Mi tierra no está muerta

“Dosis de patria”. Obra de Albertho Díaz de León.
  • New York, junio 26/89
  • Sr. Rodolfo Menéndez
  • Mi distinguido compatriota:

Yo no creo que mi tierra esté muerta. Está esparcida por el viento, y

anda, en esta hora de agonía, por los pueblos y por la mar. Pero hay

un hilo misterioso que a todos nos sujeta a la tierra querida, y será bello de ver el día en que, a un tiempo, con la maleta entre las alas, vuelvan al nido todas las palomas. Ojalá que todos los que vuelvan a Cuba la hayan honrado en el destierro tanto como Ud…

José Martí, Tomo 20, p. 348.

Palabras que parecen, como todo lo de Martí, dichas hoy.

Mi tierra no está muerta, porque llora, mi tierra no está muerta porque grita, mi tierra no está muerta porque sufre, mi tierra no está muerta porque respira, mi tierra no está muerta porque a veces sonríe.

Mi tierra no está muerta, espera.

A pesar de todo su sufrimiento, de toda la destrucción, de la división entre sus hijos, de la huida de muchos, mi tierra se niega a morir, porque tiene esperanza.

Mi tierra no está muerta porque nos une un hilo misterioso a la tierra que nos vio nacer y ese hilo se llama AMOR, amor a la Patria y, como el mismo Martí expresara por la boca de Abdala:

“El amor, madre, a la patria no es el amor ridículo a la tierra, Ni a la yerba que pisan nuestras plantas; Es el odio invencible a quien la oprime, Es el rencor eterno a quien la ataca. Y tal amor despierta en nuestro pecho el mundo de recuerdos que nos llama a la vida otra vez, cuando la sangre, herida brota con angustia el alma” (Tomo 19, p. 19).

El amor, ese hilo misterioso e invisible que nos une a la patria, nos atrae aún más cuando estamos lejos, nos hace decir “¡cubanos!”, cuando en tierra extraña sentimos hablar en ese español característico de nuestros compatriotas, cubano, dígase y un sentimiento de simpatía nos recorre, sentimos que nos hermanamos, porque somos cubanos. Y esto no es tan evidente en territorios “colonizados” por cubanos, es más evidente en países donde la escasez de compatriotas hace saltar nuestro corazón cuando escuchamos hablar con el acento de nuestra tierra.

Y es que los cubanos están dispersos por el mundo, me han hablado de cubanos conductores de camellos en las pirámides de Egipto.

Supe de un cubano residente en Viet Nam cuando, en 1978/79 trabajé en ese país.

Miles de cubanos viven y trabajan en Angola, en Mozambique, en Guinea Ecuatorial. Y todos prosperan.

En América no existe un país donde no conozca a muchos cubanos y prosperan, como no prosperaron en su patria.

En el Bastión de los Pescadores de Budapest, dando la espalda al bello Danubio, me encontré una húngara vestida de campesina, vendiendo artesanía del país, que hablaba en “cubano” y me confesó que había decidido emigrar, pero amaba su tierra. Creo que pocos países del mundo han escapado de la migración cubana, si es que alguno lo ha logrado, los cubanos, como nuevos judíos se han dispersado por el mundo y, como nuevos judíos, han demostrado su perseverancia, habilidades y responsabilidad ante el trabajo y la vida, prosperando, construyendo ciudades donde había pantanos, renaciendo, cual ave fénix de sus propias cenizas y cubanos que llegaron solo con la ropa que tenían puesta o con apenas unos dólares en el bolsillo a distintas tierras, hoy son empresarios exitosos o profesionales destacados, conozco muchos ejemplos.

Y todos ellos aman a su patria y me dicen “Yo a Cuba no regreso…a no ser que Cuba cambie”.

Condicionan su regreso, pero lo anhelan, otros me dicen “Yo ya estoy radicado en este país, pero quiero que Cuba cambie para poder ayudar a los que no pudieron irse”

El misterioso hilo los mantiene unidos a la tierra que los vio nacer.

Mi tierra no está muerta, no, está paralizada por años de inmovilidad, está agotada por ilusos experimentos ajenos que, en los mismos países donde surgieron, demostraron su ineficacia.

Mi tierra está seca, como el desierto del Néguev, esperando que los judíos de la diáspora regresen con sistemas de regadío modernos, para, cultivada por los que se fueron y por los que se quedaron, renacer y dar frutos como nunca se han visto.

Un día volverán, Martí, como predijiste, con las maletas en las alas, las palomas que abandonaron nuestra tierra y ese día, las aves que migraron y las que permanecieron atadas a la bella y amorosa tierra que nos vio nacer unidas como un solo pueblo, en un concierto de cánticos de gloria, reconstruiremos una tierra que no está muerta, NO, esta apenas agotada, esperando porque se haga realidad el anhelo martiano:

“La mañana después de la tormenta, por la cuenca del árbol desarraigado echa la tierra fuente de frescura, y es más alegre el verde de los árboles, y el aire está como lleno de banderas, y el cielo es un dosel de gloria azul, y se inundan los pechos de los hombres de una titánica alegría” (Tomo 4, p. 273).

Y la mañana después de la tormenta saldrá el sol en un cielo más limpio, la sonrisa florecerá en los rostros de los cubanos, sin tener en cuenta de dónde vienen si no qué están dispuestos a hacer por su tierra, por la tierra donde se izará una bandera en el cielo azul y será la bandera que Martí describió:

“Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”. (Tomo 4, p. 219).

Una república con todos y para el bien de todos, donde cada cubano, de dentro y de fuera, tenga iguales derechos e iguales oportunidades, donde las lágrimas de nuestras mujeres y la sangre derramada por nuestros bravos fertilicen nuestra tierra que, despertando de su letargo, abrirá los brazos para acoger a sus hijos, a TODOS sus hijos:

“O la república tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio integro de sí y el respeto, como de honor de familia, al ejercicio integro de los demás; la pasión. En fin, por el decoro del hombre, -o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros bravos. Para verdades trabajamos, y no para sueños” (Tomo 4, p. 370).

Porque una república donde todos tengan iguales derechos, donde todos puedan expresar libremente lo que sienten y dar sus opiniones, con todos los derechos incluyendo los de reunión, de disentir, discrepar y oponerse pacíficamente, el de elegir entre varias opciones y el de ser elegido, esa república será la tierra renacida que, regada por las lágrimas de alegría de sus hijos, con el esfuerzo conjunto de las palomas que emigraron y las que quedaron en el nido, con los recursos reunidos que cada cual aportará según sus posibilidades y su voluntad, es la república que soñó Martí.

 


Antonio Manuel Padovani Cantón (Pinar del Río, 1949).
Médico.
Profesor de medicina interna.
Abogado.

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