
 
Para ello, creo fervientemente que este ejercicio de sanación, con todos, habría de ser abordado desde un nivel antropológico, un viaje a la profundidad del ser. Es el nivel que cuestiona las costumbres y la ley e inquiere a cada cual con: ¿qué es justo? ¿Qué sería más humano? (1) ¿Cómo llegamos a esto? ¿Qué hacer para que no vuelva a repetirse?
Es el espacio que nos enseña que lo verdaderamente moral y ético es aquello que no dañe la dignidad de la persona y sus derechos. Es la que nos muestra si una costumbre es dañina al hombre o le permite acceder a toda su dimensión como ser humano. Es el espacio que nos muestra en todo su valor si una ley coarta, anula o reprime los derechos fundamentales del hombre o por el contrario lo promueve e inspira a un crecimiento gradual en su vida.
Es el espacio que promueve, alienta y fortalece el diálogo y el debate desde la diferencia, no como obstáculo, sino como riqueza, oponiéndose a las visiones reductivas e ideológicas del hombre, dándole herramientas para que continúe en la búsqueda de la verdad: de su cultura y de la persona humana y en primer lugar de sí mismo.
Es reflexionar y dialogar desde la libertad y descubrir, entre todos, que ella misma es regalo y tarea que hay que ejercitar día a día. Es manifestar que cuando se tiene “libertad de”, esta libertad cobra un sentido significativamente superior, si optamos por la “libertad para” servir a los demás.
Por eso mi propuesta es que el escenario ético es lugar adecuado para nuestro mundo de la cultura caído, empobrecido y reducido y desde él debe y puede renovarse constantemente, purificando y elevando la moral de nuestro pueblo que merece una cultura exenta de ambigüedades y tergiversaciones. Si sanamos las heridas en nuestra raíz cultural, en gran medida sanaremos la nación.
Para mí, aspirante a cristiano y aprendiz de cubano, la ética social cristiana que tiene como fundamento, sujeto, centro y fin de toda obra al ser humano, puede ser uno de los múltiples puntos de partida para reflexionar y “debatir los criterios de juicio, los valores determinantes, las líneas de pensamiento y las fuentes inspiradoras”(2) que hasta el momento han modelado el mundo de la cultura en Cuba, sin renunciar o excluir a que estos y todo lo que concierne al mundo de la cultura sean valorados y debatidos desde cualquier corriente de pensamiento.
El proceso de reconciliación nacional es un acto comenzado y lo estamos aprendiendo y aprehendiendo en el camino, pero tengo la opinión que se ha hecho demasiada insistencia en el cambio estructural y no en la dimensión ética de los cambios, en el caso que nos ocupa: la cultura y sus protagonistas. Los cubanos y cubanas que conforman y trabajan en esas estructuras habrán de ser los destinatarios principales. Las estructuras son relativamente rápidas de transformar, no así el ser humano, por eso es la persona humana y su crecimiento hacia donde debe encaminarse la prioridad de la acción social, cualquiera que sea el espacio, mucho más si este espacio es en el mundo de la cultura. Propiciar, fomentar y fortalecer ese diálogo, debate y reflexión, es imprescindible y no soporta más demoras.
Irónicamente ha comenzado por la Diáspora en la que conviven exfuncionarios del Ministerio de Cultura y sus víctimas: escritores, poetas, músicos, intelectuales, actores. Allí están, en la llamada prolongación de Cuba, Miami. ¿Ironías del destino? No lo creo. Madurez, comprensión y hasta cansancio de confrontar y perseguir, puede ser, pero es un hecho del cual nosotros que estamos aquí dentro debemos aprender, interiorizar y poner en práctica.
Cuba necesita revalorizar el amor en la vida social a nivel político, económico pero sobre todo a nivel cultural, haciéndolo norma constante y suprema de toda acción. (3)
Si omitimos, subvaloramos o minimizamos la importancia de esta dimensión en el proceso de reconciliación nacional estaremos debilitando nuestro futuro.
Referencias
1.Ciclo de ética del Centro de Formación Cívica y Religiosa de la Diócesis de Pinar del Río.
2.Exhortación Apostólica post-sinodal: Christi fideles laici, sobre vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, Juan Pablo II. Cap. III. p 44.
3.Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. p 325.
 
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Juan Carlos Fernández Hernández (Pinar del Río, 1965).
Fue Co-responsable diocesano de la Hermandad de Ayuda al Preso y sus Familiares
de la Pastoral Penitenciaria de la Diócesis de Pinar del Río.
Miembro del Equipo de trabajo de Convivencia. Animador de la Sociedad Civil.
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